Ruy Díaz de Vivar "el Cid"
Ruy o Rodrigo Díaz de Vivar (*Vivar del Cid, Burgos, hacia 1043 – Valencia, 1099), conocido como El Cid Campeador, Mio Cid o El Cid (del árabe dialectal سيد sīd, «señor»), hidalgo y guerrero.
Es uno de los mitos de la Reconquista y de la Historia de España, quien al frente de sus propios guerreros y de forma autónoma respecto de la autoridad de rey alguno, llegó a dominar prácticamente todo el oriente de la Península Ibérica a finales del siglo XI. Se trata de una figura legendaria , cuya vida es la base del más importante cantar de gesta de la literatura española, el Cantar de Mio Cid.
Biografía
Nació en fecha incierta hacia mediados del siglo XI (quizá entre 1043 y 1050) en Vivar del Cid, a escasos 10 km de Burgos. Era hijo de Diego Laínez (infanzón de Vivar, de la nobleza menor, guerrero en las luchas contra los navarros) y de Teresa Rodríguez, hija de Rodrigo Álvarez. Su abuelo por vía paterna era Laín Núñez quien aparece como testigo en documentos expedidos por el Rey Fernando I de Castilla y según la leyenda descendía de Laín Calvo, uno de los míticos Jueces de Castilla. Al quedar huérfano de padre, se crió en la corte del rey Fernando junto al príncipe Sancho, de cuyo séquito formaba parte.
Fue investido caballero alrededor del año 1060, en la iglesia de Santiago de los Caballeros Zamora) por el príncipe Sancho. Entre 1063 y 1072 fue el brazo derecho de Sancho y guerreó junto a él en diversas batallas. Probablemente, fue en la batalla de Graus (1063) donde peleó por primera vez, como aliado del rey taifa de Zaragoza, Al-Muqtadir. Fue nombrado alférez del rey cuando Sancho accedió al trono de Castilla (Sancho II) en 1065, quedando, por lo tanto, al mando de la milicia real.
En 1067 obtuvo el título de Campeador (Campidoctor) al vencer en combate singular a Jimeno Garcés, el alférez del rey de Navarra, para dirimir una disputa por unos castillos fronterizos en la llamada Guerra de los Tres Sanchos.
Como jefe de las tropas reales, acompañó a Sancho en la guerra que éste mantuvo con su hermano Alfonso VI, rey de León y con su hermano García, rey de Galicia, con el objeto de reunificar el reino dividido tras la muerte del padre. Desempeñó un papel notable, sobre todo en las victorias castellanas de Llantada (1068) y Golpejera (1072). Tras esta última, Alfonso VI fue capturado y Sancho II se adueñó de León y, a continuación, de Galicia.
Parte de la nobleza leonesa se sublevó y se hizo fuerte en Zamora, bajo el amparo de la infanta doña Urraca, hermana de los anteriores. Sancho II, con la ayuda de Díaz de Vivar, sitió la ciudad, pero murió asesinado por el noble zamorano Bellido Dolfos.
Alfonso VI sucedió a su hermano en el trono del Reino de Castilla y en el de León. En su calidad de alférez real, tomó juramento a Alfonso VI (Santa Gadea, 1072) de no haber intervenido en la muerte de su hermano Sancho II.
Las relaciones entre Alfonso y Díaz de Vivar fueron buenas en principio; aunque el nuevo rey le sustituyó en el cargo de alférez real por García Ordóñez, conde de Nájera, lo nombró juez o procurador en varios pleitos y le proporcionó un honroso matrimonio con Jimena Díaz (julio de 1074), noble asturiana, bisnieta de Alfonso V, con quien tuvo tres hijos: Diego, María (casada en segundas nupcias con el Conde de Barcelona) y Cristina (casada en segundas nupcias con el infante Ramiro de Navarra). Sin embargo el Cid siempre tuvo recelo de que Alfonso estuviera involucrado en el asesinato de Sancho, algo que irritaba a Alfonso.
En 1079 fue comisionado por el rey para cobrar las parias (tributos) al rey de Sevilla. Durante esa misión, ganó un combate contra las tropas del rey moro de Reino de Granada, a las que acompañaban las de García Ordóñez, en misión similar a la de Díaz de Vivar.
El ataque sufrido por Díaz de Vivar, sin embargo, tuvo una relevancia especial por cuanto, al parecer, habría sido parte de una maniobra del propio Alfonso VI con el objeto de desequilibrar las fuerzas de los reinos de Taifas en su beneficio. Sin saberlo, la misión de Díaz de Vivar fue en contra de los planes de su rey. Por lo demás, su victoria frente a un noble de buena posición en la corte, García Ordóñez, complicó su situación.
A todo esto se sumó, finalmente, un exceso (aunque no excepcional en la época) de Díaz de Vivar tras repeler una incursión de moros toledanos en 1080: adentrándose, a su vez, en el reino de Taifa toledano, saqueó su zona oriental, que estaba bajo el amparo del rey Alfonso VI.
Sin descartar la influencia de cortesanos opuestos a Díaz de Vivar en la decisión, todo lo anterior tuvo como consecuencia que el rey incurriera en la «ira regia» y decretase su destierro y el rompimiento de la relación de vasallaje con él. Se dijo que el Cid se quedaba con partes de las parias que se cobraban a los reinos de Taifas.
A finales de 1080 o principios de 1081, Díaz de Vivar partió al destierro e, inmediatamente, buscó un patrono al otro lado de la frontera. Junto con sus vasallos o «mesnada», entró al servicio desde 1081 hasta 1085 del rey de Zaragoza, al-Mutamín, que encomendó al Cid en 1082 una ofensiva contra su hermano, el gobernador de Lérida, Mundir, que, aliado con el conde Berenguer Ramón II de Barcelona y el |rey de Aragón, Sancho Ramírez, no quería acatar el poder de Zaragoza a la muerte del padre de los dos, Al-Muqtadir, iniciándose por ello las hostilidades.
La mesnada del Cid reforzó las plazas fuertes de Monzón y Tamarite de Litera y derrotó a la coalición, ya con el apoyo del grueso del ejército taifal de Zaragoza, en la batalla de Almenar, donde fue hecho prisionero el conde Ramón Berenguer II. El apoteósico recibimiento de los musulmanes de Zaragoza al Cid al grito de «sīdī» («mi señor» en árabe) pudo originar el apelativo romanceado de «mio Çid». El otro apelativo que le brindaron los musulmanes fue «el milagro de su Dios».
En 1084 el Cid desempeñaba una misión en el sureste de la taifa zaragozana, atacando Morella. Al-Mundir, señor de Lérida, Tortosa y Denia, vio en peligro sus tierras y recurrió de nuevo a Sancho Ramírez, que le atacó el 14 de agosto de 1084. De nuevo el castellano se alzó con la victoria, reteniendo a dieciséis nobles aragoneses, que al fin liberó, tras cobrar su rescate.
La invasión almorávide y la derrota en 1086 de Alfonso VI en la batalla de Sagrajas, propiciaron el acercamiento entre rey y vasallo, a quien se le encargó la defensa de la zona levantina y le concedió varios dominios. Entre 1087 y 1089, hizo tributarios a los monarcas musulmanes de las taifas de Albarracín y de Alpuente e impidió que la ciudad de Valencia, gobernada por el rey Al-Qadir, aliado de los castellanos, cayera en manos de Al-Musta'in II de Zaragoza, sucesor de Al Mutamín, y del conde de Barcelona Berenguer Ramón II. En 1089 se produjo una nueva disensión con el rey, al llegar tarde las tropas de Díaz de Vivar al sitio de Aledo, lo que le provocó un segundo destierro y ser despojado de las concesiones anteriores e incluso de sus propias heredades. Junto con su mujer Jimena y sus soldados más leales marchó en busca de gloria.
A partir de este momento, planteó su intervención en Levante como una actividad personal y no como una misión por cuenta del rey. En 1090 saqueó el Reino de Denia y después se acercó a Murviedro (hoy Sagunto), provocando el miedo de Al-Qadir en Valencia, que pasó a pagarle tributos. El rey de Lérida, por su parte, pidió ayuda frente a Díaz de Vivar al conde de Barcelona, Berenguer Ramón II, al que derrota en Tévar en 1090. Como consecuencia de estas victorias, se convirtió en la figura más poderosa del oriente de la Península.
Salió victorioso, por la descoordinación de sus enemigos, de una alianza entre castellanos, aragoneses y catalanes con el fin de apoderarse de Valencia en 1092 y aminorar así su poder. Como represalia, lanzó un ataque sobre La Rioja que obligó a Alfonso VI a volver a su reino. Por lo demás, a estas alturas todo Levante, excepto Zaragoza, pagaba sus parias a Díaz de Vivar.
En otoño de 1092 se vio obligado a pensar en el asalto a Valencia, perdida tras la muerte de su protegido por querellas internas entre los moros; puso sitio a la ciudad y, finalmente, entró en ella el 15 de junio de 1094.
A partir de ese momento, adoptó el título de príncipe Rodrigo el Campeador y podría ser este otro (anteriormente fue general en jefe del ejército de la Taifa de Zaragoza, y sus guerreros pudieron muy bien aplicarle el apelativo de meu sidi), el momento cuando se le aplicó el título de Mio Cid, pues fue efectivamente señor de muchas fortalezas de alcaides musulmanes en tierras de Levante.
Establecido ya en Valencia, se alió con Pedro I de Aragón y con Ramón Berenguer III con el propósito de frenar conjuntamente el empuje almorávide. Las alianzas militares se reforzaron con matrimonios. Una hija suya, María, casó con Ramón Berenguer III, y su otra hija, Cristina, con el infante Ramiro Sánchez de Navarra.
A comienzos del año 1097, los almorávides atacaron el territorio valenciano. Pedro I de Aragón acudió en auxilio del Cid y, juntos, vencieron a los musulmanes. Ese mismo año, Rodrigo envió a su único hijo varón, Diego Rodríguez, a luchar junto a Alfonso VI contra los almorávides, las tropas de Alfonso VI fueron derrotadas y Diego perdió la vida en la Batalla de Consuegra.
Su fallecimiento se produjo en Valencia entre mayo y julio de 1099 (según G. Martínez Díez, el 10 de Julio) debido a unas fiebres. Regaló su espada Tizona a su sobrino Pedro, junto con quien tantas veces había luchado. Doña Jimena consiguió defender la ciudad con la ayuda de su yerno Ramón Berenguer III durante un tiempo, pero en mayo de 1102, debido a una situación insostenible, con ayuda de Alfonso VI, la familia y gente de El Cid abandonó Valencia.
Sus restos fueron inhumados en el monasterio burgalés de San Pedro de Cardeña. Durante la Guerra de la Independencia los soldados franceses profanaron su tumba. Los restos fueron recuperados y, en 1842, trasladados a la capilla de la Casa Consistorial de Burgos. Desde 1921 reposan junto con los de su esposa doña Jimena en un emplazamiento privilegiado de la Catedral de Burgos.
El Cid en la literatura
Disponemos de una crónica en latín, la Historia Roderici, que es la fuente más fiel de la vida del Cid, y fue escrita en la segunda mitad del siglo XII. Junto a los testimonios de historiadores árabes, que tenían un concepto de la historiografía más científico, es la principal fuente de nuestros conocimientos sobre el Cid histórico.
En cuanto a literatura, Rodrigo Díaz de Vivar fue ya en vida objeto de obras literarias que ensalzaban su figura. Sus hazañas causaron admiración en sus contemporáneos cultos y eruditos, como lo demuestra el Carmen Campidoctoris, himno latino escrito en poco más de un centenar de versos sáficos en la segunda mitad del siglo XII que cantan al Campeador como se hacía con los héroes y atletas clásicos grecolatinos.
Por esta misma época, iban tomando forma en las voces del pueblo los cantares de gesta, del que se conserva el Cantar de mio Cid escrito entre 1195 y 1207 por un autor culto, letrado de la zona de Burgos y con conocimientos de derecho , referido a los hechos de la última parte de su vida (destierro de Castilla, luchas con el conde de Barcelona, conquista de Valencia), convenientemente recreados.
Entre los testimonios legendarios que se desarrollaron a la muerte del Cid en torno al monasterio de san Pedro de Cardeña está el utilizar a dos espadas con nombres propios, la llamada La Colada y la Tizona, que según la leyenda era perteneciente a un rey de Marruecos y hecha en Córdoba. Ya desde el Cantar de mio Cid (solo cien años desde su muerte) figuran en la tradición los nombres de sus espadas y de su caballo, Babieca.
A partir del siglo XIV se va perpetuando una leyenda del Cid en las crónicas y sobre todo en los romances cidianos del romancero. Hasta el siglo XIV fue fabulada su vida en forma de epopeya, pero cada vez con más atención a su juventud imaginada con mucha libertad creadora, como se puede observar en las tardías Mocedades de Rodrigo, en que se relata como en su juventud se lanza a invadir Francia y a eclipsar las hazañas de las chansons de geste francesas. Las nuevas composiciones le dibujaban un carácter altivo muy del gusto de la época pero contradictorio con el estilo mesurado y prudente del Cantar de mio Cid. Su juventud y sus amores con Jimena fueron también objeto de tratamiento por parte del romancero.
En el siglo XVI, además de continuar con la tradición poética de elaborar romances artísticos, le fueron dedicadas varias obras teatrales de gran éxito, generalmente inspiradas en el propio romancero. En 1579 Juan de la Cueva escribió la comedia La muerte del rey don Sancho, basada en la gesta del cerco de Zamora. Iguamente hizo Lope de Vega en Las almenas de Toro y la más importante expresión teatral basada en el Cid: Las mocedades del Cid y Las hazañas del Cid (1618), de Guillén de Castro. Pierre Corneillese basó en la obra de Guillén de Castro para componer El Cid (Corneille) (1636), una obra clásica del teatro francés. Los románticos recogieron con entusiasmo la figura del Cid siguiendo siempre el romancero: por ejemplo, La jura de Santa Gadea, de Hartzenbusch y La leyenda del Cid, de Zorrilla. Además el novelista por entregas Manuel Fernández y González escribió una novela basada en sus aventuras y sus leyendas llamada El Cid, y Ramón Ortega y Fría] escribió una novela por entregas con el mismo tema en la misma época.
Fuera del teatro y ya en el siglo XX, cabe destacar las versiones poéticas modernadel Cantar de mio Cid que realizaron Pedro Salinas, en verso, y Camilo José Cela]]. Las ediciones críticas más recientes del Cantar, han devuelto la frescura y belleza a estos viejos versos; así, la más autorizada actualmente es la de Alberto Montaner Frutos que fue editada en 2000 para la colección «Biblioteca Clásica» de la editorial Crítica.
A mediados del siglo XX, el actor Luis Escobar]hizo una adaptación de Las mocedades del Cid para el teatro, titulada El amor es un potro desbocado en los ochentas José Luis Olaizola publicó el ensayo El Cid el último héroe y en el año 2000 el catedrático de historia y novelista José Luis Corral escribió una novela desmitificadora sobre el personaje titulada El Cid.
Bibliografía
- Reprod. facs. de la ed. de: [s.l.] : [s.n.], 1779, Cantar de mio Cid (2007) Ed. ABBAT ISBN 84-935643-0-3