La calzada Vieja de Peñaranda

De WikiSalamanca
Saltar a: navegación, buscar

Polvo, sudor y hierro, por la terrible estepa castellana...

Pero Juan Villuga, en su “Repertorio de todos los caminos de España” de 1546, dice que “bien sabido es que, hasta mediados del siglo XVI, no se empiezan a utilizar las carrozas y coches, y que, hasta entonces, el caminante va a pie o en cabalgadura. Los caminos eran sendas estrechas y veredas dificultosas, mal trazadas por el paso de las bestias y carretas. Eran descuidados por el Estado y olvidados por los concejos, expuestos las más de las veces a encuentros y sorpresas atentatorias de salteadores y bandoleros. Sólo eran aderezados, cuando tenía que transitar algún personaje ilustre con su séquito o era anunciado el paso de una litera fastuosa, llevando el tierno cuerpo de una princesa o infanta casamentera”.

Pero Juan Villuga, en su “Repertorio”, nos presenta las rutas más importantes de España, reseñando los lugares por donde discurren y la distancia en leguas que separa a cada localidad. No se detiene en la descripción de las calzadas secundarias; por esta razón, no habla de la calzada vieja de Peñaranda, que cruzaba por el Hortezuelo, bajaba por la Huelga hasta Santiago de la Puebla. Aquí se bifurcaba y un ramal seguía por Melardos, Gómez Velasco, Carabias, Gallegos de Crespes... y el tramo principal seguía la ruta de Alaraz, San Miguel, Piedrahíta, (hoy montada por la carretera de Cañizal - Piedrahíta), atravesaba El Barco de Ávila, y subía el puerto de Tornavacas y Cabezuela del valle.

Estos caminos de polvo y lodo eran transitables sólo durante el período de abril a noviembre, hasta que las lluvias y nieves del invierno al polvo lo convertían en barro y a los grandes baches, en charcos; con este panorama, el paso por ellos resultaba un infierno.

Los versos, que encabezan este capítulo, aparte de definir las características del camino de antaño, nos fijan la época en que estas sendas iniciaban su andadura. Son los primeros años de la repoblación, cuando la paz permitía a las gentes deambular por el territorio con cierta tranquilidad y buscaba el camino más corto y seguro para ir de un lugar a otra en busca de un asentamiento que les permitiese un cierto bienestar a ellos y a sus familias. Estos vericuetos estrechos, con la fundación de la Mesta por Alfonso X, se abrieron en amplias calzadas por las que caminaban los grandes rebaños de ovejas en busca de pasto y rastrojera.

La calzada vieja de Peñaranda era el acceso habitual de magnates, mercaderes, serranos y gente llana que se dirigían a la famosa feria de Medina del Campo (el mercado más importante de Europa).

Camino que siguió Carlos V hasta Yuste

La calzada vieja de Peñaranda fue la ruta que siguió Carlos V hacia su encierro definitivo en el monasterio de Yuste. Dice el cronista que “por el camino había tenido el peor tiempo del mundo”. Cuenta don Manuel de Foronda y Aguilera en su tratado sobre “Estancias y Viajes del emperador Carlos V”:

“El día 5 de noviembre, entró su Majestad en Medina de Campo y se alojó en casa del cambiante Rodrigo de Dueñas, quien hizo ostentación de un fausto que degradó al regio huésped, llegando a poner un brasero de oro macizo, y que quemó en él palos de canela de Ceilán, cuyo olor molestó al Monarca, el cual no solo no quiso admitir al cambiante a que le besara la mano, sino que hizo que se le pagara el hospedaje”.

El día 6 llegó a Horcajo de las Torres. La paz y la tranquilidad que sintió en el pueblo, le hizo exclamar: “Gracias a Dios que no tendré ya más visitas ni recepciones”. “Hoy va a dormir S.M. a Peñaranda de Bracamonte, tres leguas de aquí. Partimos a las dos”.

El día 7 lo pasa en Peñaranda y el 8 sale para Alaraz. Este día era domingo. Todo el pueblo de Macotera sale a la Huelga a rendir honores y vítores al Emperador, que, en una litera tirada por mulas y con un séquito compuesto por ciento cuarenta servidores y noventa y nueve alabarderos, se dirigía a su ansiada morada de paz y de silencio. Carlos V escuchó misa en la iglesia de Alaraz, pernoctó allí y, al día siguiente, lunes, partió hacia Gallegos de Solmirón. Nueva parada para dormir.

El día 10, entraba en el Barco de Ávila, y el 11, cruzó la sierra de Gredos por el puerto de Tornavacas, un desfiladero angosto. Aquí recibe una “prenda de vestir forrada, que le envía su hija, pues arrecia el frío”. Al llegar a la cima exclamó: “Ya no franquearé ninguno otro, sino el de la muerte.”

A Tornavacas, cerca del río Jerte, llegó ya de noche y se entretuvo en ver pescar con luces unas truchas, que, luego, comió para cenar.

Se niega a proseguir la ruta más accesible (Plasencia), pues le obligaba a dar un gran rodeo, que martirizaría, durante cuatro días más, su lastimado cuerpo; él prefiere el camino más corto, aunque sea a costa de grandes sufrimientos. Es llevado a hombros durante tres leguas por montañeses lugareños por un sendero de montaña, por donde no podía entrar la litera imperial; por fin, llegó a Jarandilla de la Vera, a un palmo de Yuste. Aquí se alojó en el castillo del conde de Oropesa hasta el 3 febrero de 1557, en que Carlos V inicia su viaje definitivo hacia Yuste. Su salud no le permitía viajar en la litera. Iba acompañado del conde de Oropesa, su huésped hasta aquella fecha, de su mayordomo Quijada y de su antiguo canciller La Chaulx. A las cinco de la tarde, hizo su entrada en el monasterio, cuyas campanas anunciaban jubilosas a todo el contorno, que el momento tan esperado por aquella comunidad había llegado. Se cantó a continuación un solemne “Te déum”, y Carlos realizó una minuciosa visita al monasterio. Después, se retiró a su palacete. Antes había despedido a noventa y ocho de sus servidores, borgoñones y flamencos en su mayoría, que volvieron a su tierra; se quedaron al servicio del emperador cuarenta servidores para atender su cámara, secretaría y cocina. Una vez se encerró en Yuste, para nada era precisa su pequeña guardia de noventa y nueve alarbaderos. Al verle partir hacia su retiro, arrojaron sus alabardas y se expresaron en el rudo lenguaje de la milicia: “Después de servir a tal César, no está bien entrar al servicio de ningún otro señor”.

Estancias y Viajes del emperador Carlos V” de don Manuel de Foronda y Aguilera. Tomo XX de la Historia de España de don Ramón Menéndez Pidal. Viaje a España. Páginas 901- 913)

<br= "clear">

40px-Noia 64 apps wp.gif

Articulo extraido de la bibliografía de Eutimio Cuesta Hernández sobre Macotera. Cedido voluntariamente por el autor macoterano. Muchas gracias por colaborar en este proyecto.