El lavadero del río (Macotera)
Ahí está en ruinas, abandonado, pasto del tiempo como le sucede a su vecina la fábrica de harinas. Fábrica, río y lavadero cómplices activos de la mesa y de la economía del pueblo. Sólo nos ofrecen recuerdos y añoranzas de otro tiempo en que las cosas marchaban mejor en el pueblo. Aún veo, en la lejanía de mi recuerdo, a Juan Calderas con la azada abriendo y cerrando canteros o charlando con el paseante que se acercaba a la noria a echar un trago de agua. Los perales, los nogales, el árbol de ciruelas y los guindales, animando el cansino andar del burro cegado, cavando con su paso el sendero polvoriento e infinito de la noria.
La lanas entrefinas no quieren río, sí agua fina de río para lavar sus legañas. Los laneros macoteranos, con la llegada del colchón flex, se ven obligados a abandonar su mejor especialidad lanera: la comercialización y preparación de la lana de colchón, la churra. El tajo, la banasta y el hachuelo pasan a ser piezas de museo en el rincón de la panera. Para sobrevivir, hay que emplear la experiencia del oficio en la compra a comisión de lanas finas y entrefinas (tipos 2 al 5) para grandes empresas textiles catalanas, vascas y andaluzas. La relación con estas gentes y considerando los beneficios que podía reportar la venta de lanas lavadas y peinadas, hizo que los hermanos Morenito optasen por instalar en Macotera un lavadero de lanas merinas y entrefinas. En principio, la instalación quiso hacerse en el pueblo, pero el análisis de las aguas de sus pozos (muy crudas y calizas) no eran las adecuadas para el blanqueo y desengrase de las lanas. Se consideró que el agua apropiada era la del río y, entonces, se pusieron el contacto con el señor Ulpiano, el padre de los Calderas, que trabajaba una huerta de una hectárea en los aledaños del río, y lindera con el camino de los Dos Arroyos, lo que facilitaría el transporte de las mercancías. Se adquirió la finca y la primera operación que se hizo fue abrir un pozo en las proximidades del río de metro y medio de diámetro y cuatro de profundidad; aunque no era un gran pozo, el abastecimiento de agua para el lavadero estaba garantizado, pues se alimentaba con agua del río por medio de una tubería de uralita, que elevaba un motor de dos caballos.
La corriente eléctrica procedía de un transformador, que Domínguez tenía instalado en el matadero, y que ocasionó muchas horas de pérdida de trabajo, pues, siempre que hacía viento, llovía con fuerza o asonaba la tormenta, se fundían los fusibles y había que avisar a Julián, a Gregorio o a Tomás el jurado para que lo reparasen.
El edificio del lavadero se inició en 1953 y se cerró once años después, fecha en que abrió sus puertas el lavadero de las eras grandes, junto al cementerio. La gran nave era de adobes, que fabricaron a mencal los hermanos Rojetes a unos metros del solar; la levantaron los hermanos Cuerdas. La chimenea, el transformador y el depósito de agua se construyó de ladrillo y este trabajo creo que lo hizo Juan Antonio el Braulio.
El lavadero se compró en Sabadell. La maquinaria llegó en tren a Peñaranda, el primer vagón, el día de Todos los Santos del año 1952. El montaje lo llevaron a cabo técnicos catalanes. La caldera, para calentar el agua de las barcas y para proporcionar temperatura a la cámara de secado, se compró de segunda mano y, previamente, se utilizó para el funcionamiento de un barco. Se utilizaba como combustible carbón con alquitrán. El agua entraba en la caldera por medio de una bomba y de un motor de dos caballos; también disponía de un ventilador, accionado por un motor similar. El lavadero estaba compuesto por un batea con un motor de dos caballos, que disponía de un tambor con aspas para abrir, romper el vellón de lana y eliminar impurezas; tenía un fondo donde se depositaban las impurezas y que, cada día, había que limpiar. Para que la lana pasase al tren de lavaje, había una telera donde se echaba la lana y entraba en la primera barca.
Esta operación era manual, o sea, se precisaba la labor permanente de una persona. En esta primera barca, a la lana sucia se le aplicaba agua con sosa a unos 60º de temperatura y se la movía con una red de peines; la segunda barca disponía de una combinación de rodillos y la lana cruzaba a través de ellos, quedando bien exprimida; en las barcas dos, tres y cuatro, se le añadían al agua jabones especiales para proporcionar a la lana más blancura y suavidad; en la última barca, la temperatura del agua era más suave y no llevaba jabones ni detergentes. Cada seis horas se paraban las máquinas, se tiraba el agua sucia de las barcas y se lavaba con agua a presión las partes bajas de las mismas; a veces, la limpieza se hacía pasando el agua de la quinta barca a la cuarta y sucesivamente, para aprovechar más los productos del lavaje. El secadero era una habitación cerrada con tres puertas: una era la de entrada al interior para limpiar el tambor de pelo o cuando surgía un atasco; las otras dos, para extraer el pelote o lana muerta, que caía del tambor giratorio y, al final, contaba con un tubo para expulsar la lana fuera. El tambor era accionado por un motor de diez caballos. Las lanas, una vez preparadas, se enviaban a las fábricas textiles de Béjar, Cataluña y Valencia. Se lavaban dos mil kilos de lana durante las 24 horas. Al principio, el rendimiento del lavadero era positivo, pero, posteriormente, los costes y el rendimiento (rindo) de las distintas lanas (tipo 2, el 38 ó 40 por ciento; entrefinas, 44 al 50 por ciento), planteó la posibilidad de montar otro lavadero nuevo.
El envasado era rudimentario: se abría un foso en el suelo del almacén, se colgaba una saca vacía de un artilugio de hierro, se iba echando la lana y una persona la iba apisonando con los pies. La saca solía pesar treinta kilos, una vez llena. Se Lavaba también lana para Segis cuando trabajaba con sus cuñados los Barriles.
Entre las gentes que trabajaron en el lavadero, recordamos a Juan Antonio, el Pondera, guarda de noche; Juan Albarrán, Pepe Maruso, Juan Antonio Morenito, Diego el de la Posada, Juan el Moco; Lina ayudó a la abuela Isabel cuando estuvieron los montadores catalanes; Pedro Chaquetilla, Pedro Morenito, José el Pipi, Simeón Vadillo, Quico, Miguel Berrendo, Félix y Ángel Hojateros, Lucas Francis, Jesús Ajerillo y su mujer Juana, José Manuel y Jesús Manolajas, Lorenzo el Jorge, Mª Antonia Machaca, Félix Marusa, Beatriz Padilla, Andrea Cachucha, Paula Roble y Juanita, hija de guarda de la fábrica de Domínguez.
<br= "clear">