El pocillo y el puente de Melchor (Macotera)
Cuando el Ayuntamiento decidió abrir el pozo de agua buena en los aledaños de las eras grandes, las mozas acogieron con albricias la noticia y fueron muy secundadas por los mozos; y eso que estamos hablando de mediados del siglo XIX, cuando el recato y las modosidades eran normas de buenas costumbres y ejemplares conductas. Y, aunque se pretendía encorsetar a la juventud, la sangre hervía naturalmente y la pasión afloraba sin desmayo. Las parejas tenían el baile en la plaza hasta la oración y para de contar para el resto de la semana; a pesar de estas limitaciones, reivindicaban con los ojos y el silencio respetuoso un poco de condescendencia paterna para poder encauzar ese torrente de amor, que brotaba y anegaba orillas. La noticia de abrir un pozo de agua buena fue noticia esperanzadora para las chicas: una ocasión de tener un pretexto para ver un rato más a la semana al hombre de sus sueños. La inauguración del pozo, dejó a un lado el caldero, la soga y la polea e implantó la moda del cántaro de barro. No daban tregua los alfareros de Alba y Salvatierra. Se desmadró tanto la costumbre de ir a por agua a los pozos, que el señor alcalde, en 1865, colgó de la “mimbre” el siguiente bando: “Yo el alcalde, hago saber que ha llegado a mis oídos noticia del poco decoro que guardan algunos jóvenes de ambos sexos, cuando van, mayormente, por las tardes a buscar agua a los pozos públicos; y, sin consideración, por otra parte, de la falta que cada cual hace en las casas de sus padres, se están las horas enteras con los cántaros llenos o vacíos, dando con esto lugar a la reunión crecida de personas.
No se permite a ninguna persona estar parada en los pozos públicos y se prohíbe la reunión en los mismos bajo la multa de medio duro cada cuatro personas”. Enmudeció el respetable juvenil. Como hemos conocido, existieron dos pozos de agua buena: el del Encañao, llamado Pocillo, y el de la salida del prado, conocido por Pozuelo. El agua se sacaba a polea hasta 1893, en que el Ayuntamiento compró a Moneo de Salamanca dos bombas elevadoras de agua. En ese tiempo, también se consideró colocar sobre ellos unas cubiertas de hierro; las tapaderas eran necesarias, porque, unos años antes, se habían visto flotar sobre el agua del Pocillo restos de animales muertos; ordenó se limpiase, ya que existe repugnancia entre los vecinos y dejan de ir a buscar agua. A finales del siglo XIX, se construyó sobre el Pozuelo una caseta con piedras y cal; posteriormente, se hizo lo mismo con el Pocillo y, a la vez, se construyeron dos pilones para aprovechar el agua que rebasaba de los cántaros. Hacia 1940, se acordó crear dos puntos más de abastecimiento de agua, dos fuentes: una en la plaza y otra, en la plazuela de la calle Oriente; para ello, se construyó un depósito en el sitio donde hoy está ubicado el Velatorio, muy próximo al Pocillo; se instaló un motor en el pozo, que elevaba el agua hasta el depósito y, desde aquí, por medio de una red de tuberías se abastecía a las dos fuentes. Las fuentes y los pozos estuvieron al servicio público hasta que se montó la actual red de alcantarillado y abastecimiento, hace treinta y seis años.
El regato separaba las eras del casco urbano; se accedía a ellas a través de los pasos o vados abiertos en la plaza de la Leña, a la vera de la vivienda de Melchor Izquierdo y en la confluencia con la calle Horcón. Eran frecuentes los barrizales en los tres tramos, sobre todo en el invierno, por el continuo ajetreo de yuntas y carros; pero el que entrañaba serios problemas en la circulación por su mayor profundidad y uso era el aledaño a la casa de Melchor. Era urgente tomar medidas por las dificultades que entrañaba el trajín diario del personal.
Entonces el Ayuntamiento, presidido por Melchor Izquierdo, decide construir un puente sólido y amplio en este lugar, porque era el punto que reunía las condiciones propicias por su situación y tránsito. Se alzaron dos buenos pilares de hormigón en los laterales, se montaron sobre ellos varias vigas de cemento y se recubrieron con una gruesa capa de hormigón, y se alzó la barandilla protectora de hierro fundido con los extremos rematados en semicírculo. Como prueba de su firmeza, cuando se canalizó el regato, las máquinas se las vieron y desearon para deshacer su infraestructura.
A modo de anécdota, me viene a la mente el recuerdo infantil de las pandas del puente (Manolo Madriles, Manolo Peruñín, José María Mendín, Juan Antonio Semanas, Eugenio Bolero, Paco, Silvestre Dulio, Miguel Mona y Vidal el Pintor, no había forma de ganarles al fútbol), los Catalines, los Bedijas, los Pachines., los Patastuertas, Gallique, los Echatierra, los Capuchos, los Sacristanes, los Violetas, los Bellotos, los Zapateros, los Nurris, los Semanas, los Monas, los Madriles... ¡Yo qué sé! De este rincón queda bien poco; por eso, la lámina de José Luis hace historia.
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