La iglesia (Macotera)

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Iglesia

El edificio actual de la iglesia, data de finales del siglo XV o principios del XVI, como certifican las armas del segundo Duque de Alba, don Fadrique, muerto en 1531, y de su esposa doña Isabel de Pimentel, que aparecen en el tímpano de la fachada principal y en otros puntos del templo. No he hallado un documento que confirme una fecha concreta, pero, si don Fadrique heredó el ducado de Alba en 1488 y falleció en 1531, la iglesia de Macotera se construiría dentro de ese intervalo de tiempo. El libro de lugares y aldeas del Obispado de Salamanca, años 1604 – 1629 comenta: Tiene una iglesia parroquial de Santa María del Castillo, muy graciosa y de muy buena traza, con arcos prolongados sin postes, con los cuales se hacen tres naves muy buenas. Tiene una buena tribuna y órgano, su torre de campanas y su reloj muy bien tratado; el edificio de la iglesia es muy fuerte y muy de provecho.

Retablos mayores de la iglesia de Macotera

El primer retablo El retablo actual, que preside el presbiterio de iglesia, no es el primero que se colocó sobre el altar mayor. Cuando nosotros éramos monaguillos, observamos que, detrás del mismo, se esconden restos de pinturas muy complicados de analizar con minuciosidad por falta de espacio, y menos precisar la época de su realización y estilo. Certificamos que están ahí y nada más. Pues bien, de estos vestigios podemos deducir que, quizás sean huellas del retablo primero que se colocó en la iglesia. Se trata de salpicadas marcas de pintura al fresco, que solía utilizarse en los períodos románico y gótico. Se preparaba el muro con argamasa y cal y, finalmente, se le revestía con una capa de yeso, sobre la que se pintaban representaciones de Jesús, de la Virgen o de los Santos. Los pigmentos se mezclaban con un aglutinante, que solía ser clara de huevo.

Segundo retablo Si así ocurrió, este primer retablo fue, en unos años, cubierto por otro de talla. Existe una referencia que data de 1569, que nos habla de él: “Otrosi le mando se faga poner unos mármoles con sus bajas y capiteles sobre los quales se sustente el retablo que parece estar en peligro, porque no carga sino sobre unos pedazos de quartones”. (A.D.P.SA. signatura 244/35, folio 91) Tercer retablo Tres años después (1572), fue reemplazado por un tercer retablo con custodia de talla y pintura, obra del ensamblador salmantino Juan Bautista. Éste inició su trabajo en 1570. Este tercer retablo importó 49.260 maravedís, que traducido a reales equivalen a 1.449 (un real valía 34 maravedís). (La peseta, como unidad monetaria, no comienza a utilizarse hasta octubre de 1868, siendo ministro de Hacienda de Isabel II, Laureano Figuerola). Dicha cantidad se fue pagando en distintos plazos. Las primeras partidas las cobró, personalmente, Juan Bautista, pero, su inmediato fallecimiento, hace que figuren varios recibos a nombre de su mujer, María Corrales. El último pago está fechado en 1586

(A.D.P.SA. Signatura 244/35, folios 100, 105, 112,119, 122; signatura 244/36, folio 9 v)

Se encargó de pintar el retablo Diego Gutiérrez, y sucedió lo mismo: su muerte temprana fue causa por que se extendieran los pagarés a nombre de su mujer e hijos, Luis y Diego Gutiérrez. Las imágenes, que figuraron en este retablo fueron esculpidas por Francisco Cuadoco. De este personaje tenemos el siguiente apunte: “Otrosi por carga de pago a Francisco Cuadoco, escultor del dicho, en quentta de lo que se le a de dar por los treszienttos seteinta e siete maravedís, los cuarentta e ocho maravedís” (A.D.P.SA. Signatura 244/36, folio11).

En el libro de lugares y aldeas del Obispado de Salamanca, años 1604 – 1629, comenta de este tercer retablo: Su altar mayor con su retablo de bulto y de pincel. En 1752, se desmontó este tercer retablo (se le conocía por el viejo), para asentar el retablo mayor actual. Se pagaron cuatro reales a dos personas por mudar el retablo viejo a la casa de la madera. En 1758, ordenó el señor Obispo que este retablo viejo se acondicionase para retablo de Nuestra Señora de la Esperanza; en 1825, mandó se vendiese a otra parroquia de la provincia. Esta orden no se cumplió. En 1840, se pintó de nuevo. Restos de este retablo forman parte del actual de Jesús Nazareno, construido en 1861: “Siendo, pues, la imagen de Jesús Nazareno muy estimada por el pueblo, traté de hacerle un altar, que hoy viene construyendo Francisco Martínez Labajos, apodado el Fraile, y su hijo Pablo, bajo mi dirección, con las maderas talladas que tuvo el altar antiguo de la Esperanza, y se le dio la forma que tiene hoy. Se comenzó a construir este altar el día 18 de noviembre de 1860, haciendo la mesa de adobes Antonio Bueno Zaballos, Miguel Bautista Bárez, Juan Blázquez Flores y otros jornaleros, que trabajaron gratis en esto. En 1861, después de pintado el retablo y el altar por Francisco Bueno Salinero. Se colocó la imagen en el trono del centro. El día 3 de febrero, después de misa mayor y el sermón, que prediqué yo, sacamos la imagen en procesión alrededor de la iglesia”.

(A.D.P.SA. Signatura 244/66, folio 476)

Retablo de Jesús Nazareno

Retablo actual Desconocemos al maestro que armó y labró el retablo que, hoy, enriquece nuestra iglesia. Por su traza, debió de esculpirlo un discípulo de Churriguera. (*) Conocemos que se necesitaron diez carros para transportar las piezas del retablo desde Salamanca a Macotera; los gastos de los portes superaron cuatrocientos reales; hubo que parar en el camino para yantar (comer), y la factura de la comida de los maestros y carpinteros fue de cincuenta y cuatro reales; el pedestal para apoyar el retablo nuevo y el hacer las gradas del altar mayor importaron ochocientas noventa reales; los gastos de bendición y exposición del Santísimo en el nuevo retablo, ascendieron a ciento sesenta y dos reales: incluía el sermón, misa, refrescos y fuegos; se abonaron doscientos sesenta y cinco reales al maestro del retablo para completar los once mil reales en que éste se ajustó; Gregorio Martín, carpintero del pueblo, fue quien compuso el marco para el altar mayor y labró varias piezas para sujetar el retablo; Juan de Horcajo, maestro albañil, construyó la mesa del altar; el Padre Francisco Juan Villar, General del convento de san Francisco el Grande de Salamanca, predicó el sermón el día de la colocación del retablo, fiesta en la que no faltaron la misa, los refrescos, hoguera en la plaza y fuegos de artificio. En el año 1763, se abonaron once mil novecientos reales de vellón, en que fue ajustado el dorado del retablo a Diego Enríquez, maestro dorador salmantino. Se incluyen en esta cifra la escultura de la imagen de Nuestra Señora de la Concepción con su trono, retocar la imagen Nuestra señora del Castillo y el dorado de los marcos del altar mayor. “Da en data onze mill y novecientos reales de vellón, los mismos en que fue ajustado el dorado del retablo de el altar maior de esta yglesia parrochial del lugar de Macotera. Inclusos en dicha cantidad la echura y estofado de Nuestra Señora de la Concepción con su trono; el retocar a Nuestra Señora del Castillo, el dorado de los marcos del altar maior y sus credencias; todo lo qual consta de rrecibo de Diego Enriquez, maestro dorador y estofador, vecino de la ziudad de Salamanca cuia obra se hizo con lizencia su escriptis de los Señores Provisores Governadores en sede vacante por fin y muerte del Ilustrísimo Señor D. Joseph Zorrilla de san Martín, que Dios en su Gloria tenga”.

(A.D.P.SA. Signatura 244/39 folio 79, 79 vuelto y 80)


(*)(Los Churriguera fue una familia de arquitectos y escultores, que trabajó, preferentemente, en Madrid y Salamanca, durante la segunda mitad del XVII y primera del XVIII. A José Benito Churriguera le debemos el retablo de san Esteban (los dominicos); su hermano Joaquín fue el arquitecto de la Catedral Nueva de Salamanca e inició las obras del colegio de Calatrava; y Alberto proyectó e inició la construcción de la plaza Mayor). Retablo Mayor de la iglesia El retablo mayor es de madera dorada y policromada. De estilo churrigueresco. Tiene una antigüedad aproximada de dos siglos y medio. Su frenal muestra tres calles franqueadas por cuatro grandes columnas engalanadas por una profusión de tallos repletos de hojas y racimos. La calle central presenta el Sagrario escoltado por dos pares de columnas sobre tres pequeñas gradas; la hornacina de en medio acoge la imagen de la Inmaculada, rodeada por una orla de cabezas de angelitos y otros cuatro pliegan y sujetan dos cortinas a los lados; más arriba, el Espíritu Santo, en forma de paloma, bordeado de flores y cabezas de ángeles. En las calles laterales, dos nichos adornados con hojas, frutos y flores: el de la derecha recibien las figuras de San Ildefonso y de San Juan Bautista. Dos pilastras dividen la parte superior en tres calles de forma semicircular, en las que aparecen jarrones repletos de flores, de ramas y hojas. Delante de las dos pilastras, se alzan dos angelones con las alas desplegadas, portando en sus manos dos varas con flores. Uno de estos ángeles se hizo pedazos en el año 1802. “ Item ziento diez y siette reales de la compostura de uno de los angelones que están en el Altar Mayor que se hizo pedazos”. (A.D.P.SA signatura 244/41, folio 12).

En 1850, se retocaron y pintaron las caras de estos dos ángeles por el pintor Francisco Bueno Salinero. La hornacina superior, entre tallos con hojas y cabezas de ángeles destaca la imagen de Nuestra Señora del Castillo, patrona de la iglesia: “ La Virgen está sentada en un trono adornado con pilastras corintias; los pliegues de su manto y su túnica son airosos y amplios; su túnica es ceñida y con las mangas abrochadas con pequeños botones; su cabellera lisa, peinada con raya al medio, enmarca el rostro redondeado y poco expresivo. La faltan dos dedos de una de sus manos; con la otra, magníficamente tallada, sujeta al Niño Jesús que está sentado en un almohadón. Está desnudo; le faltan las dos manos; su cabellera rizada enmarca el dulce rostro, de gran belleza, que mira extasiado a su madre”.

(libro Iglesias de Santiago de la Puebla y de Macotera de Yolanda Portal)

Año 1762. Se esculpió la imagen de San Juan Bautista: “Item quinientos y quarenta reales que costó la efigie de san Juan Bauptista y su estofadura consta de recibo del maestro” (A.D.P.SA. Signatura 244/40, folio 62 v)

En 1760, se estofaron y doraron las imágenes de Nuestra Señora del Castillo y de San Ildefonso: “Item zientto quarenta y seis reales pagados a el dicho dorador por estofar y dorar a Nuestra Señora del Castillo que lo restante hasta 300 en que fue ajustado lo pagó un devoto” “Item doszientos zinquenta reales pagados a dicho dorador por estofar y dorar a san Ildefonso y componer a san Francisco y lo restante hasta treszientos y treinta lo pagaron losa devotos”

(A.D.P.SA. Signatura 244/40, folio 44 v)

En 1761, se pintaron las imágenes de Nuestra Señora de la Asunción y de los santos depositados en el altar de Nuestra Señora de la Esperanza: “Item quinientos veintte y un reales pagados a Pedro de Helguera dorador y estofador por pintar a Nuestra Señora de la Asumpción y todos los santos del altar de la Esperanza y darlos de encarnación. Y entran treinta y tres reales, que se pagaron a Pasqual Sánchez de barniz”

(A.D.P.SA. Signatura 244/40, folio 51 v)


Retablo de Nuestra Señora del Rosario

El cuerpo central está dividido en tres calles por cuatro columnas salomónicas, que están ribeteadas de pámpanos y racimos de uvas. En el centro, un nicho, enmarcado por flores, frutos y racimos de uvas, acoge la imagen de Nuestra Señora del Rosario, que exhibe un rostro dulce y sereno, y la ternura del Niño que dirige su mirada a la Madre. Esta imagen se talló en 1758 y el imaginero cobró cincuenta reales: “Item zinquenta reales que costó la ymagen de Nuestra Señora del Rosario, que se trajo para la Uglesia”

(A.D.P.SA. Signatura 244/40, folio 28)

Encima de dicha hornacina, figura un relicario donado por el Cardenal Cuesta en el año 1869. En la parte superior del altar, en el ático, un pequeño nicho guarda la figura de Nuestra Señora de la Ángeles. En las calles laterales, tenemos las imágenes de San Antón, con barba y pelo largo y negro, con su hábito del mismo color, apoyado en un cayado, con su mirada bondadosa; a sus pies el cerdo. Una misa el día de san Antonio por el ánima e yntención de Antonio Zelador por el mucho amor que tubo en haber traído la ymagen del Santo bendido de san Antonio a la zitada yglesia y a sus espensas. (ADSA. Signatura 244/66, folio384) Debajo del patrón de los animales, sobre el altar, la imagen de Santa Ana, que, en otro tiempo, presidió la ermita de su nombre y, una vez cerrada al culto, a mediados del XIX, fue trasladada a la iglesia. Se trata de una talla bastante buena, de estilo renacentista. Representa a una mujer de edad madura, sentada y cubierta de túnica y toca. Irradia bondad. Con una mano sujeta un libro y la otra la apoya sobre el pecho. En la calle de la derecha, San Roque, patrón de la villa. El párroco, don Remigio Sánchez, vio que la imagen estaba muy deteriorada y le faltaban los ojos y las orejas; entonces, decidió ponérselos él mismo y dejó en su cabeza la fecha del 20 de agosto de l864, día en que realizó la compostura: “En el año 1864, al ver yo también la imagen de san Roque, Patrono de esta villa, muy deteriorada sin ojos de cristal y sin orejas, de manera que estaba de forma que causaba irrisión, determiné ponerle los ojos de cristal y formarle las orejas del mejor modo que me fue posible arreglarla y retocarla únicamente la cara que, efectivamente, quedó muy bien aunque a mi gusto, porque no quise darle una forma mejor, que no permite una escultura toda muy mal proporcionada y raquítica; tenía antes unos ojos de pintura muy feos, tras de los ojos de cristal, en la cavidad de la cabeza de la imagen, dejé una cédula con mi nombre y el día y el año en que los coloqué, que fue el día 20 de agosto de 1864”. Remigio Sánchez. (A.D.P. SA.244/66, folio 477 v)


En el rincón inferior, debajo de San Roque, la imagen de Nuestra Señora de la Purificación, talla renacentista bastante curiosa del siglo XVI. Despide majestuosidad y belleza. No sabemos de qué altar procede, pues se esculpió en época anterior. No disponemos de documento que indique la fecha en que fue labrado este retablo. Su talla debió realizarse hacia 1716, pues don Pedro Blázquez Bueno, cura párroco de Macotera en esos años, fue quien corrió con los gastos de su fabricación y dorado. “ Iten dio su Ilustrísima facultad y comisión al licenciado Pedro Blázquez Bueno Presvitero de este lugar para que siempre y quando quiera pueda dorar y dore el Retablo de Nuestra Señora del Rosario, que a su costa hizo para que de la misma suerte quiere continuar su deboción en dorarle a su costa y lo firmo su Ilustrísima doi fee. Silvestre obispo de Salamanca. Ante mí, D. Joaquín García Salinas.”

(A.D.P.SA. Signatura 244/ 39, folio 34 v)

En libro de lugares de aldeas del obispado de Salamanca, años 1604 – 1629, se lee: Tiene otros dos altares colaterales graciosos, el uno de Nuestra Señora del Rosario con sus misterios y otro de pincel y con algunas figuras de talla, San Sebastián y San Fabián y otros.


Retablo del Santo Cristo de los Misereres

El licenciado don Antonio Bueno Gutiérrez, presbítero de Macotera, fue quien mandó construir y dorar a su costa el retablo del Santo Cristo de los Misereres. “En dicho lugar de Macotera dia quatro del mes de maio ante los mismos dichos señores Juezes de Comisión apeadores y de mi el Notario parecieron presentes francisco hernández Santos y Manuel Blázquez Ydalgo Mayordomos Actuales de la Zitada Cofradía de la Veracruz dijeron estar de su cargo y obligación el cumplimiento de un óbito General con su misa y vigilia y prozesión todo el mismo día quatro de el mes de maio de cada un año por los hermanos cofrades difuntos de dicha Cofradía, con la limosna de ocho reales al Cura Párroco y quatro al sacristán y organista. Cuia fundación hizo D. Antonio Bueno Gutiérrez Presvítero vezino que fue de este lugar el que hizo grazia y donazión de mandar hazer el retablo Nuevo en donde está el Santo Cristo de la capilla; y también lo doró por su cuenta y sita está en la Yglesia Parroquial de este lugar

(A.D.P.SA.Signatura 244/66, folio 356 v)”

En 1752, se asentó el retablo y se construyeron las gradas y el pedestal del mismo: “Más de ciento y siete reales de la clavazón que se gastó en la obra de la capilla del Santísimo Cristo asentar el Retablo y componer la erramienta de los canteros que hizieron el pedestal y gradas, en que entran dies y siete reales de una viga que se gastó en dicha capilla. Consto de rezivo. Se colocó el pasamano del púlpito, (costó noventa reales) y se aseguró el sombrero del mismo (entre materiales, clavos y barretas, se pagaron doscientos doce reales). El retablo es de madera, sencillo, de estilo barroco, dorado. Su cuerpo central es amplio y su ático queda rematado por una cornisa con una concha rodeada de hojas carnosas. Dos columnas salomónicas, decoradas por hojas y racimos de uvas, enmarcan lateralmente el cuerpo central que acoge la imagen del Santo Cristo de los Misereres. En el ático destaca la cabeza de un ángel. Los bordes y huecos están cubiertos de hojas y racimos de uvas y frutos. Debajo del altar, se abre una urna que guarda la imagen de Cristo. Sale en la procesión del Santo Entierro del Viernes Santo. Esta figura de escayola policromada fue donada por Juan José Hernández Bonilla, el 26 de octubre de l958. El sepulcro fue tallado y regalado por los hermanos ebanistas Gabriel y Antonio García) Cuando se ajustó la obra de la armadura de la capilla del Cristo, se dio a los asistentes un alboroque, que costó un real y veintiséis maravedís. En el adecentamiento de la citada capilla, trabajaron tres carpinteros que, entre maderas, clavos y jornales, cobraron mil siete reales. Al maestro, que, de orden del señor Obispo, vino a reconocer la obra de la capilla, pedestal y gradas, se le abonaron ciento veintiocho reales, y a la persona que le acompañó, doce.


Retablo del Sagrado Corazón de Jesús

El retablo del Corazón de Jesús se encuentra en la nave lateral derecha del templo, adosado al muro. En la hornacina central, de medio punto, protegida por dos columnas salomónicas decoradas de hojas y racimos de uvas, se colocó en 1938 la imagen, de escayola policromada, del Sagrado Corazón de Jesús. Lógicamente, este retablo de madera, barroco y dorado, del que no tenemos noticia de cuándo se talló ni de quién fue su autor, debió de ser esculpido para albergar otra imagen. Mucho hemos rebuscado por los libros de la parroquia, pero no hemos hallado ni un dato sobre su origen. Nos queda el placer de admirarlo entre el conjunto de los elementos que enriquecen nuestra iglesia. En él, observamos el conjunto repleto de ornamentación de hojas y frutos, propios del estilo barroco. Graciosa resulta la presencia de dos ángeles apoyados en dos pequeñas volutas que señalan hacia un lienzo, colocado en el centro del ático, y que representa al “Ecce Homo”. La pintura aparece bastante deteriorada y apenas se distingue la figura de dos personajes que posan al fondo del cuadro. A ambos lados, dos cortinones recogidos dan luz para la observación de este coqueto retablo.


Las tribunas

Cuando entramos en la iglesia, se nos van los ojos hacia el artesonado, una obra magnífica de la carpintería mudéjar. Pero son los expertos quienes fijan su mirada en las tribunas y aparece en su rostro una mueca de admiración y de asombro. Si usan gafas se las ajustan, mientras recorren con su retina la cenefa del frontón del coro. Pero si grandiosa es la talla de la viga, del friso y de la cornisa, no lo es menos la filigrana del bajocoro. Y siguen obedientes a la tentación de girar la cabeza para continuar recreándose con la belleza y el arte que emanan de aquellas maderas negruzcas.

Imitando a los entendidos, me senté en la escalera que sube hasta la torre y miré al techo. Cuatro racimos de mocárabes, de forma octogonal, ocupan los extremos de la armadura y el centro lo preside otro estrellado; los espacios están rellenos por figuras de estrellas y pentágonos entrelazados, cada uno de estos dibujos muestra en su centro una gran flor. Todo un cuadro magnífico, tallado en madera oscura, color aún más engrecido por el humo de las velas. La talla de la cornisa y de la viga es renacentista. La vamos a dividir en partes para mejor captar todos sus detalles. En primer lugar, nos vamos a fijar en el tramo derecho de la viga, que presenta la posición de un triángulo rectángulo invertido. Los marcos, que bordean la figura, muestran tallas de jarrones, cintas, máscaras y finaliza con la escultura de una cabeza de serafín alado. El espacio central del triángulo esta cubierto por una flor rodeada de hojas. Exhibe dos cintas en forma de uve; sus frontales están rellenos por tallas que representan jarrones de los que salen figuras humanas, máscaras, una calavera alada, una cabeza de toro y culmina en un medallón con una cabeza de carnero. La columna de granito, que soporta la tribuna, separa el busto en relieve de Moisés entre tres grandes flores y una gran flor estrechada por hojas carnosas. El corredor de la viga, en su tramo central, muestra una serie de graciosas escenas de niños corriendo a caballo o en carros, hombres alados, guerreros con tridentes, jarras, máscaras y grutescos. En su punto central, dos figuras humanas sujetan un escudo con dos cuarteles; en el de la izquierda, figura un castillo, que puede ser símbolo de la Virgen titular de la iglesia; y el de derecha lo ocupa un jarrón de azucenas, símbolo de la catedral; a ambos lados del escudo, se hallan dos medallones con los bustos de San Pedro y de San Pablo, éste último está descabezado. El friso lo adornan una serie de cabezas de ángeles que miran, indistintamente, a la derecha e izquierda. Sobre el friso, una hermosa cornisa inundada de mocárabes. La viga de la izquierda de este tramo central muestra unos grabados similares a los del extremo opuesto: cintas, flores, máscaras y figuras aladas, y remata en un grutesco con una caperuza en la cabeza. A la izquierda de la columna, entre tres grandes flores, se halla el busto de David. El bajocoro central ofrece seis racimos de mocárabes octogonales y dos estrellados, que completan la armadura hollera con estrellas y pentágonos entrelazados. Una maravilla de coro en que el cintel de los maestros Andrés López de Carmona y Sebastián García, allá pos los años 1550, lograron dar vida y movimiento a estas figuras inanimadas. “Ytem que por pagos Andrés López de Carmona carpintero hizo de las tribunas para bonos y yuntas seys mil cuatrocientos e noventa maravedis” “Item que pago a Sebastián García carpintero por bonos tres mil quinientos cinquenta e ocho de las tri¡bunas” “Primeramente dio por pago a los carpinteros Sebastián García y Andrés López de Carmona carpinteros de las tribunas en quentta dos mill e noventta e cinquentta y siette maravedís e se acabo de pagar la obra de dichas tribunas”. (A.D.P.SA. Signatura 244/35, folios 11,12v y 16 v)


El artesonado

El artesonado de nuestra iglesia pertenece al estilo mudéjar. Los arquitectos del arte gótico emplearon la cubierta de madera decorada con figuras geométricas, para cubrir las techumbres de sus edificios; para ello, se sirvieron de los moriscos, excelentes artesanos de la madera. Cuadrillas de estos artistas recorrieron ciudades y aldeas. Salamanca fue un lugar preferido para estas gentes, porque este tipo de trabajo abunda, como podemos constatar por la cantidad de edificios señalados con techumbre mudéjar en nuestra ciudad y provincia. (Uno de los carpinteros, que construyeron y tallaron las tribunas, era de Carmona - Sevilla). Desconocemos en qué año se construyó el artesonado y el nombre de sus autores. Podemos señalar los primeros años del siglo XVI. Esta costumbre de cubrir los techos con estructura de madera la copiaron los árabes de los persas. Existen templos en Nishapur y Bagdad del siglo IX con esta armadura decorativa en madera; por lo tanto, ya utilizaban la mucarra (prisma cortado en su parte inferior en forma curva) o mocárabe como elemento decorativo. Nuestra iglesia exhibe cinco racimos de mocárabes, dos de ellos muy grandes, pero de poca caída. El paño horizontal es una imponente armadura decorada por cintas de madera entrelazadas formando polígonos y estrellas ordenadas simétricamente. Esta maravilla del arte mudéjar ha sido restaurada. No ha sido la mano original la que ha reparado aquello que los años y las goteras han destruido, pero, sin ninguna duda, que la maña y la experiencia de los técnicos - artesanos de hoy han realizado un trabajo verdaderamente meritorio, que gozará por siempre de la aprobación de aquellos trabajadores de la madera de antaño. Ésta no ha sido la primera reparación que sufre el artesonado. Dos siglos después de su construcción, dio las primeras muestras de deterioro. En 1716, el visitador del Obispado manda arreglar la techumbre porque amenaza ruina, debido al efecto negativo del agua de las goteras, que descomponía la madera en asociación con la carcoma. En esa ocasión, se consideró la recomendación del visitador como un poco exagerada y no se le hizo mucho caso. Treinta y siete años después, en 1753, el Obispo envía a su maestro de obras a reconocer el artesonado. Ese mismo año se llevan a cabo las obras del arreglo, que ascendieron a 3.460 reales. La reparación fue efectuada por los carpinteros macoteranos, Fernando Arias, Gregorio Martín y Diego García. “Mando que se haga se componga el artesonado que amenaza ruina” (1716). “Item sesenta y quatro reales que se dieron al Maestro de obras de su Ilustrísima quando vino al reconocimiento de lo del Artesonado, en que entran quatro reales que mando dar a una persona que lo acompañó a dicho reconocimiento”. “Item es data tres mill quatrozientos sesenta y quatro reales y medio que son los mismos que tubo la costa de obra, que se hizo en el artesonado de dicha yglesia en la forma siguiente = mill setezientos sesenta y cinco reales y medio ymporte de los jornales de tres personas que se ocuparon en dicha obra, ganando el uno a seis y medio cada día, otro a seis reales y otro a quatro, que en todo hazen cada día diez y seis reales y medio por tiempo y espazio de ciento y siete días = asimismo de tablas, quartones y viguetas y haver porteado dicha madera de Bavilafuente, Peñaranda de Bracamonte y Burgo Ondo mill ciento y ochenta y siete reales, asimismo clavos de a peso, chillones e ymplantones quatrozientos y veinte y nuebe reales con más sesenta y tres reales de tintura y cal. Todo lo dicho


consto de recibo de Fernando Arias, Gregorio Martín y Diego García vezinos de este lugar y maestros de dicha obra”. (A.D.P.SA. Signatura 244/39 folios 34, 213 y 214)

En 1817, estuvo a punto de arruinarse el techo de la iglesia “por haberse quebrado un tirante y el otro estar muy falló y amenazar ruina a yglesia”. Para arreglar el descosido, se cortaron dos vigas de la alameda de Santiago de la Puebla, que costaron 260 reales; los portes y los jornales por cargarlos y descargarlos, y un refresco, importaron 96 reales de vellón. Se emplearon, además, cuarenta cuartones a marco, tres carros de cal, que se compraron en Linares de Riofrío, en la tierra de la Calería; ocho carros de arena a 5 reales cada uno; 4.000 tejas, por 360 reales, a 9 céntimos una, que se trajeron en diez carros; cuarenta libras de clavos de pequeños y unos grandes para el andamio y para amarrar los tirantes; diecinueve días de jornal del maestro albañil a 13 reales día; diecinueve días de cuatro jornaleros: dos que asistían en el tejado, uno para batir la cal y otro para subir las tejas y la cal por la polea, a 6 reales día; en vino, pan y queso, que se gastó para subir los tirantes, en lo que duró la obra y se concluyó, 90 reales. Una obra importante que impresionó a los macoteranos de aquella época, y que supuso 2.289 reales. (A.D.P.SA Signatura 244/41, folios 93, 93v y 94)

En 1828, se ensamblan unos alfardones (tablillas) que se habían desatado; poca cosa, pues los gastos sumaron seiscientos treinta y cuatro reales: “Item es data seiscientos y treinta y quatro reales que costó la compostura de el artesonado de la Yglesia” (A.D.P.SA. Signatura 244/41, folio 156 v)

En 1856, se pagan doscientos noventa reales, coste de los reparos ejecutados en el artesonado de la iglesia. Con fecha 3 de octubre de 1906, el párroco don Eloy Usallán, envía una escrito al señor Obispo que, entre otros asuntos, manifiesta: El otro día no sé como no hubo una desgracia en la iglesia, pues se desprendió uno de los florones del artesonado, que pesaría más de una arroba; gracias a que donde cayó, no había en aquel momento gente, pero me llevé un susto fenomenal. Voy a mandar recorrer el artesonado, pues me parece que no debe ser sólo lo que se cayó, lo que está malo; y como amenace ruina, no habrá más remedio que tirarlo abajo, pues está muy viejo. El señor Obispo, cuando estuvo en ésta, ya vio lo destartalado que estaba y eso que, desde abajo, parece otra cosa.

Existe otro escrito, fechado el 6 de marzo de 1911, que remitió al señor Obispo, don José López Romo, coadjutor: En virtud de encontrarse el artesonado de esta iglesia de Macotera en pésimas condiciones por lo viejo t carcomido, al desprenderse tablas y un roserón del centro, los fieles se retrahen de asistir a los cultos. Y oídas además las quejas y reclamaciones de las autoridades locales, que escuchan del pueblo, ruevo a V.I. ordene con urgencia su pronta resolución como es mandar un perito o autorizar se obre según el caso exige. (A.C.SA. M. 585)

En 1913, se abonaron al carpintero por la madera para la reparación del artesonado, 36,15 pesetas. En 1930, se pagan al carpintero por arreglar el artesonado, 95,75 pesetas. En 1939, se desmontó una viga del artesonado porque amenazaba ruina. Costó la operación, cinco pesetas. En 1956, obra reciente, la factura del carpintero por arreglo del artesonado, maderas y obra, ascendió seiscientas cuarenta y cinco pesetas.

(A.D.P.SA. Signaturas 244/42 folio 10; y 244/43, folios 7, 59, 91 y 278)

Los restauradores (año 1999) habrán podido observar los efectos de estos arreglos históricos, que, posiblemente, han afectado a los paños originales, pero, que, sin duda, han contribuido a que nosotros hayamos podido mostrar a nuestros visitantes la grandeza artística de nuestra iglesia. Actualmente, los medios y las técnicas son más depurados y consistentes.


Púlpito

En el año 1751,se invirtieron noventa reales en el pasamanos y doscientos reales en la carpintura del púlpito.

En 1752, se dieron dieciséis reales a dos carpinteros por haber asegurado el sombrero del púlpito y doce reales se gastaron en clavos y barretas.

( A.D.P.SA Signatura 244/39 folios 204, 194 y 194 v, 201)

En 1760, se abonaron a Francisco Pajarova 184 reales por pintar el púlpito y el pasamano; y 495, por pintar y dorar el sombrero del púlpito. “Item ziento ochenta y quatro reales pagados a Francisco Pajarova pintor por pintar el púlpio y el pasamanos”. Item quatrozientos noventa y zinco reales y medio padasos a dicho dorador por dorar y pintar el sombrero del púlpito” (A. D.P.SA. Signatura 244/40 folios 44 y 44v)


La sacristía nueva

Rincón en que se edificó la sacristía nueva

Así era la figura de la parte exterior del ábside de la capilla del Cristo, - al lado del púlpito-, antes de construirse la sacristía actual de la iglesia. De la antigua sacristía, dice el “Libro de los lugares y aldeas del Obispado de Salamanca (años 1604 – 1629)”: Tiene su capilla de bóveda muy buena, dentro de ella, a un lado la sacristía, que mandé enladrillar. Seguramente, estuvo ubicada en el mismo lugar que la actual, pero, quizá, resultase pequeña y no reuniese las comodidades que pedía el culto. Existen otros datos sobre la sacristía vieja en los libros de fábrica de la iglesia: “Mas dio en data ttreszienttos reales de rrebajar la sacristía para descubrir la bentana en que enttra teja, agilones, cal y coste de manos.”(Año 1703) “Especialmente mandó su Ilustrísima que las dos bentanas que tiene la sacristía se alarguen y rasguen más para que quede con bastante claridad, echando las rejas de hierro y bidrieras con su red de alambre y se compongan las puertas principales de la yglesia”. (Año de 1709). (A.D.P.SA. Signatura 244/38, folios 165 y 173)

La capilla del Cristo, que se construyó en 1752, ¿pudo ser la antigua sacristía? No debió de ser ésta lo suficientemente digna, pues, en 1773, se decidió construir una nueva y, para ello, se aprovechó el rincón que dejaban abierto los estribos de los ábsides del altar mayor y la capilla del Cristo. Esta obra, hoy, el Patrimonio no la hubiese autorizado, pues rompe, de forma descarada, la estructura externa del edificio. En aquella época, no se miraban estas cosas que tienen que ver con la integridad y estilo de los monumentos artísticos. El artífice de la obra fue el maestro albañil, Isidro González. Y el presupuesto superó los 12.729 reales. La intención era construir una sacristía amplia, sólida y funcional, que se ajustase a las demandas del culto, y, para conseguir el objetivo, no se escatimó un real. Se arrimaron varios carros de rollos para los cimientos. Los canteros de Mancera prepararon las piedras de granito del basamento de las paredes y labraron las bolas de la cornisa, según el modelo de las típicas bolas que engalanan los arcos interiores de la iglesia, característica del estilo isabelino. Como la piedra era un material bastante costoso, se optó por el ladrillo para rematar los muros. Entonces, un ladrillo importaba dos maravedís. Se gastaron 39.480 ladrillos, 7.340 tejas, 4 tirantes, 5 vigas, 52 cuartones, “beintte y una tablas de dos longeres”, 1.188 baldosas a 8 maravedís cada una, 44 carros de cal y 8 cuartillas de yeso. Para realizar la obra fina de la bóveda de la sacristía, se contrató al maestro albañil salmantino, Baltasar Díez, quien cobró 1.730 reales por su trabajo y algún arreglo más en la iglesia.

(A.D.P.SA Signatura 244/40, folios 143 v, 144 v, 145)

“La bóveda de la sacristía se hizo en 1775 y está decorada con escayola formando un dibujo similar al del baptisterio de la iglesia de Santiago de la Puebla, ambos de gusto rococó”

(Yolanda Portal, en su libro Iglesias de Santiago de la Puebla y de Macotera)

Se finalizó la sacristía con la colocación de las puertas y entrepaños de nogal, con la construcción del tabique del cuartito del escusado y con el asentamiento de la ventana y vidriera, obra del maestro vidriero, Tomé Álvarez. La reja y alambrada de la ventana, herrajes, pernios, polea para subir las piedras a la cornisa, aguzar los picos para labrar las piedras y cerraduras se encargaron a los hermanos Pericache, Joaquín y Miguel Salinero. El lavatorio fue labrado por el maestro cantero, Juan Lomba. Los cajones de la sacristía se ajustaron con el maestro carpintero de Peñaranda, Sebastián Rodríguez, por cinco mil reales.


Las sepulturas

Hasta principios del siglo XIX, los enterramientos se hacían en la iglesia. La gente de edad madura recuerda que el piso de la iglesia estaba cubierto por un conjunto de pizarras, bien alineadas y separadas por unas cintas de piedra de pajarilla. Cada una tenía una ranura en el medio para introducir la palanca y levantarla.

Enterramientos en la iglesia. Antiguas sepulturas El sacristán era el encargado del rompimientto, o sea, de abrir y cerrar la sepultura; para la operación, utilizaba una palanca, un azadón y una pala. En 1786, el sacristán estaba muy atareado y ordenó a un monacillo que abriese dos sepulturas con tan mala pata, que rompió las dos losas. El sacristán, por el abandono de su tarea fue castigado a pagar diez reales “por fiarse del monacillo para ese menester”. En 1732, se llevó a cabo el enlosado total de la iglesia, pues “las existentes estaban muy cascarilladas y desgastadas”. “Mas es data dos mil quatrocientos y setenta y quatro reales por portear ciento y ochenta y ocho carros de pizarra para el enlosado de la yglesia, cada una a doce reales i medio, catorce y trece en esta forma, los cincuenta y cuatro carros a doce i medio, sesenta y nueve, a catorce, veinte y uno, a trece, quarenta y quatro, a doce i medio, que componen dicha cantidad” “Más es data diez reales al portazguero, por dexar pasar dichos carros por la puente de Alva” “Mas da en data quatro mil setecientos i veinte y tres reales a los maestros que executaron dicha obra y enlosado de importe de doscientas y ochenta y dos sepulturas, cada una a diez y siete reales, menos cada consta de escritura.” “Mas da en data doscientos reales y medio que importaron los jornales por entrar toda la tierra, que fue necesaria para ygualar la yglesia, que fue mucha cantidad, y a un mismo tiempo, sacar todas las valdosas y vroza a la calle de dicha yglesia, y traer arena y cal que fue necesaria para dicha obra”. “Mas es data sesenta y seis reales de carro y medio de cal para la obra”. “Mas da en data veinte reales de refresco, que se dieron a los maestros, oficiales, carreteros y jornaleros por mandatto de don Antonio Bueno, el cura párroco”. (A.D.P.SA. Signatura 244/39, folio 94 v)

La costumbre de invitar a un trago de vino a los maestros y obreros en las obras, no es de hoy. En todas las reformas, que se realizaron en la iglesia: colocación de los retablos, enlosado, blanqueo, reparación del artesonado, mondar el pozo de la iglesia... en ningún caso, faltó el refresco. Se utilizaba un tablero para trasladar a los niños difuntos desde su casa hasta la iglesia; para el traslado de las personas adultas, se usaban las andas de difuntos. No se empleaba ataúd, se depositaba el cadáver en la tumba y se cubría el rostro con un pañuelo. Existían dos tipos de entierros: mayores y menores. Los entierros mayores iban encabezados por la Cruz de plata. Sacar la Cruz de plata en un entierro costaba una fanega de trigo, que, en el año l851, valía 18 reales, y tres años más tarde, el doble. Fue una fuente de ingresos para la parroquia, junto con los dineros que entraban por la venta de sepulturas y las mandas de misas y responsos. Por una sepultura de adulto, se pagaban 8 reales; y por una de párvulo, 4.


El osario

Cuando el sacristán abría una sepultura, recogía los huesos y los depositaba en el osario o calavernario. Éste se encontraba en el rincón del estribo, enfrente del Ayuntamiento. Sabemos que estaba fuera, porque, en varias ocasiones, fue arreglado su tejado por hundimiento o por las goteras. Se derribó el año 1849. Aún se pueden observar los agujeros en el muro donde se incrustaron los cuartones. “Item dio por descargo tres mill y ducientos y nobenta y ocho maravedís que parece haver gastado en aderezar el osario y un pedazo de tejado de la iglesia” (Año 1602) (A.D.P.SA. Signatura 244/36, folio 68 v)

“ Item es data ciento veinte y un reales del coste de teja y manufactura para el calavernario (osario) que se undió”. “Item data quarenta y seis reales de una viga y siete quartones para dicha obra” (A.D.P.SA. Signatura 244/41 folio 99)

Lugar donde estuvo ubicado el osario, enfrente del Ayuntamiento. (Aún se puden contemplar los agujeros de los cuartones)


El pozo de la iglesia

Muchas casas del pueblo tenían su pozo, con su respectivo brocal, polea y pila de piedra de pajarilla; las aguas de aquellos pozos se diferenciaban en sosas y buenas. Los pozos de agua potable eran los menos. Eran cuatro; en cambio, los de agua sosa abundaban por todos los sitios. El agua del pozo de Juan Rey (enfrente de la casa del señor Lucio el Panadero) no se podía beber, se usaba para brebaje de los animales y también para rellenar con barro los cantos “descarnaos” del piso del portal. La ermitaña de la ermita de Santa Ana iba a buscar agua al pozo de Juan Rey para restregar las losas de las tumbas: “Compre un caldero para servicio de la dicha hermitta, porque el agua está lejos. Las vetas de agua buena se concentraban en las zonas más bajas o en las faldas del Cerro. En estos parajes, hay pozos como el Fortín, el pozo de la tía Chaga, el pozo del agua buena, el pozo de las piedras cercano al hospital... y alguno más extraviado por esos corrales; Sin embargo, los que se encontraban en el cogollo del pueblo, arriba del pequeño lomo, solían esconder aguas sosas, que no servían ni para lavar: “había que ir al río con las cargas de ropa”. El pozo de la iglesia se hallaba bajo la tribuna de la izquierda. Sus aguas se usaban para refregar con arcilla las losas de las sepulturas. Al pozo de la iglesia se le daba mucho uso, y eso lo cerrtifican los cuantiosos gastos en sogas, arreglo de calderos viejos y la compra de baldes nuevos. Ese pozo, como casi todos, tenía su tapadera, pero, a pesar de los cuidados, en el año 1750, corrieron las voces: ¡¡¡Una muger se ha caído y aogado en el pozo de la yglesia y el trigo de la yglesia está agorgojao!!! “Cinco reales de hir a Salamanca a dar parte al señor Obispo de que se había hechado una mujer en el pozo que está en la iglesia, con el coste de la licencia para enterrarla en ella”

(A.D.P.SA Signatura 244/ 39 folio 179)

Para lavarse las manos, los sacerdotes utilizaban el agua de una tinaja, que había en un rincón de la sacristía, que rellenaba una señora con un cántaro de barro cocido.


El blanqueo de la iglesia

El primer blanqueo general de la iglesia se realizó en 1761. Normalmente, esta costumbre añeja de blanquear los templos, tenía que ver con las pestes y la falta de higiene. En el caso de Macotera, no se explica otro motivo, pues el decorativo se descarta, ya que no tuvieron reparos en tapar con la cal alguna pintura, como la que se atisba en un pequeño descalado al lado derecho del púlpito. En el enjalbegado de toda la iglesia, incluidas la capilla mayor, cuerpo de la iglesia y las tribunas, se invirtieron 3.188 reales. Se emplearon 80 fanegas de yeso moreno (a 7 reales la fanega), 37 fanegas de espejuelo (a 3 reales fanega), 4 carros de cal (a 65 reales carro). Se gastaron 378 reales en vigas, cuartones de a marco, cencillos y tablas para los andamios; 49 reales en clavos; a Manuel Pérez, maestro de la obra, se le abonaron 600 reales por 60 días de jornal a 10 reales diarios, al oficial menor, 300, a 5 reales por día; al peón, 240 reales, a 4 por día; a otro jornalero, por cernir el yeso y amasarlo, 48 reales por 16 días a 3 reales; a Juan Horcajo, maestro pintor de este lugar, 270 reales por 30 días de trabajo a 9 reales y a Nicolás Sánchez, 147 reales por otros trabajos en lo que entran 14 varas de lienzo para dicho blanqueo. (ADPSA 244/40. Año 1761)

El reloj de la torre

En el informe de la visita, que realizó el representante del obispo en el año 1600 a Macotera, se dice: “Tiene buena tribuna, órgano, su torre de campana y su reloj muy bien tratado”. En 1751, se le dan a Francisco Mediero 130 reales, como encargado de mantener el reloj de la torre. No he hallado más referencias sobre el reloj hasta 1863, año en que se encarga de darle cuerda Miguel Domínguez, sacristán del pueblo. Por este menester, el ayuntamiento le pagaba 240 reales al año. En 1889, el ayuntamiento solicita al gobernador civil autorización para la adquisición y colocación de un reloj de campana en la torre de la iglesia. Se le concede el permiso pertinente y se compra el reloj a don Antonio Canseco. Se le proporcionó hospedaje y el viaje de ida y vuelta a Peñaranda. Don Juan Gómez de Sebastián, relojero de Salamanca, se quejó al señor gobernador civil, porque se estaba colocando un reloj de torre en la iglesia por cuenta del ayuntamiento sin formalidades de subasta. El ayuntamiento manifestó que el reloj, que se trataba de instalar, era del sistema de Antonio Canseco, vecino de Madrid, y que se declaraba improcedente dicha queja. El alcalde, una vez colocado el reloj, levantó una diligencia haciendo constar que dicho reloj es propiedad del vecindario. El cura párroco firmó su aceptación. El cura y el ayuntamiento encargaron del mantenimiento del reloj al sacristán Manuel Domínguez por la cantidad de 60 pesetas al año, que abonará el ayuntamiento.


Los aranceles (según año 1782)

Es bueno refrescar la memoria de los derechos parroquiales, lo que cobraban los sacerdotes por los distintos actos de culto y el modo de repartírselos. Como en todo, se van ajustando a las situaciones económicas de los tiempos, pero nosotros nos hemos detenido en las tarifas establecidas en mayo de l782.

Bautizos “El cura, que administre el sacramento del bautismo, tiene derecho a un bodigo, tarta o bizcocho, en la semana en que esté de guardia”. En Macotera, había dos curas y cada semana estaba uno de guardia. Al sacristán, nada. Si ofrecen alguna perrilla, es para el monacillo; si la limosna por bautizo es de dos reales: uno es para el que bautiza y el otro, para el sacristán, y éste dará dos cuartos al monacillo. Si los padres o padrinos quieren que se toque el órgano, darán dos reales: uno para la iglesia y otro para el sacristán.

Purificaciones “Cuando van a misa (salen a misa) la primera vez las mugeres después de haver parido, ofrecen un bodigo, que pertenece al cura que está de semana; por el cual bodigo, no se canta responso alguno, por lo que el sacristán nada tiene”.

Matrimonios Por cada matrimonio, cobraban catorce reales y se aplicaba la misa por los novios. El cura que presidía la cereminia percibía siete reales; el otro, tres, y al sacristán le correspondían cuatro reales. Si querían órgano, debían pagar tres reales: la mitad para la iglesia y otro tanto para el sacristán; en este caso, como en el de los bautizos, había de preceder el consentimiento o licencia del cura párroco. El feligrés o feligresa o cualquier otro, cuyas proclamas (amonestacios) se leían en esta parroquia, pero se casaba en otra, tenía que abonar nueve reales, que se repartían los dos curas; además, se satisfacían cuatro reales por las certificaciones de matrimonio, nacimiento defunción. Estos derechos recaían en el cura párroco. La ofrenda de los novios o padrinos, que se practicaba en el ofertorio de la misa, si era en dinero, bodigo o roscas, pertenecía al cura que los casaba.

Entierros Por cada entierro de adulto, se abonaban veintidós reales: diez para el cura que enterraba, fuere o no su semana, seis para el otro. Un pan de dos libras de trigo para el cura que esté de semana, aunque éste no le entierre, como también el dinero que se saque de los responsos, que se cantaban en las sepulturas. Al sacristán, los seis restantes. El arancel establecido por novenario o media novena, era de ciento tres reales: setenta siete compartían los dos curas, deduciendo, previamente, el valor de las misas que cada uno hubiere rezado. El sacristán percibía los veintisiete restantes. Si el difunto ordenaba en su testamento que realizasen las tres paradas en su entierro, la familia pagaría quince reales: doce para los curas y tres para el sacristán. Por cada entierro de un párvulo, se pagaban cinco reales si se enterraba sin misa; y diez, con misa. En el primer caso, dos reales para cada uno de los sacerdotes; y el otro, para el sacristán. En el segundo supuesto, seis reales recibía el que decía la misa, dos el otro cura y dos el sacristán. Se ofrecía, en cada uno de estos entierros, un pan de dos libras de trigo, que pertenecía al celebrante que estaba de semana, así como la limosna de los responsos que se rezaban en la sepultura. Además del pan por entierro y por la misa de cuerpo presente, se ofrendaban también un pan por la media novena, otro por el medio año y otro por el cabo de año, total cinco panes de dos libras. Cuatro eran para los dos curas; y uno, para el sacristán.

Otros cargos: Los responsos, que se rezaban durante la misa o antes en los días de precepto, se repartían entre los dos curas. Para el sacristán, nada. Por los completorios a Nuestra Señora, se pagaban tres reales. Se celebraban diez misas por los buenos temporales: una el día de San Blas y las nueve del novenario (después de la Ascensión. Desde el viernes hasta el sábado de la semana siguiente). El Ayuntamiento pagaba por ellas 180 reales. (A.D.P.SA. Signatura 244/66, folios 460 – 463)



Chismes de sacristía

Mando al mayordomo que haga hacer el maderamiento de lo alto de la torre y se le pongan muy buenas limas de manera que toda la obra vaya muy firme; y en lo alto de la torre, en lo que está abierto y en medio, se pongan unos miembros de buena piedra sobre que carguen las vigas, porque quede la obra más firme. (A.D.SA. Signatura 244/35, año 1562)

Otrossi fabló su merced que una casa, que tiene al presente Antón Carrasco, rezibe notable daño y agrabio de los que suben a tañer las campanas, porque, como está tan junta con la torre, si cae alguna piedra o alguna lengua de campana, le echan a perder la dicha casa y recibe muy mala vecindad; y la dicha iglesia gasta sus dineros en reparar el dicho tejado y para que, por quitar dicho perjuicio de la dicha iglesia, la casa otorga ensanchar y ampliar la calle pasan las procesiones cuando andan alrededor de la iglesia. (A.D.SA. Signatura 244/35. Visita 157

Otrossi que, al tiempo del sermón, se bajen todos de la tribuna y se bayan a parte donde puedan oírle de cerca, pena de media libra de cera que executen los curas. (A.D.SA. Signatura 244/38, folio 56 v. Año 1683)

En 1675, se corrió la noticia: “¡Hay un enjambre de abejas en la iglesia”. Como no molestaba, permaneció allá un buen tiempo y se vendió el fruto de ella por cuarenta reales La iglesia poseía una corraliza cercada de tapia, que hará media huebra, en el arroyo de Nuestra Señora de la Encina, enfrente de la ermita del Ángel. (Año 1766).

En 1788, se gastaron 669 reales en la torrecilla para la campana que está junto al reloj. 100 reales se aplicaron para abonar el hierro que se empleó en la fabricación de dicha campana, en el eje, en las clavijas, en las coyundas y en la cadena; 82 reales se dieron al carretero que puso la cabeza de la campana, y el resto se repartió entre un carro y dos fanegas de cal, mil veinticinco ladrillos, diez jornales de los maestros y otros tantos de dos peones, tres jornales de otros dos peones por traer la arena, una mediana para el badajo y un convite para todos. (ADP.SA. Signatura 244/40, folio 235)

(Esta torrecilla no puede ser la que está sobre el tejado de la torre, pues es de hierro; lo que se deduce que, antes de colocar la metálica, debió existir otra, construida con cal y ladrillos).

Decía un cura macoterano: “los padres de los curas y de las monjas entrarán con zapatillas en el cielo”. Esta creencia, metida hasta los tuétanos del alma, y otros motivos más terrenales hicieron que algunos padres aconsejasen a sus hijas que combiasen la bata por el hábito monacal. Las chicas, que deseaban entrar en el convento, tenían que entregar una dote. El padre pudiente no encontraba problema, pero las mozas pobres tenían que acudir a la caridad ajena para reunir el mínimo establecido por la abadesa. Hubo un caso en que la iglesia colaboró a la causa con una limosna de 6 reales de vellón; en otra ocasión, como sucedió con Antonio Sánchez Walias, mercader en lanas y labrador, que tuvo que empeñarse por la dote de su hija Mª Ignacia. Ésta, a los 18 años, profesa como monja de las religiosas de velo negro en el convento de las madres descalzas de Alba de Tormes. Su padre debía abonar una dote de 12.000 reales. En el año 1863, se dio una mala cosecha; por lo tanto, no disponía de esa cantidad, únicamente, podía aportar 2.000 reales. Por el resto, extendió una escritura hipotecaria, con el correspondiente aval de su mejor finca, y a través de ella, tomó el compromiso de satisfacer los 10.000 reales restantes en cinco plazos, a 2.000 reales por año y al 6% de rédito. Para llevar a cabo esta operación, tuvo que contar con el beneplácito del señor obispo. En 1786, se colocó la pila del agua bendita de la puerta trasera. Se pagaron por ella 50 reales a Juan Antonio Gallego. En 1862, se colocaron las dos pilas de agua bendita de la puerta principal y de la trasera “por estar las dos antiguas inservibles”. Costaron 80 reales y su colocación, 30. Se bendijeron el 3 de noviembre de 1862. Antiguo confesionario Nos vimos moraos para mover el badajo de la campana grande. Nos aplanaba su fuerza y su sonido ahuyentaba palomas y gaviluches, y casi nos partía el timpano. Esa campana grande pesa noventa arrobas y cuatro libras y para subirla se necesitó una gran polea y unas maromas enormes. Está ahí desde el 27 de junio de 1826. En junio de 1847, se prohibió jugar a la pelota en la trasera de la iglesia. No se ganaba para cristales por los impactos de las pelotas y por los cantos de los tiradores con que se atacaba a los gorreatos, gaviluches y palomas. Se colocaron alambradas en todas las ventanas.

La iglesia y los mayordomos compraban las velas en casa del hijo de Ramón Martínez de Peñaranda. Las facturas llevaban este encabezamiento: “El sacramento, gran fábrica de cera, movida a vapor. Especialidad en clases puras de abejas, ceresinas, parafinas y estearinas”.

A mediados del siglo XIX, cuando se hacía una relación de cuentas de cofrades o algún cobro de algo, junto con el nombre y los dos apellidos, aparecía el nombre del vulgo, o sea, el apodo:

Francisco Blázquez García (vulgo Heredero). Juan Sánchez Cuesta (vulgo Ajero). Diego y Francisco Bautista (vulgo Chiquinos). Juan Zaballos Sánchez (vulgo Perucho). Antonio García Sánchez (vulgo Adrián). Antonio Blázquez Prieto (vulgo Poteque). Lucas Jiménez (vulgo de la Menora). Antonio Bautista Nieto (vulgo Durano). Alonso Zaballos (vulgo Sandín).

Desde principios del siglo XIX, me encuentro, cada instante, con la familia Salinero, Pericache, haciendo composturas en los herrajes de las campanas, montando cerraduras, haciendo llaves, colocando picaportes, goznes y riostras, montando herraduras, aguzando azadones y rejas... Herreros de cuna con los nombres más dispares: Josep, Vicente, Jerónimo. Pericache. Aún siguen vivos en los clavos redondos de la puerta de la iglesia, en la cerradura, en los ejes y abrazaderas de las cabezas de las campanas. Por eso, es muy difícil morirse del todo.

El 19 de septiembre de l825, el Obispo de Salamanca, don Agustín Lorenzo Varela, se dio una vuelta por Macotera. Hacía once años que el señor obispo no aparecía por el pueblo. Se conformaba con las visitas del canónigo mayordomo, que, cada dos o tres años, venía a revisar el estado de cuentas de la parroquia. Los viajes en mula resultaban bastante pesados y no le permitían al responsable de la diócesis cumplir con el deseo de encontrarse, con más frecuencia, con sus feligreses. Pero sus viajes no se limitaban a oficiar y echar una plática a los vecinos, sino que aprovechaba la ocasión para departir con los curas del pueblo, ver cuáles eran las necesidades más acuciantes y otorgarles las licencias correspondientes para iniciar las posibles soluciones. Don Agustín, el obispo, aquella tarde, no estaba muy de acuerdo con los dineros que cobraba el mayordomo que llevaba las cuentas de la parroquia. Dieciséis reales, eran demasiado dinero para un trabajo tan simple, como llevar unas cuentas que se limitaban a “cuatro reales” de las rentas de las tierras, viñas, bodega y venta del mosto, y al control de cuatro reparaciones en el retejado de la iglesia o el blanqueo de la misma. Entonces, le fijó el sueldo en cuatro reales y le obligó a devolver los doce restantes, pero con carácter retroactivo. Ese dinero se destinaría, según la voz del obispo, a comprar un incensario para las grandes funciones y misas minervas, y una cajita de madera para guardar la ampolla del óleo de los enfermos. (A.D.P.SA. Signatura 244/41 folios 135 y 135 v)


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Articulo extraido de la bibliografía de Eutimio Cuesta Hernández sobre Macotera. Cedido voluntariamente por el autor macoterano. Muchas gracias por colaborar en este proyecto.