Emigración (Macotera)
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Macoteranos en las Indias
[[Quien quiera quitarse de trabajos y ser rico, que venga conmigo a ganar y poblar. Poema de Mío Cid, versos 1.245)]]
“De acuerdo con la doctrina social católica, la emigración e inmigración es un derecho natural, innato a la persona humana, como consecuencia de la libertad de movimiento y derecho al trabajo”.
Pueblo español, pueblo de emigrantes desde la misma cuna de la Reconquista. Los pueblos montañeses de Asturias, Burgos, Cantabria y País Vasco no se acoquinaron a la hora de abandonar su tierra para bajar a repoblar los terruños yermos de Castilla.
Una vez, se descubre América en 1492, a la población hambrienta, se le ofrece trabajo y la posibilidad de ser rico allende del mar. No era tan fácil hacer la travesía, había que contar con un permiso especial que, únicamente, podía expedir el propio rey. Para poder conseguir esta licencia, se exigían muchos requisitos, aunque la picaresca hizo de las suyas. El informe del alcalde y regidores del lugar de procedencia del aspirante era imprescindible. A la solicitud, había que acompañar una hoja de buena conducta, avalada por la declaración de varios testigos. Éstos, previamente, tenían que responder a un interrogatorio que contemplaba varios aspectos:
- Si conocían al solicitante y a sus ascendientes maternos y paternos, tanto de vista como de trato.
- Si se trataba de un cristiano viejo (limpieza de sangre), es decir, que no descendía de moro ni de judío.
- Si había nacido de legítimo matrimonio, y de su origen hidalgo, en el caso de que se diese esa circunstancia.
- Cuáles eran sus rasgos físicos más destacados, así como su edad y estado.
- Confirmación de la declaración de los testigos por parte de las justicias del lugar donde se hubiera realizado.
Pero los trámites administrativos no finalizaban con el informe de la autoridad local ni con la declaración de los testigos, pues, una vez, en Sevilla, el pasajero debía comparecer ante el presidente y jueces de la Casa de Contración para que éstos comprobasen la veracidad de los datos. Cotejados éstos, aquéllos le autorizaban el embarque haciendo constar en él la edad y señas de la persona, así como el lugar de destino y el nombre del maestre del navío en el que haría el viaje.
Si faltaba algún requisito y, para que no se demorase demasiado la partida, los oficiales de la Casa de Contratación exigían al viajero una fianza durante el tiempo, en el que el interesado o su familia podía reunir la documentación demandado. En el currículo del cada viajero destacan sus rasgos físicos: alto de cuerpo, bajo de estatura, carirredondo, nariz aguileña, blanca de rostro, una señal de herida, mellado de los dientes, y referencias morales o alusiones a otros familiares que se habían trasladado a las Indias con anterioridad.
En "La emigración castellana y leonesa al Nuevo Mundo (1517 - 1700)" de Mª del Carmen Martínez Martínez, (pag 213), se relaciona el número de emigrantes de la comarca de Peñaranda durante el siglo XVI:
[[“...del noreste de la geografía salmantina salen, entre otros, de Cantalapiedra, 22 ; de Palaciosrubios, 5; de Zorita de la Frontera, 3; de Rágama, 3; de Villoria, 12; de Babilafuente, 12; de Aldeaseca de la Frontera, 11; de Macotera, 2; de Mancera, 1; de Santiago de la Puebla, 4; de Peñaranda 26 y de Alba, 57”.]]
En los “Libros de asientos de pasajeros” de la Casa de Contratación, publicado por Cristóbal Bermúdez Plata, hemos encontrado el nombre de uno de los emigrantes macoteranos a las Indias; no aparece el nombre del segundo. Los datos del macoterano se recogen en el número 2.828 del citado libro y éste es su apunte: “Sebastián Martínez, hijo de Esteban Martín y de María García, vecinos de Macotera.” Partió a las Indias el 23 de marzo de 1526. No cita el destino ni la nao en que partió, pues los primeros marcharon como conquistadores y no llevaban un destino determinado.
Soldados macoteranos en las guerras europeas
“La emigración podía ser de intención temporal o definitiva. Emigraron por un período de tiempo concreto los cargos eclesiásticos, los empleados en la burocracia, los soldados y los capitanes del ejército; así salieron, por ejemplo, un cierto número de vecinos de Macotera y de la tierra de Alba, enrolados en las tropas que, en el siglo XVI, marchaban hacia Europa y hacia África bajo el mando del Duque de Alba; sin embargo, algunos de estos militares no regresaron, porque la muerte los sorprendió lejos de su tierra, a veces, en campos de batalla situados en dominios extranjeros, como relatan la mayoría de nuestras historias locales. La emigración se planteaba por un plazo de tiempo e incluso con intención definitiva cuando la causa de la partida era económica”.
(Clara Isabel López Benito, en Historia de Salamanca III. en la página 297)
En lo que Clara Isabel llama emigración con intención temporal, podemos incluir la participación de las tropas del Duque de Alba en la guerra de Granada y en la conquista del Reino de Navarra. En 1491- 92, las tropas de don Fadrique, el nuevo duque de Alba desde 1488, participan activamente en las campañas finales de la guerra de Granada. Anteriormente, en julio de 1475, el duque, don García, sirve a los reyes con 800 lanzas, 400 hombres de armas y 400 jinetes, una de las aportaciones más importantes de la nobleza castellana. Estas tropas estaban integradas por gentes vasallas procedentes de Alba y su tierra y otros mecenazgos propiedad del duque. Sin duda, había muchos macoteranos incluidos en este cuerpo de ejército, que obtuvo resonantes éxitos en las distintas guerras, y que le proporcionaron al Noble (al duque) grandes prebendas y privilegios, que recayeron, luego, en provecho de la tierra. Posiblemente, la construcción de la iglesia de Macotera fuese un reconocimiento del duque a los servicios prestados por nuestros soldados.
El macoterano es del mundo
Como habéis podido comprobar, el macoterano, desde que el mundo es mundo, es amigo de la alforja y de la manta. Un trotamundos o correcaminos. Es el rasgo que nos definió siempre y por el que nos conocen en todos los rincones del orbe.
Los primeros años del siglo XX son testigos de numerosas expediciones de emigrantes macoteranos. “La voz de Peñaranda”, semanario comarcal, el día 14 de febrero de 1919, lo cuenta así:
“En las primeras horas del día pasaron por nuestra población de Peñaranda 150 ó 160 hombres, la mayoría jóvenes, y todos vecinos de la inmediata villa de Macotera, que, a pie, se dirigían a la inmediata villa de Cantalapiedra con objeto de salir en el tren con dirección al Norte de España, y después, según se dice, internarse en Francia.
Dos o tres días antes, habían pasado por Peñaranda, también para Cantalapiedra y también con el mismo objeto, cincuenta y tantos hombres jóvenes del mismo pueblo de Macotera.
De este pueblo y de otros muchos, Santiago, Alaraz, son muchísimos los vecinos que emigran a lejanas tierras seducidos, engañados mejor dicho, ¡infelices!, por el señuelo de un jornal muy crecido.
El hecho de adquirir billete y efectuar el viaje desde Cantalapiedra, y no desde Peñaranda, como parece natural, y realizando el viaje a pie hasta dicha villa, se explican algunos por el deseo de acortar la distancia y hacer menos costoso el viaje.
Es dolorosa la marcha de estos coterráneos nuestros, brazos productores que abandonan sus familias, sus seres queridos, por el deseo de encontrar un mejor bienestar, que muchos no han de encontrar. La clase agrícola debe percatarse del problema que se echa encima con la falta de brazos”.
La nota que divulga “La voz de Peñaranda” es muy ilustrativa para nuestro propósito. Tenemos noticia familiar que, primeramente, en ese año 1919, salió una expedición hacia Francia, y regresó andando pidiendo por los pueblos hasta llegar a casa y que, al poco tiempo, muchos obreros, e incluso familias enteras, toman la decisión de emigrar a los Estados Unidos. En California viven cientos de descendientes de macoteranos, y, si vamos a Cuba, Venezuela, Buenos Aires, Santo Domingo o a cualquier parte, sucede otro tanto de lo mismo.
Benito Pérez Galdós, en su novela, “El caballero encantado”, página 31, nos cuenta:
“Un día entró Bálsamo a la cámara del señor cuando éste salía del baño, y poniéndose la careta más fúnebre le dijo: “Señor, los colonos de Macotera se han visto abrumados por la renta... Reunidos todos, me han notificado en esta carta que no pagan, que abandonan las tierras, y, reunidos en caravanas con sus mujeres y criaturas, salen hacia Salamanca, camino de Lisboa, donde se embarcarán para Buenos Aires. En el pueblo, no quedan más que algunas viejas, fantasmas que, rezando, pasean por las eras vacías”.
No sé en qué dato se apoya Galdós para hacer este comentario, posiblemente, por la fama que se ganó Macotera como pueblo emigrante, como, posteriormente, se le reconoció como pueblo levítico.
Emigración masiva, 1961
Algunos opinan que la emigración no es beneficiosa, por cuanto supone la cesión de los elementos humanos más jóvenes. Esta aseveración puede ser válida si enfocamos nuestra mirada desde la corta mirilla de un país, pero conviene puntualizar que el hombre nace, por casualidad, en un lugar, pero que el mismo hombre es un sujeto del mundo, y el mundo es redondo y todos los puntos son principio y fin al mismo tiempo. Me pregunto en frío ¿qué hubiese sido de Macotera y de los macoteranos si los conventos y seminarios, Oñate, Francia, Cataluña, California y mil lugares hubiesen cerrado su frontera? Si, en ese lugar en que se nació, “no había pan para todos, buenas son las “tortas” de la emigración”.
Sabemos que es duro el desarraigo de la tierra, de la familia lejana, de la añeja moral, de la cultura de siempre, del idioma sempiterno... Cosas digeribles; en cambio, lo que no se sobrelleva bien es el hambre. Y ante el hambre, no hay lindes ni remilgos.
Por otra parte, la emigración, además, de darte el “modus vivendi”, que te negaron en tu casa, tiene unas grandes ventajas que tienen que ver con el enriquecimiento de la experiencia, con el conocimiento de un nuevo idioma, con el descubrimiento de un nuevo mundo con otras costumbres, con otra cultura y con otra libertad de pensamiento. No hubiese sabido nunca que la barra del paraguas se llama tingla, si las muchachas de mi pueblo no hubiesen marchado a trabajar a la fábrica de paraguas de "Hijos de Juan de Garay" de Oñate. Y es que, en esto de la emigración, se han salvado muy pocos. Casi todos hemos tenido que salir del pueblo: unos de niño, otros de jóven y de edad madura.
Además, no debió de ser muy dura la marcha, puesto que “no faltaban ni la guitarra ni la animación ni el jolgorio en las partidas. Estaban alegres. Quienes se quedaban tristes eran los familiares que acudían a despedir a los hijos”. Cosas de estas, con sus respectivos pies de foto, se pueden releer en alguna crónica de El Adelanto de aquellos años. Y los propios emigrantes hemos descubierto también que Dios está en todas las partes, para tranquilidad de aquel padre que le recomendó a su hijo: “Tú pórtate bien. No dejes de ir a misa todos los domingos, y verás como el señor te ayuda”. En Macotera, antes de la primera salida, el cura les despidió con una misa en la ermita y con la distribución de una estampa de la Virgen de la Encina. (Algunos aún la conservan en su cartera).
Y aquellos que venían de vacaciones y se llevaban consigo a algún jovenzuelo, le animaban: “No te preocupes por el habla, muchacho. En Francia, te enseñarán tu trabajo y para trabajar no hace falta hablar. Después, cuando tengas que comer y dormir, te darán la comida y te indicarán la cama. Tú con decir “mersi bocú, mesie”, está todo dicho.”
Me resulta difícil tratar con rigor la emigración macoterana al extranjero por su dispersión y porque no se conservan datos de antaño en el Instituto de Emigración de Salamanca. Por ello, he optado por echar mano de la experiencia de José el Cabra y de su cuñado Antonio Seisdedos, dos de los integrantes de la primera hornada de macoteranos, que, en abril de 1961, partió hacia Francia rumbo a los Alpes. “El trabajo no era un regalito: la corta de pinos. La operación entrañaba un peligro terrible. Los pinos habían crecido en una ladera empinada y el abismo te esperaba abajo. Para poder serrar un tronco teníamos que agarrarnos a otro, porque, al menor descuido, te precipitabas a tumba abierta” “Vivíamos en barracones y fuimos engañados”, - me cuenta José. No aguantaron más que quince días.
“En un autocar, llegamos a Grenoble y, con tanta curva y vericueto, el piso del vehículo parecía una piscina”. Seguieron viaje hasta Lyon, y tres días a pan y agua, les dieron de comer en un restaurante pequeño. “Entrábamos de siete en siete. Teníamos más hambre que los pollos de Manolo”. La mayor parte regresó a Macotera sin cumplir el contrato. “Quedamos unos cuantos: Antonio el Seisdedos, mi hermano Mateo y yo. No recuerdo si permaneció alguno más. Hablamos con un refugiado político español, encargado del Instituto Nacional de Emigración, y él nos buscó un nuevo trabajo.”
Teníamos tres opciones: fábrica, construcción y agricultura. Nosotros elegimos agricultura, pues era un trabajo que conocíamos bien del pueblo”, dice Antonio Seisdedos.
Regresaron en Navidad y, poco después, José marchó a rozar al campo de Salamanca, a la finca Turra, cercana a Vecinos, propiedad de don Alipio Pérez Tabernero. “Me harté de trabajar con el pico y volví a Francia de turista, con dos c.. y un palo”.
En aquellos años, Francia estaba en guerra por la independencia de Argelia. “Recuerdo que la señora Anita la Gala le dijo a mi madre, Quica la Bellota: “¿Cómo dejas ir a tu hijo a Francia si están en guerra?”
En este segundo viaje, a José el Cabra le fueron mejor las cosas. Entró a trabajar en R.B.A (Resines y Barnices Artificiales), una fábrica de productos químicos, desde marzo del 62 hasta junio de 69. De aquí, ingresó en una filial de la Renault hasta que, en el 77, decidió volver a España.
“Nos exprimían lo que podían y, si les daba la ocasión, se quedaban con alguna perra; en cambio, nos dieron un trato correcto. La cosa cambiaba a nuestro favor una vez conseguías la carta de trabajo”, - me comenta Antonio Seisdedos. Con sus ahorrillos, José puso un negocio en Salamanca. No le ha ido mal. Ya se ha jubilado y se entretiene en una parcela de recreo, con jardín, árboles frutales, unas cepas y hortalizas.
Añora de Macotera la convivencia, la amistad de la gente y los juegos de infancia. No ha olvidado aún la paliza que le dio su madre por faltar a la escuela por el vicio al juego.
Cada uno tendrá su propia vivencia con sus anécdotas y trapisondas, que nos hubiese gustado conocer.
“Recordamos a los macoteranos que trabajaron en Lyon y en su entorno: Francisco Purina; sus hermanos, Mateo, Teresa y Andrés Cabras; Juan el Comenencias y su hermano Gene; Antonio Pondera y su hermano Francisco; Antonio Placidín; José el Belloto; Marino y Rufo Esquiliches, y sus primos, Juan Manuel y Gabriel.”
Se casaron varios de ellos y llevaron a sus mujeres.
En el norte de París, había una buena colonia de macoteranos. Me da nombres, pero seguro que no recuerda la mitad de ellos: Los Rubios, los Hernández, Jerónimo Punzón, Tacones, Alejandro Pilili.
En Estrasburgo, otro grupo de macoteranos trabajaron en la metalurgía: Jerónimo Sánchez, su hermano Serafín, Antonio el Sacristán, Fernando Ronquillo, Juan Machaca, Laureano Guiña y su hermano Antonio, Gabriel Sandín, Rogelio Gallinero y Miguel Gallique.
Las chicas de Oñate
La emigración a Oñate se inicia en 1960. con la llegada a la ciudad guipuzcoana de la familia de Francisco Jeromillo: sus padres, Diego y Teresa, y cuatro hermanos, Juan, Gabriel, Ana María y María Teresa, y les acompaña una cuñada de Francisco, Fidela la Esparrama. En 1962, la familia de Francisco decide trasladarse a Basauri, excepto, Gabriel que permanece en Oñate.
Francisco vio un cartel en el escaparate de la empresa “Juan de Garay S.A.”, en el que se leía: “Se necesitan chicas para trabajar”. Francisco, como buen macoterano y guiado por la solidaridad de pueblo, vino a Macotera. Habló con unas y otras. Corrió la voz y, de momento, se apuntaron ocho muchachas. “¡Qué prueben otras y veremos cómo les va!” Las noticias, que llegaban de Oñate, fueron muy favorables y, pronto, marcharon otras pocas, y otras y otras, hasta 32 mozas. La empresa era de paraguas; actualmente, se fabrican en ella tubos de acero calibrados y barras y perfiles de latón para cerraduras y puertas blindadas. De las 32 chicas de Oñate, que entraron a trabajar en Juan de Garay S.A.. en 1962, únicamente continúan tres: Ana Izquierdo Porreta, Antonia Martín, hija de Micaela, y Gertrudis Nieto, Punzona.
Al principio, convivieron con la familia de compañeros y, después, la propia empresa decidió instalarlas en pisos. Comían en el comedor de la fábrica, y el desayuno y cena los hacían de su cuenta. El primer sueldo que cobró Luisa Chico, fue de 2.400 pesetas. Su trabajo era montar el esqueleto del paraguas.
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