El primer Libro de difuntos

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El primer libro de difuntos, que ha llegado hasta nosotros, data del 20 de agosto de l585. La primera persona inscrita en este manuscrito es “Sabina Ximenez, muger de Marcos Ximenez”. Estaba ordenado que, cuando una persona fallecía, a los tres días, se presentase un familiar con el testamento en la vicaría, para que el cura tuviese conocimiento de las mandas de misas y responsos del difunto, como “reparación de los extravíos de su ánima”. Este requisito era exigido con la mayor severidad del mundo, pues había familiares que, si podían escabullirse del pago de las misas encargadas por el difunto, lo hacían con el mayor descaro; por eso, los curas estaban atentos a lo escrito, pues, de ello, dependía su condumio.

A modo de ejemplo, expongo la voluntad de la primera persona apuntada en el libro de difuntos en relación con su ánima: “Sabina Ximenez, muger de Marcos Ximenez, mando por mi ánima lo siguiente:

Primeramente, mando el día que Dios me llebare una misa con vigilia como es uso e costumbre; item, mando ttres misas a la Santísima Trinidad; item, nuebe misas a Nuestra Señora; item mando siete misas a las siete angustias de Nuestra Señora; item, mando cinco misas a las cinco plagas, item, mando doce misas a los doce Apóstoles; item, mando ottra misa al ángel de la guarda; item, mando ottra misa a sant Miguel; ottra a sant Bartolomé; item, ottra misa a Nuestra Señora del Rosario; item, mando se ofrendar un año de pan, vino y cera, y sea el bodigo cada semana de medio celemín y medio de arina, e le llebe Cathalina Sánchez, mi nuera, y le den por su trabajo dos ducados, una jofaina y un paño de lienzo bueno. Dexo por testamentarios y cabazaleros a Gonzalo Ximenez, alcalde, e a Pero Celador, mozo, vecinos de Macotera”.

Según vamos leyendo cada una de las partidas, nos encontramos con detalles muy curiosos, que nos van proporcionando luz para esclarecer aún más muchos rincones de la vida del pueblo. Entre ellos, confirmamos la existencia de las ermitas de Santa Ana, de la Virgen de la Encina y de la Veracruz a finales del XVI. Casi todas las personas, que testan, dejan alguna medida de trigo o alguna joya a la Virgen:

“Mando media fanega de trigo a la señora de Santa Ana, media fanega a la Vera Cruz, media fanega a nuestra Señora de la Encina, a la hermitta de san Gregorio...” La mujer de Juan de Terracos, el 4 de octubre de 1592, regaló a la Virgen de la Encina un collar de oro y un tocado.

Estamos hablando de finales del siglo XVI, (1585). Otra curiosidad: cuando alguien fallece en el barrio de Santa Ana, lo expresa como sigue: “Francisco Bárez de Santana”. No es extraño que así se manifieste cuando se trata de un forastero: “Cathalina Martín, muger de Francisco de Monterrubio; Juan Durán de Gajates”, pero, tratándose del mismo pueblo, te sorprende un poco.

Volvamos a la ofrenda del bodigo de cada semana y al agasajo que se da a la persona que se elige para hacer la oblación. La difunta, antes de fenecer, designa a la persona que ha de llevar la ofrenda en misa en su nombre. Suele ser un familiar. A su vez, le otorga una limosna, que acostumbra a ser en dinero y en especie: “Los dos escudos y una sábana de lienzo de dos piernas, un paño de hilado, un candelero y una jofaina”.

Los más pudientes eran muy espléndidos en su testamento con la iglesia: trescientas misas, o ochenta, o cien ochenta, o un centenario a San Amador o un trentenario a San Bartolomé, que eran treinta y tres misas. Tampoco faltaba la media fanega a las ermitas de Santa Ana, de la Virgen de la Encina, de San Gregorio, de la Vera Cruz y de la Salutación. San Roque no se quedaba sin el rescaño de algún devoto.

El libro de difuntos nos arrima de soslayo alguna curiosidad. Los gallegos venían a segar a nuestro pueblo. Dormían en pajares o al sereno, y, cuando caían enfermos, eran recogidos en el hospital. Aquí murió Pedro gallego, segador, el día 30 de julio de l608.

Otros apuntes interesantes: la muerte de Juan Pajares, fundador del Hospital de la plaza, el 15 de octubre de l601 y el origen de la limosna a los pobres: “Mando que las ttres Pascuas del año se den a los pobres, cada Pascua, una fanega de pan”.

En 1615, murieron los médicos, Manuel Bárez y Juan Martín de Azofra, éste ultimo mandó que se le enterrase delante del altar de la Esperanza y pagó por el rompimiento de la sepultura 1.000 maravedíes. En 1610, falleció en el hospital un soldado montañés de la compañía de Cristóbal Rojas, que llegó por aquí andrajoso y malherido. Dejó como herederos a Juan, Giraldo y Rafael, y a una hermana de éstos, cuyo nombre ignoraba.

Leemos el testamento de Juan Gutiérrez (año 1689), macoterano hacendado e influyente, que legó ochenta reales, importe de ocho varas de paño de Villanueva de Gómez, para los cuatro pobres que le llevaran de su casa a la iglesia el día de su entierro, a dos varas por cabeza. Éstos fueron: Juan de san Juan, Martín Durán, Manuel Hernández Moraniego y Juan Jiménez Macotera. (Como podéis observar, Macotera fue también apellido). El mismo señor dejó doce reales como pago de los tres responsos que pidió le rezaran de su casa a la iglesia; y otros nueve por que sacasen la cruz de plata para su entierro. Su nieto salió bien parado, pues le legó ochocientos reales para ayuda de sus estudios.

Otro dato, que hemos podido confirmar, es la existencia del mote como medio de identificación de las personas. Al final de cada nombre, aparecen apodos como el Sordo, la Muda, la Pañera, el Alto, el Escurrajas, el Carpintero, el Herrero, el Fraile, Carruco, Candonga, Bodegas, Perrengue, Horumbela, Morañiego, Escultor, Moreno, Piteas, Alonsillo, Cazo, Andajo, la Corza, la Tomasa, Garrumbo, Pincharranas, el Pulgo, la Zarcieta, Gavilán, Antón, Berbique...

Inmigrantes franceses

Si nosotros invadimos Francia por los años sesenta, ellos también sintieron la necesidad de abandonar su patria y hogar para rebuscar, en la España del oro americano, un rescaño de pan. Sabemos de la existencia de la colonia francesa en Macotera, a finales del XVI y primera mitad del XVII, por el libro de Difuntos de la parroquia, que nos informa que los fallecidos de la colonia gala se enterraban en la capilla de Nuestra Señora del Rosario. El francés, Luis Nolleta, dice en su testamento:

“Me mando entterrar en la yglesia parroquial de estte lugar en la sepultura donde esttán sepultados ottros compañeros del mismo reino de Francia, en la capilla de Nuestra Señora del Rosario” (1607). Se hizo lo mismo con Andrés García, Guillermo Montenegro, Juan del Fresno, Bernardo Montero y Antonio Roquete. Estos individuos procedían de la región central de la Overni. Desempeñaban el oficio de caldereros, o sea, que fabricaban todo tipo de alquitaras, cántaras, pucheros, aceiteras y candiles. Eran grandes estañadores y disponían de respetables talleres con sus correspondientes criados. Guillermo Montenegro tenía clientes en toda la zona. En su testamento, ordena a su criado Juan Aris y a sus paisanos, Juan del Fresno, Pedro Bornoun y Juan Bijer, que revisen el libro de apuntes, hagan inventario de sus bienes y vean las deudas que tienen contraídas con él las gentes del pueblo y de otros lugares. Una vez pagado el testamento, en el que se detallan el número de misas rezadas y cantadas por su ánima, por la cantidad restante, nombra heredero a su hijo Nicolás, y si fuere muerto, a su muger María Martín, y si fuere muerta, a su hermana Antonia Montenegro, residentes en aquel reino de Francia.

Otros caldereros, que gozaron de gran estima por parte de los macoteranos, fueron Andrés García y Juan del Fresno. Andrés García tenía su residencia en el “Burgo ondo” (Ávila). Tenía mujer e hijos en Francia. Cuando falleció, hicieron recuento de sus bienes, y la iglesia se quedó con un quinto para misas y mandas; le prepararon entierro de tres curas, le aplicaron cientos de misas, limosna de pan y vino a los pobres, bodigo semanal de un celemín. Lo restante se entregó a la justicia de Alba de Tormes para hacer depósito para sus herederos.

Juan del Fresno, mozo soltero, por la cantidad de misas que dejó y limosnas, debió de vivir como un general:

“Mando a la yglesia de este lugar 500 reales con la obligación de decirme todos los años, perpetuamente, una misa cantada con órgano el día de san Francisco y me entierren con el hábito de san Francisco”.

14 de agosto de 1741, murió Juan Rafael, marido de Margarita la “Zarcieta”, natural de Airos, parroquia de san Martín, obispado de san Flor (Francia). Pidió en su testamento le enterrasen en la sepultura de Juan de Fresno. El día 15 de julio de 1768, tropezamos con la siguiente noticia. Escribe el cura de turno (de semana):

“Di sepultura a un pobre de solemnidad que trajeron de Santiago de la Puebla y le dejaron a la puerta de Blas Hernández, vecino de este lugar sin dar parte a persona alguna de que estaba enfermo. Cuando Blas vino con su mujer de misa, hallaron el muerto. No se supo de dónde era ni de cómo se llamaba”.

Hasta 1764, no se anotaban en el Libro de Difuntos las partidas de los párvulos difuntos. El obispo, ese año, ordena “las extiendan todas en adelante con expresión del día, mes y año, de sus nombres y los de sus padres, y firmarlas en la misma forma que las de los adultos”..


Medida drástica

En la visita del 26 de julio de l751, el representante del obispo comprueba que las misas demandadas por los difuntos en sus testamentos, no se pagaban como era debido:

“Aún quedan por cumplir 262 misas, su Ilusttríssima manda se paguen dentro de quince días, y pasado no lo cumpliendo, los curas los compelen por embargo y ventta de vienes”.

Le produce a su Ilustrísima justo dolor y sentimiento la causa de tanto olvido y descuido en muchos herederos y testamentarios. Encarga a los curas que desprecien las falsas excusas que cada uno pretexta para no cumplir los testamentos. Su Ilutrísima llega a manifestar:

“Eso es querer que abrasemos la hacienda; ha de ser la conclusión: pegarla fuego, que menos inconveniente es que se queme la hacienda, que el que se abrasen las almas”.

Más datos sobre difuntos

El día 14 de octubre de 1790, murió Silvestre Jiménez de Santiago en el Santo Hospital de este pueblo.

El día 12 de octubre de l793, falleció José Walias por sofoco en una bodega motivado por el vaho.

El 10 de febrero de 1788, el cura de Macotera certifica:

“En el día 12 de febrero de 1788, se me entregó el testimonio siguiente: Yo, Antonio Martínez Montes, escribano del Ayuntamiento de la villa de Villascastín, doy fe que, el 31 de enero de este presente año, en la tarde, llegó a ella el que parece ser llamado Antonio Blázquez, alias Garrumbo, vecino del lugar de Macotera, tierra de Alba, quien venía a trabajar al nuevo canal del puente del Rematal, en el que había padecido varias indisposiciones y aún continuaba en ellas, y habiéndose recogido en la casa de Nicolasa Izquierdo, viuda de esta vecindad, en el día de la fecha, a las once de la mañana, falleció; y como parece de las declaraciones y reconocimiento del médico y cirujano de esta villa, muerte natural sin haberle advertido lesión alguna".

Y para que conste, como que su convecino, Antonio Ximénez Casado, conduce al lugar del referido difunto y para entregar a su mujer una capa anguarina y alguna otra ropa de poco valor, que se halló sin otra cosa. Manda10 misas para descargo de su conciencia y por penitencias mal cumplidas”.

El año 1885 fue un año negro para el pueblo, debido a que se ensañaron con su población dos grandes epidemias: el serampión que segó la vida de 137 niños; y el cólera morbo, la de 80 personas (18 hombres, 45 mujeres, 12 niños y 5 jóvenes).

El cólera morbo apareció el día 20 de agosto de l885, y su primera víctima fue María Hernández, natural de Horcajo Medianero y vecina de Macotera, de 32 años. Estaba casada con Gabriel Sánchez Celador. La peste duró desde el 20 de agosto hasta el 19 de septiembre, justamente, un mes. La última persona fallecida por causa del cólera fue Micaela García, de 26 años, consorte de Juan Blázquez Horcajo. La enfermedad incubó, principalmente, en las mujeres que sufrieron el doble de bajas que los otros tres colectivos juntos: hombres, jóvenes y niños.

La situación socio - económica del pueblo era deplorable. Este cúmulo de pobreza y de miseria movió los más profundos sentimientos del obispo, el Padre Cámara, quien decidió la construcción del hospital de Santa Ana.

El día 12 de enero 1888, Marcos Carabias, de 58 años, natural de Alaraz y vecino de Santiago de la Puebla, falleció ahogado en un canal de riego en el término de esta villa el día anterior.

En 1802, escribe el párroco: “Di tierra a Francisco Sánchez Castro, natural de un pueblo distante una lengua de Murcia, se casó en Barajas, obispado de Ávila. Declaró, al mismo tiempo, ser noble”.

En 1803, a Paula Hernández Cuesta (de 10 años de edad) no recibió sacramento alguno por haberse ahogado en la Fuente Arriba. A Francisco Peña Cascarejos, vecino de Santa María de las Hoyas, obispado de Osma, y conjunto (esposo) que fue de Mª Antonia Modamio, un compañero suyo, Carruco, dispuso se le enterrase con misa de cuerpo presente. Falleció, a los 33 años, de fiebre ardiente.

En 1813, murió, en la taberna del lugar, un pobre, natural de Hornillos, recogido en un pajar de Julián Hernández de esta vecindad (pajar de los pobres). El mismo año, José Polo, natural de Pedrosillo y vecino de este pueblo, falleció como consecuencia de haberlo cogido una rueda del carro y hallarle ya muerto; Ambrosio Caño, vecino de El Cabaco, quien viniendo a este pueblo con su carro de carbón, se trastornó, cogiéndolo debajo, y lo hirió de muerte.

El 20 de junio de l835, cayó una tormenta espantosa, “Pedro y Antonio Bautista Sánchez, hijos de Miguel Bautista y Teresa Sánchez fueron enterrados el día 21 de junio. No recibieron sacramento alguno por haber muerto ahogados en el río de resultas de la tempestad que acaeció en el día anterior”.

El 28 de agosto de 1839, falleció Manuel Sánchez Quintero a resultas de la caída de un carro.

El 9 de marzo de l841, se enterró a Emeterio Martín, natural de Chagarcía, casado, con 24 años, de profesión pastor. Murió fusilado por una partida de soldados del Provincial de Salamanca y enterrado en Macotera.

El día 17 de mayo de l843, falleció ahogado en una charca el niño de cinco años, Juan Alonso Rubio Caballo. Sus padres se llamaban Alonso y Alfonsa.

El día 10 de octubre del mismo año, falleció de muerte violenta ocasionada por la explosión de un arma de fuego, Gregorio Mendo, de 44 años, pastor.

A finales de mayo de l846, los niños Antonio, hijo de Juan Jiménez e Isabel Hernández, y Mª Francisca, hija de Alonso Hernández y Francisca Prieto, ambos de cinco años de edad, fallecieron a resultas de las contusiones que sufrieron por los escombros de una pared que se arruinó en casa de Juan Jiménez

Muertos a mano de los franceses (1812)

“ En la parroquia de este lugar de Macotera, el día 20 de noviembre de 1812, yo, don Pedro Maestre, beneficiado cura párroco de este lugar, di sepultura eclesiástica al cadáver de un capitán español que dijo ser del Condado de Niebla, según se le llegó a percibir. Lo trajeron los franceses prisionero desde Madrid. Llegó tísico y asmático, que no podía apenas hablar por las muchas manifestaciones de dolor que manifestaba. Recibió el sacramento de la penitencia y el de la extremaunción. Parecía ser como de 35 años de edad, y para que conste lo firmo. A cuatro días depués, se le aplicó la misa de cuerpo presente”.

Don Pedro Maestre, el 20 de noviembre de l812, dio sepultura eclesiástica al cadáver de José Hernández, natural y vecino que fue de este lugar, y marido de Antonia González, quien no recibió sacramento alguno por haberlo traído muerto al pueblo de una bala de fusil por los franceses en la cara, que apenas era reconocido. Su mujer mandó después se le aplicase la misa de cuerpo presente, habiendo fallecido a los 44 años de su edad.

El día 10 de noviembre de l812, Alonso Bueno Sánchez, natural de este lugar, falleció a los 69 años de edad de resultas de los golpes que le dieron los franceses.

El 22 de diciembre de 1812, Juan González Villafáñez falleció a los 56 años de edad de calenturas y sofocación que padeció por persecución de los franceses.

Enfermedades más frecuentes

Entre las causas de defunciones producidas a lo largo del siglo XIX, se hallaba:

- El carbunclo, una enfermedad infeciosa que el hombre sufría por contacto con los animales, principalmente, ovejas, vacas y bueyes.

- El tabardillo o tifus que se propagaba a través del piojo.

- La tisis o tuberculosis pulmonar.

- La hemoptisis, hemorragia pulmonar; dolores de pecho o infarto.

- Tumores.

- Pulmonía.

- Calenturas malignas.

- Parto y sobreparto.

El abanico era amplio y, casi en todos los casos, motivado por la falta de higiene y por la carencia de medicinas adecuadas. Las sangrías, las cataplamas, los vahos y las lavativas eran los remedios milagrosos. Hoy, muchas personas hubiesen sanado sin ningún tipo de problema.

Las enfermedades más frecuentes entre los niños se encontraban la disentería, el sarampión y tosferina. En 1839, se produjo una gran epidemia de viruelas, que se llevó consigo cuarenta y un niño.

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Articulo extraido de la bibliografía de Eutimio Cuesta Hernández sobre Macotera. Cedido voluntariamente por el autor macoterano. Muchas gracias por colaborar en este proyecto.