La fábrica del río (Macotera)

De WikiSalamanca
Saltar a: navegación, buscar

Apenas he pegado el ojo. Aprovechando la oscuridad de la noche, se han colado en mi mente palabras como rodeznos, pesquera, banca, cajón, cargas de ropa, el tío Bedija, el paso...se han puesto de cháchara y me han hecho la puñeta. Esto me viene pasando con frecuencia desde que empecé a ser viejo. Dicen los que dicen entender de esto que no es bueno porque se me empieza a acortar el futuro, que es como si nos dedicásemos ya a llevar la cuenta de las cosas que fueron y ya no son y sufrimos de nostalgias. El caso es que el sueño que tuve esta noche y no me dejó pegar ojo, tuvo que ver con que el día antes había pensado escribir alguna cosa sobre la fábrica de harinas del río.

La fábrica de harinas del río se construyó (año 1934) sobre un antiguo molino harinero, propiedad del Concejo. En 1856, el Ayuntamiento se lo vendió a don Eduardo de la Torre (de Peñaranda) por 85.000 reales. Muere su nuevo dueño y la viuda se lo vende a Agustín Domínguez Vicente (de Tordillos). El molino disponía de una cuadra, balsa y una vivienda, donde residió Agustín con su familia, hasta que enfermó su mujer, Melchora, y se trasladó a Macotera. Ocupaba una superficie de 3.465 pies cuadrados (990 metros cuadrados)

Durante el invierno y primavera, la piedra corredera del molino era accionada por la fuerza de un rodezno, alimentado por la presión del agua del río, que se remansaba, previamente, en una balsa aledaña y que se llenaba a través de un caño. Este rodezno, que se encontraba en la trasera del mismo, dio nombre al brazo de río que retornaba el agua desde la fábrica al cauce fluvial y que algunas mujeres aprovechaban para lavar su ropa en este paraje bien sombreado. Durante el verano, la fuerza motriz emanaba de una dinamo instalada al efecto.

Jesús García Santos (1935) fue el primer molinero que manejó la fábrica, a quien sustituyó su hijo Jesús en 1948. En el invierno y primavera, cuando el río venía crecido, un carro, tirado por una pareja de bueyes, cruzaba los costales a la otra orilla y, posteriormente, se cargaban en un camión “Ford”, que los Domínguez habían comprado a Antonio Gallinero. Cuando al Ayuntamiento le desamortizaron sus fincas por la ley de Madoz, acordó construir un puente en el paso, pero no se llevó a efecto, como sucedió con otros proyectos. Fue su contable don José el secretario, que se hospedaba en el café de la señora Anita.

El molino de arriba, así se le conocía, porque, en la Carramolino, próximo a la fuente, se alzaba el molino viejo (aún se conservan restos de sus pilares fabricados con cal y cantos rodados). Este molino dio fundamento a la palabra Carramolino (camino del molino). Ambos inmuebles eran propiedad del Ayuntamiento. Con los años, el viejo se arruinó y siguió funcionando el de arriba.

Desde muy antiguo, a mediados del siglo XIV, los arrendadores de los molino estaban obligados a dar al Concejo el agua necesaria durante dos días a la semana, desde el 1 de febrero hasta el 31 de mayo, para regar el prado boyal. Estos días solían ser el sábado desde la salida del sol hasta el domingo al anochecer. Este compromiso preceptivo y ancestral no fue, debidamente, respetado ni contestado por Agustín Domínguez, y fue motivo suficiente para que el Ayuntamiento se viese forzado a acudir a la justicia, en más de una ocasión, para defender sus intereses; hasta que, definitivamente, en 1890, y ante notario, Agustín se convence de su obligación legal de facilitar el agua, que fuere menester, y en los tiempos determinados desde tiempo inmemorial, para el riego del prado.

Para elevar el agua desde el río a los molinos, se remansaba ella tras una pesquera y, mediante una desviación lateral avanzaba por su propio peso a través de un canal o caño. Antaño los arrendadores del molino estaban obligados a mondar de su cuenta el caño desde su boca (pesquera del río) hasta el molino, siempre que los gastos no superaran los 600 maravedís; si excediese de esa cantidad la obra, era el Concejo quien abonaba el exceso. Se construyeron tres presas: la primera enfrente de la Barranca y dieron lugar a numerosos pleitos entre Macotera y Santiago; conflictos que se inician en 1483. Cuando se construyó la fábrica, se reforzó la balsa con muros de ladrillos y cemento y se instaló una compuerta de hierro, que regulaba el almacenamiento y distribución del agua con el justo propósito de que tanto la fábrica como el Ayuntamiento pudiesen disponer del agua suficiente para atender sus necesidades. Entre otros compromisos recogidos en el contrato de arrendamiento, el arrendador no podía tener ave alguna en el molino so pena de 500 maravedís; y, si algún vecino detectase la existencia de algún animal, podía matarlo o tomarlo sin que, por ello, “caiga sobre él pena alguna”. Todos los años, los arrendadores debían entregar al Ayuntamiento dos fanegas de harina: una por el día del “Corpus Christi” y otra, por Nuestra Señora del Rosario; la donación había que ejecutarla el día de Pascua del Espíritu Santo. Esta harina la aplicaba el Concejo para dar una limosna a los pobres, que abundaban y mucho.

La fábrica del río se cerró el 1950. Parte del techo de la sala de máquinas está arruinado; en cambio, su estructura externa mantiene su solidez. La balsa se conserva entre zarzas y maleza. La fábrica queda ahí como vestigio de un pueblo emprendedor y dinámico, actividad que se prolongaba a lo largo del río con los numerosos hatos laneros.


<br= "clear">

40px-Noia 64 apps wp.gif

Articulo extraido de la bibliografía de Eutimio Cuesta Hernández sobre Macotera. Cedido voluntariamente por el autor macoterano. Muchas gracias por colaborar en este proyecto.