Ermita del Cristo de las Batallas (Macotera)
Es una de las cinco ermitas de que gozó Macotera en la antigüedad y que aún se mantiene en pie junto con la ermita de la Virgen de la Encina. Se encuentra a la salida del pueblo hacia Tordillos. Hoy forma parte del casco urbano, pero, antaño, se hallaba separada del mismo ciento cincuenta metros. Su estructura era la habitual en su tiempo: adobe, techo de madera y teja castellana; pero, como le sucedió a la ermita de Santa Ana, hubo que repararla pues amenazaba ruina. En septiembre de 1825, el señor Obispo suspendió el culto en las ermitas de Santa Ana y del Cristo hasta que se adecentaran interior y exteriormente y tengan los ornamentos sagrados competentes; además mandó enterrar las imágenes que hay en ellas, que, por su fealdad e indecencia, no deben ponerse a la veneración pública. Un siglo después, en 1926, hubo que reformarla de nuevo; en esta ocasión, se forraron las paredes de adobe con muros de ladrillos y se dio la fisonomía actual; el tejado fue sustituido por placas de uralita; en cambio, ahora se han embellecido sus alrededores, se han plantado árboles, se han colocado algunos asientos y, sobre todo, el tejado se ha reemplazado por otro de teja plana. Preside el altar una talla del Cristo de las Batallas, bastante interesante, que data del siglo XVII.
En esta ermita se celebraban, con toda solemnidad, los cultos del día de la Cruz: el 3 de mayo y el 14 de septiembre, hasta que se hizo cargo de la organización de la fiesta la mayordomía de la Cruz, que, en este caso, el culto se hacía en la iglesia por falta de espacio. Actualmente, conserva su plantel de mayordomas, que se encarga de la limpieza, del mantenimiento del recinto y de tocar la campana en la mañana, al atardecer y por la noche, la hora del rosario.
Durante los viernes de Cuaresma, se bajaba en procesión desde la iglesia, entonando cantos y salmos penitenciarios, y, una vez allí, se recitaban los salmos del “Mirerere”; después, se retornaba a la iglesia por la calle del Cristo. Si miras la situación actual de los aledaños del Cristo, puede parecerte un tanto descabellado el que regresase la procesión por la calle de su nombre, pero no era tal, pues tienes que imaginarte que al regalo del Molino sólo daban las traseras de las casas de la calles Norte y Huertas; sin embargo, en la otra vereda, tenían su inicio las eras chicas. No había, por lo tanto ninguna edificación. A ciento cincuenta metros de las casas, se hallaba la ermita y se accedía a ella por el camino de Tordillos, prolongación de la calle Honda; y por un camino vallado que arrancaba de la calle del Cristo, que frecuentaba gran parte del pueblo en sus visitas al lugar sagrado; y esta circunstancia fue la causa de que a esta vía pública, se la bautizase con el nombre de Cristo.
Se sigue con la costumbre del ritual del Viernes Santo: se rezan unos salmos mientras los nazarenos, con la cruz acuesta, hacen un pequeño descanso. Ya que hablamos de nazarenos, muchos jóvenes se comprometían a llevar la cruz en el santo Entierro en agradecimiento al Santo Cristo, porque les había librado del servicio militar o habían salido ilesos de todos los peligros en su vida de campaña.
Los enterramientos solían practicarse en la iglesia, pero, durante los años 1805/6 las inhumaciones se realizaban, casi exclusivamente, en las ermitas de Santa Ana y de Nuestra Señora de la Encina. Se da el caso de que, el 24 de abril de 1806, se produjo un enterramiento en la ermita del Cristo de las Batallas, el de Francisco Antonio Jiménez Sánchez, conjunto de doña Ana Villafáñez, quien, en su testamento, dispuso ser enterrado en dicha ermita. Delante de la ermita, figura la “cruz de los caídos”, que se alzó, en un principio, en el arbolado que sombreaba la charca de san Gregorio, actual sitio que ocupa la gasolinera de Seve.
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