La Lana y los laneros (Macotera)

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La vida pastoril caminó siempre al unísono con la presencia del hombre sobre la tierra. Si el ser humano primero fue cazador, una vez que optó por el sedentarismo, sus preferencias se centraron en la domesticación de los animales y en el cultivo de la tierra. Muchas facilidades halló el hombre en la docilidad y mansedumbre de la oveja. La raza churra era la oveja originaria que pastaba aquellos pastos abiertos y sin lindes de la Iberia tribal. “Sus vellones, - nos cuenta Klein -, se distinguían por un color marrón rojizo y por una hebra inusitadamente larga y suave”. El hombre primitivo empleaba la lana de su oveja autóctona en tejer sus sayales, que conciliaba con las pieles de los animales como elementos de su atuendo. Una vez que el hombre medieval descubre las cualidades de la lana merina, el churro va perdiendo su importancia y padece el menosprecio de los pastores trashumantes por “su basto y escaso vellón”. En nada se parece aquél al recién llegado producto corto y crespo de la oveja merina. Los hatos de oveja churra quedan relegados al pastoreo de prados y rastrojeras de la localidad, lo que se denominó ganado estante.

La oveja merina es introducida en España hacia 1146 por los benimerines, tribu del Norte de África. Y, precisamente, de estos invasores le viene el nombre de merina. De los pastores benimerines o bereberes, nuestros rabadanes aprendieron muchas cosas: a seleccionar los sementales del rebaño, a aplicar formas nuevas de castración, a engordar la oveja destinada a la matanza y a usar distintos sistemas de esquileo, lavado, teñido e hilado de lana. El primer dato documentado del término merino, se registra en Castilla a mediados del siglo XV. Se lee en el inventario de las tarifas que Juan II de Castilla, en 1442, fija para el paño confeccionado con lana merina. Aunque parece cierto que el nombre “merino” no se generaliza, como voz popular, hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XVII. Los períodos de tregua, entre una guerra y otra en la Reconquista, algún rey, como Pedro IV, intentó mejorar la raza originaria (churra) cruzándola con reses del norte de África, pero no obtuvo los resultados apetecidos. La lana de la oveja cruzada tenía demasiado pelo. Cisneros, asesorado por Palacios Rubios, consejero jurídico de los Reyes Católicos y presidente de la Mesta durante doce años, ordenó la importación masiva de ganado norteafricano. Era la solución para conseguir la gran cabaña que la economía española demandaba y la forma de llenar, en parte, las arcas exhaustas del erario. Una vez logró el incremento deseado de ganado beréber (merino), volcó todo su esfuerzo en marginar el llamado churro. La lana churra y la de la res cruzada no eran apetecidas en los mercados europeos; y, por lo tanto, no proporcionaba los codiciados beneficios a la monarquía. La lana oriunda seguía utilizándose en el consumo interior, mientras que la lana blanca corta y crespa era solicitada en todos los mercados de mundo. Los reyes apoyaban toda iniciativa tedente a perfeccionar la raza merina. Dictaban normas que favorecían su crianza y expansión. Se le facilitaba los mejores pastos verdes durante todo el año y se evitaba que sufriera los rigones estacionales. De aquí el auge de la trashumancia.

Se esquilaba en unos cobertizos, llamados ranchos. Previamente, se encerraba el ganado desde el amanecer, bien apretado, en un recinto estrecho, el “bache”, para que, al resudar, se ablandara la lana, facilitando su corte y aumentando su peso, sobre todo, cuando se vendía en bruto, sin lavar, con su grasa y suciedad. Los esquiladores trabajaban en cuadrillas de 125 hombres, pudiendo cada una despachar al día un rebaño de mil cabezas. La lana, que no se vendía en sucio, se lavaba en los lavaderos, llevándola después a las lonjas o laneras. La más grande estaba ubicada en Segovia. Finalmente, se transportaba por las correrías a las grandes ferias, especialmente, a la de Medina del campo y, desde aquí, se distribuía a los puertos de la costa norte para embarcarla rumbo a Inglaterra o a Flandes. Durante los reinados de los Reyes Católicos y de su nieto Carlos V, aparece la figura del comerciante o tratante en lanas. Los pedidos, que demandaban los consumidores ingleses y flamencos, exigían prontitud en las entregas. España se jugaba mucho en los mercados foráneos y la seriedad era una exigencia permanente. Había que facilitar la movilidad de la materia prima y los pastores no disponían ni de tiempo ni de medios para enviar sus lanas a los mercados. El tratante en lanas era la persona idónea que podía cubrir ese vacío: se pone en contacto con el ganadero, compra su lana y él se encarga de llevarla al mercado de Medina del Campo, centro comercial de España. Y aquí puede estar el origen de la experiencia lanera de gran parte de la población macoterana. La trayectoria lanera ha ido ligada a Macotera hasta el momento actual. En numerosos escritos, salpican noticias en que se ve al lanero macoterano en primera línea. El Marqués de la Ensenada nos informa que Macotera, en 1752, disponía de cincuenta y siete comerciantes de lana blanca basta, que abastecía de hilados, que cardaban e hilaban a torno en sus propias casas, a las fábricas de jerga de Peñaranda y a los dos telares de lienzos y estopas, que, en aquellos años, había en la localidad. Nuestros laneros trabajaron, (año 1752), 9.880 arrobas de lana, 113.620 kilos. La arroba se pagaba a veintidós reales de vellón y les dejaba un rendimiento, cada una, de cinco reales.

(Fuentes: “La Mesta” de Julio Klein y “La lana y su mundo” de Manuel Hernández)

A continuación, os presento la relación de todos los laneros macoteranos, distinguiendo aquéllos que vivían, exclusivamente de la lana, de quienes compartían el oficio con el cultivo de la tierra. Ahí figuran familias de gran tradición lanera como los Rubios, los Cosmes, los Durán, los Rodero. Laneros. Año 1752 Nombres y apellidos Edad (años) Esposa Hijos Arrobas Beneficios (reales) Huebras Viñas (aranzada) Criados Criadas Alfonso Hernández Mesonero Francisca Herdez Santos 2 120 600 2 2,5 Antonio Cosmes 28 María Rubio 1 100 500 Antonio Rodero 57 Tomasa Agustín 2 100 500 Alonso Labajos Mayor 40 Pascuala García 5 50 250 1,5 Alonso Pérez 54 Isabel Hernández 1 120 600 1 1 Antonio García Dorado 28 María Blázquez 100 500 6 1 Antón Sánchez Hidalgo 45 Isabel Mediero 6 120 600 5,5 5,5 Bartolomé Pérez 47 Teresa Hernández 1 220 1.100 4 Blas Hernández 40 Ana Hidalgo 260 1.300 3 1 Cayetano Bueno 35 Francisca Zaballos 3 80 400 4 1 Cristóbal Jnez Palacios 26 Francisca Bueno 1 120 600 1 Cristóbal Durán 32 Josefa Madrid 1 120 600 6 Diego García 39 Ana Durán 1 150 750 5 1 Domingo Durán 27 Alfonsa Jiménez 1 40 200 2 3 Francisco Hdez Santos 36 Ana Horcajo 220 1.100 6 3 Diego García Pascual 39 Ana García Bautista 1 150 750 5 1 Francisco Rodríguez 31 Antonia García Bautista 1 120 600 4 1 Francisco Celador Jnez 27 Isabel Durán 1 50 250 2 Francisco Caballo 23 Antonia Sánchez 100 500 2 2 Francisco Jnez Glez 40 María Horcajo 2 250 1.250 4 Francisco Pérez 33 Magdalena Rey 3 250 1250 4 Francisco Bquez Fuentes 39 Jerónima Caballo 3 80 400 8,5 4 Gregorio Labajos 33 Ana Bueno 200 1.000 7 2 Juan Madrid Gómez 36 Isabal García 1 220 1.100 6 Juan García Dorado 38 Isabel Hernández 3 130 650 2 Luis Sánchez 62 Catalina Jiménez 120 600 6,5 1 Matías Blázquez Bonilla 39 María Sánchez 200 1.000 5 3 Miguel García Pedro 35 Ignacia Madrid 1 260 1.300 12 Manuel Durán Menor 25 Isabel Jiménez 1 40 200 7 3 Nicolás Bueno Sánchez 37 Antonia Bueno Bonilla 2 150 750 4,5 1 Narciso Agustín Rodero 28 Teresa Hernández 2 80 400 Pedro García de Pedro 43 María Jiménez 4 250 1.250 2,5 1 Roque Pérez 26 Ana Barbero 2 120 600 Silvestre Sánchez 28 140 750 3,5 3

Laneros - labradores. Año 1752 Nombres y apellidos Edad (años) Esposa Hijos Arrobas Beneficios (reales) Huebras Viñas (aranzada) Criados Criadas Alonso Labajos 29 Martina García 2 50 250 5 2 Alonso Rubio Mayor 66 Ana Cosmes 1 100 600 16 5 1 1 Alonso Sánchez María 63 María Gómez 3 150 750 13 14 1 Antonio Bueno Marcos 40 Pascua Durán 4 180 900 15 3 Alonso Rubio Cosmes 25 Antonia Caballo 1 260 1.300 6 2 1 Francisco Martín Pañero 38 Antonia Blázquez 3 400 2.000 6,5 3 Francisco Sánchez Rey 37 Ana Blázquez 4 250 1.250 2 Francisco Bautista 43 María Caballo 6 200 1.000 12 4 Paco García Pascual 53 Teresa Bárez 400 2.000 23 6 2 1 Paco García Dorado 55 Francisca García 1 140 700 10,5 1 1 Jerónimo Cuesta 25 María Jiménez 1 140 700 16 1 Juan Bquez Panadero 43 Ana García 400 2.000 23 6 2 1 José García 42 Francisca Bárez 3 200 1.000 12 3 1 Manuel Sánchez Rey 62 Antonia Jiménez 1 380 1.900 22 8 2 1 Pablo Sánchez García 34 Ana Bueno 1 380 1.750 2 Pedro Sánchez Hdez 51 Justina Gutiérrez 2 40 200 4,25 3 Paco Bueno Celador 33 María Jiménez 2 60 300 7,5 4 1 Jerónimo Zaballos 42 Isabel García 3 20 100 9,25 7 Alonso Sánchez Rey 25 Beatriz Sánchez 60 300 1 3 José Ceballos 51 Serafina Hidalgo 2 170 850 2 3 Miguel Labajos 57 Bárbara Sánchez 300 1.500 29 9 Matías Blázquez Canas 40 Catalina Gómez 3 250 1.250 6,5 1 Miguel García Miguel 48 Isabel Sánchez 2 120 600 7 1

(A.H.P.SA. Catastro del Marqués de la Ensenada, signaturas 1350 y 1351)

A principios del siglo XIX, me tropecé con un lanero muy singular y de gran proyección en su tierra y fuera de ella. Era una persona muy “mentá”, como se decía antaño. Nuestro personaje es Alonso Cosme Bueno. El primer encuentro con este individuo lo tuve en la notaría de Peñaranda en noviembre de l802. El susodicho Alonso fue a ver al notario para que le extendiera un poder a favor de Cipriano Rodríguez, procurador de Madrid, para que le cobrase 14.387 reales 15 maravedís de vellón, procedentes de una partida de 363 corderos churros a precio de 18 cuartos cada libra, que vendió, en la villa y corte, a don Vicente Sánchez, familiar del Ilmo. Santiago Hernández Milanés, obispo de Mérida.

(A.H.P. SA. Sección Notarial, signatura 2.831, folio 569. ) El 25 de junio 1802, en Alba, lo veo porfiar con un ganadero de Arrabal de Amatos. Este señor tenía un sobrino viviendo en Gallegos de Crespes, y nuestro paisano le había comprado la lana. Alonso se había llevado la del tío el año antes “con la condición de cobrarla al precio que la vendiese el sobrino”. Alonso le satisfizo el primer pago, pero el tío no reclamaba el resto. Entonces, el bueno de Alonso se presentó en su casa para saldar la deuda, pero el amigo le dice que no está de acuerdo con la cantidad que le entregaba. - Ése fue el trato que hicimos, le espetó nuestro paisano. - Quedamos en que me la pagarías al precio que la vendiese mi sobrino. - En eso quedamos el año anterior, no éste. El asunto estaba en que, por la mortalidad del ganado, la arroba de lana había subido 20 reales. Y el listillo del tío quería confundir al espabilado de Alonso, “mezclando churras con merinas”. Lo arregló la justicia a favor de la verdad, o sea, de quien tenía la razón: el bueno de Alonso.

(A.H.P.SA. Sección Notarial, signatura 446. folio 317. ) Lo vuelvo a hallar en la notaría de Alba de Tormes, por motivo de la compra de varios cortes de lana churra a Sebastián Sánchez de Arrabal de Amatos. En 1810, le hace dos compras: una de 255 arrobas y 19 libras a 54 reales la arroba, que importan 13.810 reales, que paga de esta forma: 8.200 reales en este día (5 de mayo) y lo restante hasta completar los 12.000 reales el día de san Juan de junio; y lo restante, para el día de san Andrés de ese año. Otra partida de 137 arrobas y 21 libras, a 54 reales la arroba. Valor total, 7.445 reales. Abona 2.700 de pronto, y el resto el día de san Andrés. Alonso Cosme recibe el justificante de pago de toda la operación: “Recibí de mano de Alonso Cosme la cantidad de beynte y un mil doscientos cincuenta y cinco reales de vellón. Y para que conste lo firmo en Amatos, junio a 10 días de1810, y por ser verdad Sebastián Sánchez (A.H.P. SA. Sección Notarial, signatura 218, folios 257, 258 y 262)

En otros legajos, he hallado estos compromisos notariales de pago de otros laneros macoteranos: “24 de enero de 1806. Francisco Cuesta Bueno y Alonso Blázquez Pérez, vecinos del lugar de Macotera, nos obligamos a pagar y pagaremos con efecto llano y sin pleito alguno a Ignacio Hernández, vecino de Peñaranda, la cantidad de 2.000 reales, que confesamos estarle debiendo de resto de una porción de arrobas de lana, que su difunta madre, Teresa Gómez, nos dio al fiado y a otros compañeros con quienes estámos mancomunados. Su paga ha de ser: para el 15 de agosto de este año, mil reales; y los otros mil, para el mismo día del próximo año 1807”.

“10 de abril de 1806, Alonso y Francisco Sánches Bueno, vecinos de Macotera, se comprometen a pagar a don José de Oviedo Frías de Alba de Tormes, la cantidad de 4.320 reales, valor e importe de 90 arrobas de lana a precio de 48 reales cada una. Dicha cantidad se la hemos de sartisfacer en dos plazos y pagas iguales: la mitad en todo el presente mes de abril; y la otra mitad, para el día Santiago o Santa Ana de este año”. (A.H.P.SA. Sección Notarial, signatura, 214. )

No resulta fácil cumplir con los compromisos de pago a los laneros de Macotera, aunque su intención fue siempre buena. “ Ante mí el escribano y testigos parecieron presentes, Lorenzo Cuesta, Manuel Rodero y Alonso Blázquez, vecinos del lugar de Macotera de este partido (Alba de Tormes) y dijeron que, estándoles ejecutando en este tribunal por Manuel Moro, vecino del lugar de Machacón, jurisdicción de la ciudad de Salamanca, por la cantidad de tres mil setenta y dos reales y venticinco maravedís, que le estaban debiendo, resto de mayor cantidad, importe de diferentes arrobas de lana churra, que les dio al fiado, ocurrieron (acudieron) al Real Consejo de Castilla en solicitud de moratoria, donde consiguieron que, pagando de pronto la mitad de dicha cantidad, oyéndoles extrajudicialmente y al acreedor, atendiendo las circunstancias de uno y otros, se arreglasen los plazos y seguridades con que, sin particular detrimento, satisfagan al Manuel la otra mitad, que son mil quinientos treinta y seis reales y doce maravedís y medio. Y, en efecto, habiéndose satisfecho en el día al acreedor la una mitad, se han convenido en presencia judicial en que la otra mitad se la han de pagar, mancomunadamente, en esta forma: setecientos sesenta y ocho, de que es deudor el Alonso para el día de san Martín. once de noviembre de este año; trescientos ochenta y cuatro, que debe Lorenzo, para el mismo día;y los otros trecientas ochenta y ocho, que debe Manuel Rodero para medio año después de dicho día de san Martín, que unidas las otras partidas componen la expresada cantidad de mil quinientos treinta y seis. En la villa de Alba de Tormes a 10 de enero de l806 (A.H.P. SA. Sección Notarial, signatura 214)

Año 1833. “Comercio Exterior e Interior de Macotera consiste en los sesenta tratantes que fabrican la lana churra blanca para costales y jerga, que hilaba cada uno en su casa con jornaleras, que pasan a vender al mercado de Peñaranda; alguna otra lavada en rama, que salen a vender a diferentes parajes...”

(Gaspar Blázquez Rodero del Archivo Municipal de Macotera)

Voz más cercana Nuestros laneros trabajaron, exclusivamente, la lana churra hasta bien entrado el siglo XX, en que se inician en la comercialización de las lanas entrefinas. El conocimiento de las peculiaridades de esta lana colchonera de parte de nuestra gente era enorme, hasta el punto de que fueron maestros de muchos de quienes hoy son grandes negociantes en lanas. Macotera pudo convertirse en el centro lanero de España si no hubiese fracasado el proyecto que aglutinó a todos los laneros del pueblo en la “Hermandad Macoterana de Laneros”, que se creó en 1948, con el fin de comercializar toda la lana churra del Estado, pero se rompió la unión, cada uno se fue por su sitio, incluso se cayó en la competencia más desleal y se dio al traste con las grandes posibilidades de futuro de esta profesión tan nuestra. Los lamentos se quedan en eso, en lamentos.

Zonas de la churra Entre las zonas de lana churra, que patearon nuestros laneros, se hallaban: Salamanca, en los partidos de Vitigudino y Ledesma; Zamora, en el de Sayago; Burgos, en los de Briviesca y Aranda de Duero; Palencia, en el de Tierra de Campos; Segovia, en los de Sepúlveda, Cantalejo y Cuéllar, y Valladolid, en el de Peñafiel. En estos pueblos pucelanos, compraban y lavaban en el Duero y en el Duratón Pedro Esparrama (padre) y Antonio Nicanor.

El río La mayor parte de la lana churra se lavaba en el río Margañán mientras corría; en verano, en Alba deTormes, Ledesma, Encinas y Huerta. Hubo laneros como los Gumersindos, los Caquis y Capalaperras, que lavaron también en el Manzanares. Tengo referencia de que Sebastián el Chaga lavó bastante lana en Paredes de Nava; los Constantes, en Cerezo del río Tirón, cerca de Briviesca (Burgos) y Juanfra el Garbanzo y otros macoteranos, para un lanero foráneo, en Cívico de la Torre (Palencia). En Alba, los laneros macoteranos paraban en la posada de Antonio el Macoterano (el Mahüele). Su mujer, Eva, les preparaba las comidas y les trataba como hijos. Una hermana de Eva se casó con Diego Sánchez Burrajos.Tenían en Antonio una confianza ciega. En el tiempo de recogida de lana en el campo, se la facturaban a su nombre y éste la almacenaba en sus tenadas hasta que volvían en el verano a lavarla en el Tormes. Cuando se construyó el pantano de Santa Teresa, no se pudo lavar en Alba y, entonces, los laneros cambiaron el hato a Galisancho y a Ledesma. En este pueblo, comían en casa de la señora Venancia, que ponía unos filetes que “te chupabas los dedos”. Rompo un poco el relato. Estando lavando en Encinas, Lucas el Lobito compuso aquel cantar de san Roque que decía así:

No te apures, José Antonio, si este año no los das, porque va a haber elecciones, entonces el pueblo, que habrá despertado, otro alcalde pondrá.

Y fue cuando Juan el Berna Sube corriendo al Ayuntamiento, dijo que quería toros y los consiguió.

Estando el señor Foro, lavando lana en el Alba, todos los días, le despertaban las campanas de los conventos de monjas que tocaban demasiado temprano a maitines. Un día, harto y de mal humor, largó el taco de costumbre y espetó: “Por qué no se volverán de corcho”. Otro día, enfurruñado con su sobrino Pepe el Esparrama, porque no movía bien el hachuelo en la lavadura, le dijo: “Vete a ordeñar perdices con alicates”.


En el río de Macotera, lavaban en los tramos del Molino, Carramolino y Melgarejo. Al atisbarse el otoño, cada lanero llevaba una banasta vacía al río y la colocaba en el sitio más propicio para montar el hato. Ese lugar era respetado, “como tierra sagrada”, por los demás. Cuando aumentaba el caudal del río, los laneros cogían sus carros, banastas y lana, bajaban al río y levantaban su tienda en la que guardaban sus enseres.


Se allanaba la arena y se apisonaba bien, pues había que vaciar sobre ella la lana sucia. Anteriormente, se había preparado el lavadero: se abría un pozanclo con una azada, se colocaba un palo de dos metros a lo largo de la orilla, separado unos centímetros, y se cubría el hueco con unas tortas de césped bien prietas, a este espacio se le daba el nombre de patera, sobre la que se apoyaba un pie mientras se lavaba; a medio metro de la orilla, se plantaba un tajo de patas altas, para estribar el otro. Cuando lavaban dos, se colocaba otro tajo a la misma distancia. Se sumergía la banasta cargada con dos vellones de lana y se iba meciendo lentamente durante un tiempo, después se elevaba para que escurriese bien el agua sucia, se volvía a hundir y se removía bien de nuevo, y se daba por buena la lavadura. Se aplicaban dos aguas a las lanas churras; y tres, si era lana del tipo 5. Para remover la lana en la banasta, se empleaba un hachuelo pequeño; esta labor había que hacerla con mucha cuidado y destreza para no romper el vellón. La misma operación de lavado se hacía con los acuellos, añinos y las cascarrias. Se llamaban acuellos, a la lana del cuello de la oveja, que se le cortaba en verano, para que se encontrase más fresca. Esta lana daba más rendimiento de limpia que de sucia; añinos, a la lana de los corderos, y cascarrias, a la lana de la parte de atrás de las ovejas, que se manchaba con los orines y excrementos del animal. Antes de meter los menudos y las cascarrias en el río, se limpiaban de pajas y porquería en el zarzo.

Cuando se lavaban los añinos se esparcían sobre un lugar duro y limpio, se movía un par de veces al día para que secaran bien, se recogía con una rastra con púas y se metía en la saca. Otro tanto se hacía con las cascarrias. Una vez lavada la lana, se sacaba la banasta fuera por medio de un zacho y se dejaba escurrir a la orilla. Después, se hacían unos surcos con la arena y, sobre ellos, se vaciaban las banastas unas a continuación de las otras. En el invierno, la lana se extendía en los vallados el día siguiente, para que se oreara bien; en el verano, se hacían dos tendidos: en el de la mañana, se esparramaba la lana que se había lavado el día antes por la tarde; y, en el del mediodía, la que se había lavado por la mañana. Se recogía, se envasaba en sacas y se trasladaba a las paneras.

La tera En verano, como hacía mucho calor, el que lavaba se desnudaba de la cintura para abajo y se cubría con una saca que ataba a la cintura. No se empleaba el tajo ni la patera, se metía en el río descalzo y amarraba la banasta entre las piernas y mullía la lana con las manos. También, en este tiempo, se solía buscar un sitio fresco, junto a una junquera, se hacía una poza honda, se mojaba bien una saca y se envolvía en ella la damajuana y el botijo, y se colocaban dentro para que estuvieran frescos. A esta “nevera natural” se le daba el nombre de “tera”.

La cama en el río Era costumbre, en el buen tiempo, dormir en el río al ciudado de la lana. Como curiosidad, Pedro García Campos, mi informador del tema, me relata cómo se preparaba la cama. Ésta, normalmente, se hacía dentro de la tienda. Se cogían unos vellones de lana sucia y se extendían sobre el suelo. Se colocaba encima una saca, que hacía de sábana bajera. Este entremado hacía de colchón. Se colocaba otra saca encima, la sábana cimera y, sobre ella, otros vellones abiertos que hacían de manta. En verano, “te comían los mosquitos dentro de la choza”, y, entonces, se armaba fuera.

Las cascarrias En el hato y en la panera, destacaba la figura de las mujeres apartando cascarrias. Era un trabajo sucio, paciente y molesto. Su dureza hizo que le entrase a alguna la vocación religiosa. Ya hemos dicho lo que son las cascarrias. Antes de lavar la lana, el lanero rasgaba del vellón las cascarrias. Las iba echando en un montón y, después, se lavaban aparte. Las mujeres, para llevar a cabo su trabajo, utilizaban las tijeras de los esquiladores ya en desuso. Le cortaban la porquería adherida a la lana e iban haciendo dos apartados: en uno arrojaban la buena, que se mezclaba después con los añinos para atar el vellón; y, en el otro, las feas o grises, que se vendían en Palencia para tejer las mantas de baja calidad.

La panera En las paneras, se le quitaba bien las pajas y arena, y se ataban los vellones. Para realizar esta operación, primeramente, se cogía la lana de menor calidad (resto de las cascarrias) y los añinos, se formaba un pequeño montón y se escogía el vellón más bonito. Se colocaba el menudo en el centro y se plegaba el vellón hasta que se lograba un copo mollar y elegante. Después se apilaban contra la pared. Cuando no se alcanzaba a la pila, se remataba el vellón con un nudo, para que, al echarlo en la hacina, no se deshiciera. Como curiosidad, los vellones, que se enviaban a las colchonerías de Ávila, se ataban por el restrallo (al revés) se le veían todas las garras. En Macotera, ha habido muy buenos atadores. Se recuerda a mi abuelo José Antonio el Churris, un gran atador de lana negra en casa de los Redondos de Salamanca, a Jesús el Ajerillo, a José Manuel el Mediero, a Pablo el Chaga, a los Bichos, a los Trinques, a Félix Esparrama, a Cristóbal Chaquetilla, a Roque Bolero... Tantos que la lista se hace interminable. Ya que nombramos a Roque el Bolero recuerdo una anécdota. Estaba tendiendo lana negra en los “vallaos” del señor Eugenio el Barquillo, en la Carramolino, y mirando al cielo y a una zarza, que se alzaba agresiva, soltó la frase que se hizo famosa: “Los hombres pasan, las zarzas quedan”.

Una vez preparada la lana, se envasaba y se enviaba a las colchonerías. Macotera abastecía a todas las colchonerías de España, principalmente, a las colchonerías de Madrid, Valencia, Asturias y Galicia, muchas de ellas regentadas por macoteranos, como los Chapillas en Madrid y Paco el Constante, en Ávila. Lucas el Perines, asociado a Francisco el Caquis, lavó grandes cantidades de lana, que compró en la zona de Vitigudino y Ledesma. Su hermano José Manuel se la vendía por todas las colchonerías de la capital de España. 1. Todavía se encuentran colchonerías macoteranas por alguna ciudad de España: en Salamanca, los hijos de Virgilio Capucho regentan tres; en Segovia, Manolo Conejo; en Ávila, un hijo de Pepe Constante; en Madrid, Joaquín el Minuto llevó una en la calle Leganitos; un hijo de Rita la Traspiesa; Miguel Chapilla, en la calle Ramón de la Cruz y su hermana María, en Donoso Cortés: Aún gestionan colchonerías en Madrid los hijos de Francisco Chapilla, en Francisco Silvela; Miguel, hijo de Francisco Capalaperra, en la calle Costanilla de los Ángeles... En Palencia, dirige una colchoneríaa Julián Cuesta, hijo de Agustín Palomero; en Badajoz, un hijo de Clara la Pascuíta; en Mérida, tuvo otra Juanfra el Monjo; Enrique el Confite, en Talavera de la Reina; Miguel Juanillón posee en Valladolid dos colchonerías: una en la calle del Marqués del Duero y otra en la carretera de Duero. La lista resulta interminable.

El envasado Envasado de la churra El proceso de la preparación de la lana era como un rito, como una ceremonia que revestía una cierta solemnidad. Así, a la hora de envasar la lana churra, se doblaba la saca en pliegues uniformes e iguales hasta llegar a su base. En el fondo, se colocaban tres vellones en línea y dos a los costados para que la saca abriese. A continuación, se iban superponiendo los vellones unos encima de otros, manteniendo la regularidad hasta colmar la capacidad de la saca. Era un reto que no se deshiciese ningún vellón.

Envasado de las entrefinas y finas

Este tipo de lanas se envasaba a estriba. Se suspendían del techo cuatro sogas. Se tomaba la saca y se pinzaba con cuatro estaquillas de madera, formando un cuadro. Los extremos de las varillas se amarraban a las puntas de las cuatro sogas hasta su altura natural. Un hombre se metía dentro e iba depositando dentro las brazadas de lana que le iban alargando los compañeros. La apretaba con los puños y la hollaba con los pies hasta que la saca quedase bien llena. Una saca bien rellena pesaba 60 kilos. Hoy, Ramón el Minuto dispone de una máquina envasadora que suelta balas o fardos de 300 kilos sin inmutarse, con sólo aprentar un botón.

El estraperlo Dice el diccionario de Manuel Seco sobre el estraperlo: “Comercio ilegal, clandestino y a precios superiores a los establecidos, de artículos sujetos a tasa o intervenidos por el Estado”. Después de la guerra, la lana quedó intervenida como otros muchos productos. El sindicato textil asignaba a los laneros una determinada zona, en la que podían comprar lana, pero siempre limitada por la concesión de unos cupos, de los que no te podías sobrepasar. Había laneros más agraciados que otros y, en ello influyó el amigo del amigo del encargado en el sindicato de repartir las porciones. Esta era la razón de que algún lanero macoterano vendiese cantidades ingentes de lana en las colchonerías de Madrid. Y esta situación fue la que determinó que en Macotera se crease la “Hermandad de Laneros”, en 1948. Ocurría que muchos laneros macoteranos no podían sobrevivir con la compra de lana permitida, y tuvo que acudir al estraperlo, a la compra clandestina. No era fácil eludir la vigilancia de la guardia civil. A veces, se utilizaba la maña de una persona nada sospechosa, que compraba por los pueblos de su entorno unas sacas de lana. Por la noche, se transportaba en un carro a Macotera y se guardaba en un almacén improvisado, que podía ser un pajar. Si el lanero la tenía en casa y era alertado de la cercanía de la autoridad, se tiraban las sacas al corral del vecino. Venían los camiones de Béjar y se la llevaban. Las cosas se complicaron aún más con el nombramiento de un inspector en Macotera. Comentaba un lanero en la taberna del abuelo Pondera: “Me cogieron con el carro y me jodieron las perras”. Pero la necesidad agudiza el ingenio. Un lanero macoterano, para justificar la ausencia de sus criados de Macotera, hizo correr por el pueblo que había montado una fábrica de gaseosas en Alpedrete (Madrid) y la realidad es que estaban, en ese lugar, lavando lana para una colchonería madrileña, dirigida por macoteranos.

Familias laneras Importantes laneros de churra de finales del XIX y principios del XX fueron los Chatos, los Rubios, los Lobitos, los Caquis, los Capalaperra, los Lorenzanas, los Gavilanes, los Confites y los Gumersindos. Ya entrado el siglo XX, aparecen nuevas familias como los Morenitos, los Nicanores, los Esparramas, Foro, los Perines, los Constantes, los Chaquetillas, los Chapillas, los Trinques, Los Marusos, Francisco Capucho y su cuñado Lucas, los Minutos, Sebastián el Chaga, Segis y los Barriles, los Petronilos de Ledesma, los Ralines, Manuel Macarro, Juan Manuel el Estanquero (éste trabajó primero con Lorenzo y Antonio el Bicho, que tenían la panera en la calle Retuerta, después, se juntó con Pedro Barriles); Benjamín el Corto; los hermanos Goro trabajaron las pieles y lana, igual que Pablo y Juanfra Monjos; Agustín Palomero y Jerónimo Punzón, que residía en Tapioles (Benavente). Este macoterano compró mucha lana para los Morenitos y para otros más en la zona de Benavente. Me dan referencia de un tal Francisco Rubio, residente en Villavieja de Yeltes, también se dedicaba a la lana.

Relación con laneros foráneos Los Esparramas compraron mucha lana churra para Berzosa de Aranda de Duero hacia 1940. Para Berzosa trabajaron, durante un tiempo, Miguel Berbique y su hermano Alfredo, marido de Rosa la Secretaria. Miguel vivió en Aranda varios años y, cuando regresó al pueblo, a sus hijos les llamábamos los “Arandas”. Los laneros macoteranos mantuvieron una gran relación comercial con Romera de Valladolid. Desde sus almacenes de Pucela, les envió grandes cantidades de lana del tipo 5 y 6. Y, entre sus empleados figuraron macoteranos como los Juanillones, Francisco Chapilla, Manuel el Moco y su hijo Silvestre. Francisco Chapilla se independizó y se dedicó a los corderos. Para José María García y su sobrino Tomás, de Paredes de Nava, contó en su plantilla de obreros con gente de Macotera, como Higinio Gavilán y Miguel el Garbanzo. Francisco el Esquiliche trabajó para una hermana de José María y, unos años después, fue ajustado Isidoro el Silletero, que llegó a ser su hombre de confianza. Una vez contrajo matrimonio la hermana de José María, se hizo cargo del negocio su marido, el señor Moncada. Tomás García, hermano de José María, tiene en Burgos una fábrica de cueros, en la que se emplearon varios macoteranos. Con la entrada del colchón Flex, el negocio de la lana churra entró en crisis. Hasta 1965, se trabajó para alguna colchonería que se resistía al progreso.

Lanas finas y entrefinas Me cuenta José Antonio el Gumersindo que su padre, el señor Román, cuando él era un mozalbete, ya llevaba a Barcelona algunos cortes de lana entrefina; pero el fuerte del lanero macoterano fue el churro. Una vez que la lana basta entró en crisis, el lanero macoterano no le queda otra alternativa que dedicarse al fino y al entrefino si quería sobrevivir.

Tipificación de las lanas Pronto el lanero macoterano se hizo con las características básicas de las lanas finas. No es extraño pues nació entre la lana y su inclinación innata le facilitó su rápida adaptación a la nueva tipificación de finas y entrefinas. Él distinguía su finura por simple contacto, sin tener que recurrir a un sistema científico; y para calcular su longitud, le bastaba con tomar un trozo de lana sucia y estirarlo entre las manos. Ventura el Morenito me habló de la suavidad de la lana, de su resistencia y de su elasticidad. Para explicarme la suavidad de lana, me puso un ejemplo que él había leído en “La lana y su mundo” de Manuel Hernández: “Una lana es suave cuando no notas el tejido al subir las escaleras y deja de serlo cuando el mismo tejido se te agarra en las rodillas”. Mucha curiosidad he sentido siempre por conocer los distintos tipos de lana. No lo logré nunca por mi falta de constancia. Cuando Pepe el Esparrama me daba la primera lección, no repetía la segunda y, su complejidad requiere ejercicio. Para la ocasión, acudí a mi amigo Pedro el Esparrama, el hijo de Pepe. Me fue trazando las características de las distintas lanas y comenzó por las colchoneras. Se llaman del tipo 8 y 7, e incluso me habló de las lachas vascas y navarras. “Las churras tienen las greñas muy largas y son bastas. Las de tipo 6, la greña es más corta y con un porcentaje muy alto de pelo grueso, se vendía en Palencia para mantas. Se lavaban en el río. Las de tipo 5, la fibra es corta, con un 50% de pelo corriente. La lana de tipo 5, se enviaba a Alcoy, Valencia, Onteniente y Crivillente, y a Burgos, a un pueblo llamado Pradoluengo. La lana, que se vendía a este pueblo, iba desgarrada, con el vellón roto y trabado con los añinos. Pradoluengo es un pueblo plenamente textil. En cada casa hay un telar. En ellos, se fabrican bilbaínas y calcetines de punto. Las lanas de tipos 6 y 5 se crían en Zamora (Benavente, Villalpando y Villafáfila); en Salamanca (Fuentes de San Esteban); en Valladolid (Medina, Rueda y Mojados) y en las provincias de Soria, de Guadalajara y de Madrid. La de tipo 4 se produce en el Campo Charro y en la comarca de Peñaranda, ésta es de inferior calidad; también se adquiere en la Moraña y en la tierra de Arévalo (Ávila). Esta lana se lava en lavadero. Su fibra es más corta y contienen poco pelo, menos del cincuenta por ciento. Las de tipo 3 son muy finas, inferiores a las merinas, pero de muy buena calidad. Se compra en Ávila (Moñico, Solana, Urraca Miguel, Tornadizos, Las Berlanas, Río Cabao...) y en Ciudad Rodrigo (Salamanca). También se da esta lana en las provincias de Cáceres y Badajoz, junto a la de tipo 2, natural de Tierra de Barros. Las de tipo 1, lana merina por excelencia, se encuentra en el valle de Alcudia (Ciudad Real) y en Andalucía. Apenas se negocian las lanas negras. A éstas se las catalogaba dentro de tipo 9, competían, en calidad, con las blancas de tipo 4. Las mejores eran las salmantinas; los tipos 10 y 11, se igualaban a las blancas de tipos 5 y 6. Se producían en las provincias de Zamora y de Valladolid.

Laneros de fino Los laneros macoteranos han trabajado y siguen negociando estos tipos de lanas. Cabe reservar la importancia que han tenido en la comercialización de estas lanas finas y entrefinas familias como: Los Morenitos. Estos, primeramente, montaron un lavadero en los aledaños del Margañán y, posteriormente, lo cerraron y abrieron otro en la eras grandes de Macotera. Hoy está cerrado. Sus lanas las comerciaban en Béjar, Sabadell y Tarrasa. Continúa con la tradición lanera familiar: Ventura García Cuesta.

Los Minutos (Pablo y Antonio) también contaron con lavadero propio. Los hijos de Antonio Munuto; Ignacio, Florencio y Ramón, en marzo de 1973, instalaron un lavadero en Macotera en sitio de las eras del Cristo. Aún sigue funcionando de la mano de Ramón Cuesta, quien lo ha ampliado con el montaje de otro lavadero más. Pablo lo tenía en la carretera de Andalucía (Madrid). Ambos hermanos trabajaron juntos durante bastante tiempo. Posteriormente, Pablo se asoció con sus cuñados los Gumersindos. Lavaban sus lanas en el lavadero de Pablo y la vendían en las plazas comerciales de Sabadell y Tarrasa. Los Gumersindos tuvieron su primer almacén en la calle Batalla del Salado. Lo cerraron y adquirieron otro en la calle Pacífico. Se separaron de su cuñado Pablo y continuaron con el negocio hasta 1990. El hijo de Pablo, Antonio, sigue con el negocio del padre y, últimamente, ha comprado un almacén en el camino de las Cárcavas en Macotera. Aquí centra su actividad: almacena, sortea, lava y envía el género a los centros de peinaje. Negocia sus mercancías en las plazas catalanas.

Diego Sánchez Burrajos ha sido el lanero más fuerte de Macotera. Se instaló en Alba de Tormes y ahí abrió un gran lavadero y almacenes. Gran parte de sus lanas las introdujo en Béjar y otra tanta en las plazas laneras de Cataluña. Segis Morenito, su primo Florentino, Pedro y Atanasio Confites montaron un lavadero ,“Garcilanas” en el camino de Salmoral. Este lavadero aún sigue funcionando. Se quedaron con él Enrique, hijo de Segis, e Ignacio Santiago Medina de Vitigudino. Figuran como encargados del lavadero Ignacio Blázquez Cajarines y Juan García Tacones. Los Confites compraron grandes cantidades de arrobas de lana para una empresa de Rentería, para Hitasa (Sevilla) y Tarazona. Actualmente, Atanasio, el más pequeño, tiene un almacén en Villamayor (Salamanca). Los Esparramas compraron a comisión importantes partidas de lana fina para Rocamora (Béjar) y para Hilaturas Matarí (Tarrasa). Asimismo, queremos reseñar la actividad lanera que desarrolló en Macotera Paco Maruso, los hermanos Justo y Antonio Confites en Talavera, así como la presencia de su hermano Enrique en el sector colchonero en la misma ciudad; Patricio, con sus hijos Manolo y Florián, y Antonio el Seda, en Medina del Campo. Enrique García Morenito, José y Ventura García Morenito, Antonio Jiménez Gumersindo y Ramón Cuesta mantienen viva la antorcha de la industria lanera de Macotera. Trabajan bastante, y aún conservan el cartel que heredaron de sus padres. Enrique García importa lanas de Uruguay y Australia, y realiza varias transacciones con Portugal. Se negocian hoy en Macotera dos millones de medio de kilos. Victoriano el Corto sortea en su almacén muchos kilos de lana para varios laneros del pueblo y de fuera.

Incidencia de la lana en la economía del pueblo La industria lanera ha incidido muy favorablemente en la economía del pueblo. Muchas familias tuvieron su sostén en este negocio: empleó mucha mano de obra. Es justo destacar también la camaradería y relación entre los laneros y sus trabajadores. La crisis lanara en Macotera coincidió con el período de la gran emigración. Es difícil calcular el número de kilos que movían los laneros macoteranos en este tiempo de la posguerra. Se hacen recuentos aproximados que nos llevan a cifras que superan con creces el millón de kilos. Los precios oscilaban con la oferta y la demanda, en los que incidían, considerablemente, la exportación a Inglaterra y Portugal. Como referencia verosímil, se nos informa que la lana churra se pagaba en el campo a 40 pesetas, y las entrefinas a 60 pesetas y las merinas, veinte pesetas más, dependiendo del rendimiento.

Criados laneros Fueron grandes obreros laneros: Francisco el Choto, Alfonso Zorrina, Manuel Conejo y Manuel el Bicho, (trabajaron para Lucas el Perines); José el Pipi, Pedro Chaquetilla, José Manuel Manolajas, Manuel Maruso, Antonio, Gregorio, Transfiguración y Félix Marusos, Antonio el Bicho, (trabajaron para los Morenitos); Eugenio Lerma, para los Confites; Cristóbal el Conejo, Cristóbal el Consuegro, Manuel el Moco, Alfonso Capucho, Silvestre el Moco, Cristóbal Conejo y su hijo Ceferino, Pedro y Mateo Rubio, Paco el Choto, Marino Chaquetilla, Cristóbal Chaquetilla (trabajaron para los Gumersindos); Pedro el Moco, Roque el Bolero, Roque el Letras, Paco el Moco, Juan y José Bolero, Juan Antonio Morenito, Pepe Maruso, Francisco Morenito, Javier Esquiliche, Juan el Moco, José el Pîro y Gabriel Madrid (Trabajaron y trabajan en casa de Segis y de su hijo Enrique); Ángel Manolajas, en casa de Antonio Nicanor; Juanfra y Antolín Garbanzo, los Boticarios trabajaron para varias familias y Heliodoro. Cuando éste se puso de su cuenta, trabajó en compañía de Francisco el Caquis. Enviaron bastaba lana colchonera a Valencia, donde su hermano Virtuoso se la distribuía por las distintas colchonerías de la ciudad. En casa de los Redondos de Salamanca, los hermanos Calores (Miguel y Juan). Juan, después, fue de comprador para la casa Hitasa de Sevilla; Antonio Gavilán, los hermanos Pijota y el señor Enrique Morenito, padre de Segis y de Juan Antonio; en casa de Diego Sánchez Burrajos, trabajaron hasta su jubilación Paco y Antonio Rubio, Nicolás y Antonio Potanche y Damián. Los obreros, tanto en invierno como en verano, trabajaban de sol a sol. Hacían un receso al mediodía para comer y reposar un rato. Normalmente, sus hijos o la mujer les llevaban la comida en una cesta: solía ser el cocido. Otros llevaban merienda. El salario era similar al que cobraban los obreros agrícolas.

Transporte Antiguamente, la lana se transportaba sobre caballerías y en carros tirados por mulas. Cuando comenzaron a mejor las cosas, la camioneta y los camiones eran el medio más habitual para traer las lanas a Macotera y llevarlas a su destino final. Gran presencia, en el desarrollo de este comercio lanero macoterana, tuvieron el Peque, Paco Fachanda y Cruz Panera. El Peque realizó varios viajes a Valencia con mercancías de Segis Morenito, que había comerciado, previamente, Virtuoso, hermano de Heliodoro, su representante en la ciudad del Turia. Fachenda recorrió más de media España con los laneros macoteranos. Posteriormente, se unió al acarreo de lana el Dulio con sus camiones de mayor tonelaje. Me cuenta Paco Fachenda: “ El primer camión que compré fue un “Reo”. Circulaba con gasógeno. Nos daban un cupo de cinco litros de gasolina al mes. Esta gasolina la empleábamos para arrancar el motor. Y recuerdo que pagábamos 2 pesetas por litro. Después, me quedé con otro “Reo” que compré a Miguel el Frailón. Este camión funcionaba ya con gasolina. “Tardaban un mundo en darte ruedas”. Nos arreglábamos como podíamos. Cogíamos una rueda gastada, le quitábamos la goma y la dejábamos con la lona, la introducíamos en otra rueda que estuviese mejor, y cogíamos las dos piezas con tornillos. Teníamos tres y cuatro pinchazos al día. Me hice con un camión “Ebro”, de cuatro toneladas. Me duró cinco años. Fui con él a buscar lana a Tarifa, Medina Sidonia y otras partes de Andalucía con Juan Antonio el Morenito. Recorrí todos los sitios. Más tarde, adquirí un “Pegaso” de ocho toneladas Y me jubilé con un “Barreiros”. Lo hice 1.200.000 kilómetros. Estos kilómetros no los hice sólo transportando lana, sino trigo de la provincia de Salamanca y llevando harina a Extremadura con Tomás Domínguez”.

Despacho Central de RENFE No queremos pasar por alto, y como testimonio de la actividad industrial del pueblo, la decisión de RENFE de ubicar en Macotera el despacho central de facturación. Su primera sede la instaló en la trasera de la casa de los Fachendas en la calle de la Luz. Trabajó como factor Paco Dosuna, a quien sustituyó Antonio Armenteros, ambos de Peñaranda. Se facturaba todo tipo de mercancías, pero, principalmente, lana con destino a las colchonerías. Paco Fachenda se encargaba de llevarlas al tren. Pasado un tiempo, los Fachendas dejaron el servicio y RENFE mudó la oficina a la panera de las Lobitas, en la calle Carretas. Los Ramos de Peñaranda transportaban las mercancías hasta esa ciudad.



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Articulo extraido de la bibliografía de Eutimio Cuesta Hernández sobre Macotera. Cedido voluntariamente por el autor macoterano. Muchas gracias por colaborar en este proyecto.