La Mariseca (Macotera)

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San Roque es una referencia obligada para los macoteranos. Todo acontece antes o después de San Roque. Todo queda para san Roque: la compra del pajar para levantar la casa, contratar al albañil o hacer la escritura en el notario. Nos veremos en san Roque. El Santo peregrino es el centro, el alma del ser y no ser, del estar y de la motivación de la vida del macoterano. Un acontecimiento tan importante, como las fiestas de San Roque, tiene que contar con una Mariseca, y así es y así fue como nos lo relata la historia.

A principios de siglo XX, existió en Macotera un personaje singular, el tío Mangas. Quince días antes del día del Patrón, se disfrazaba con un tricornio, una banda con los colores rojo y gualdo y una chifla en la mano derecha, y convocaba, en cada plaza y en cada calle principal, a los vecinos para anunciarles la proximidad de la fiesta de san Roque, y que habría novillos. Con la genialidad que le caracterizaba y con el gracejo de su palabra, hilvanaba un emotivo y arengador discurso. Nada más se oía la chifla del popular Mangas, las mozas tiraban el estropajo, la mujer retiraba la sartén, el zapatero abandonaba la lezna y el gañán, la aijá, y acudían presurosos a escuchar la perorata del tío Mangas, que, entre otras cosas, decía: Señores, chiquillos, se acerca san Roque y hay que prepararse para tal acontecer. Para ello, manifiesto la necesidad de que haya novillos y os exhorto a que seáis buenos ciudadanos el día de mañana, para lo que deberéis empezar a ser buenos toreros.

Un insigne macoterano propuso a la autoridad que había que perpetuar la figura del tío Mangas; nada mejor para ello, que erigir en su honor una estatua y diseñó, a la vez, un acertado proyecto: La estatua se levantaría en la Plaza Mayor sobre un pedestal de piedra que representaría un toro; en una mano, tendría una jarra de vino y, en la otra, un rosario de gruesas cuentas; su cabeza se tocaría con un sombrero de anchas y prolongadas alas, y su pecho lo cruzaría una hermosa banda de terciopelo encarnado. En el pedestal, se colocaría una placa de mármol con la inscripción: "La virtud y el trabajo se hermanan con la alegría y el buen humor".

Desde la aparición del singular Mangas, la gente se ponía en guardia: el pobre preparaba las escaleras; el labrador, el carro; el joven aguzaba la reja y clavaba los palos al trillo, porque, en el momento menos pensado, se iba a escuchar el grito ¡los carros!, y había que volar a montar la plaza de toros, y había que elegir un buen sitio. Los peroles con los mantecados se guardaban, con sigilo, en la hornacina de la bodega y el capón esperaba, un tanto mustio, la hora de ser ajusticiado. Todo a punto. Los mozos cantaban impacientes: los novillos de este año/ ya sabemos quien los da/ el Lesmes y Sabalete/ que los saben contratar/. Las modistas ultimaban los vestidos y el sastre retiraba los hilvanes, sin tregua, de los ternos. Era así. Otros tiempos, otros recuerdos que se aparecen en la mente con carne y hueso.

Hoy la Mariseca no es de carne y hueso; hace unos años, el Ayuntamiento, unos días antes de san Roque, colocaba la silueta metálica de un toro negro, cortada a golpe de soplete, en la calle Peñaranda, a la entrada del pueblo, anunciando que Macotera estaba en fiestas y que habría toros. Ignoro si se sigue con la costumbre o fue una cosa novedosa por un día. El caso es que la figura del tío Mangas merece un recuerdo al menos, ya que los ediles, de entonces, no atendieron la iniciativa de erigir una estatua al animador de los prolegómenos de las tradicionales fiestas de san Roque.

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Articulo extraido de la bibliografía de Eutimio Cuesta Hernández sobre Macotera. Cedido voluntariamente por el autor macoterano. Muchas gracias por colaborar en este proyecto.