La plaza de mi pueblo (Macotera)

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Estaba yo, la otra tarde, recostado sobre la barandilla del balcón del bar "Garden". La gente, a cuenta gotas, deambulaba, de allá para acá, con un motivo, con su motivo. La fuente estaba muda, sin agua y aburrida, sin nadie en que posar sus hundidos ojos; y, desde lo alto, me puse a soñar en la historia de la plaza: me imaginé su cementerio ante la iglesia, donde los muchachos golpeaban la pelota contra sus paredes; y, donde, bajo su tejadillo o tená, los macoteranos decidieron, un día, ponerse en pleito con los de Santiago de la Puebla por asuntos de tierras y pastos; entre los estribos, el de la piedra grande, en que se sentaban algunos en espera de la tercera esquilá, para entrar en los oficios, y el que servía de cobijo a los Pachulos en el baile dominguero, se alzaba el osario, enfrente mismo del Ayuntamiento. Entonces, no había árboles en la plaza, ni fuentes, y bastante menos gente, pero la plaza, con su iglesia, siempre fue el centro de la vida del pueblo, el ágora griega, donde se reunía el personal para deliberar sobre todo: sobre el amor, sobre la cosecha, sobre los años negros de escasez, sobre los pormenores de la cofradía y de las pequeñas cosas...De todo fue testigo la plaza; la plaza es el legajo donde está impresa toda la historia moderna del pueblo, pues, antes de construirse la iglesia a la sombra de aquella construcción antigua, que fue atalaya o torre de vigilancia, nunca castillo, la plaza, la vieja plaza, que nos ha dejado menos dicho, era la de Santa Ana, el lugar de reuniones y de esperas de nuestros viejos ancestros.

Y esta plaza nuestra, que guarda tanta convivencia y desatino, fue ocupada por los franceses durante tres años; y no vinieron a traernos bienestar y nuevas, sino muchas fechorías y muchos destrozos; no encontraron la llave de la iglesia, donde pensaban instalar su cuartel general, y, a cambio, arrancaron la reja de la ventana de la sacristía y se colaron por ella; hacían la guardia desde los tejados de la torre y de la iglesia, y dejaban las puertas abiertas de par en par, y hubo que poner un guarda para controlar lo que entraba y salía; esta persona cobraba su jornal, que le pagaba la iglesia; según leemos, la soldada en 1809 fue de "Trescientos ochenta y dos reales, pagados de jornales a un hombre que estuvo de guarda en la iglesia durante el tiempo, que las tropas francesas tuvieron la guardia en la torre por estar las puertas abiertas todos los días; en 1810, la paga descendió a "ciento ochenta reales, pagados a un hombre, que estuvo de guarda a las puertas de la iglesia por estar abierta a causa de la guardia, que los franceses tenían en la torre; y en 1811, "ciento cincuenta reales". La ricia, que prepararon en los tejados, fue enorme. Cuentan los anales: "Se emplearon 678 reales en el retejo ejecutado en los tejados de la torre y de la iglesia, incluso del osario, que quedó enteramente desarmada toda su techumbre". Se emplearon: 1.500 tejas, numerosos cuartones, madejas de tablas de ripia, clavazón, cal... Antonio Bueno, maestro albañil, y dos peones echaron nueve días en la reparación.

Los franceses abrieron un foso alrededor de la iglesia, para no ser sorprendidos por el enemigo. La torre estuvo a punto de venirse abajo, y hubo que reforzarla debidamente. En la operación, se gastaron dos mil ciento once reales: "coste del socalzo; que se hizo en los cimientos de la torre de la iglesia, con el motivo de la fuerte excavación, que hicieron los franceses para cerrar la plaza y estar más seguros, de forma que con la continuación de las aguas y permanencia en los fosos, amenazaba ruina, que, para evitarla, fue indispensable fortificar los cimientos, para cuya obra se gastaron los materiales siguientes: 21 carros de piedra sillar de Montelacasa a 30 reales carro; 4 carros de cal para sentar las piedras a 40 reales carro; 25 carros de rollos a 4 reales carro; portes de arena para mezclar la cal, 57 reales; jornal del maestro cantero, que cortó la piedra, la labró y la sentó, 16 días a 16 reales; de 4 peones, 16 días, a 7 reales día; 3 herradas para el uso de cal y agua, 60 reales".

Una vez, marcharon los franceses, se cegó el foso y se empedró para evitar la filtración de las aguas de lluvia en sus cimientos. En la obra, se invirtieron 364 reales, "coste de un enrollado, que se hizo alrededor de la iglesia, para obviar que las aguas se introdujeran en los cimientos de las paredes, habiéndose gastado en las siguientes partidas: 46 carros de rollos a 4 reales carro; 10 días el maestro albañil a 11 reales; un jornalero 10 días, a 7 reales".

Seguro que muchos de vosotros os habéis encontrado en pajares y paneras con silos subterráneos. Estos zulos se excavaban para guardar los granos de la rapiña de los franceses, que demandaban, con amenazas, trigo y legumbres, para su manutención, y cebada, para sus caballerías. La pesadumbre tenía atenazada a la población. La situación afectaba también a los diezmos de la iglesia, de forma que el mayordomo "advierte que no se hace cargo de los granos de renta por estar desauciadas las tierras ni tampoco de los decimales (diezmos), porque, hallándose éstos en las paneras propias de la iglesia, destinadas para este fin, en la bajada y retirada de los enemigos, quemaron las puertas de dicha panera y extrajeron todos los granos de ellas, sin que se aprovechase más que una fanega y treinta y seis cuartillos de garbanzos, que, por no haber entrado en la panera, se reservaron, de cuyo valor me cargaré en la primera partida del cargo siguiente".

Otro tanto pasó con el vino. Quedaban en la bodega de la cilla 77 cántaros de vino, valorados en 1.100 reales, sólo se han podido recuperar 100 reales de los mismos, "a causa de que derrotaron el vino los enemigos".

También hubo que reparar las vidrieras de las tribunas, "que se desbarataron a causa de los tiros del cañón de los franceses, incluidos andamios, el coste ascendió a 1.436 reales". Como final, diremos que tres macoteranos murieron a manos de los franceses: uno de un tiro en la cara; otro de los golpes que recibió y un tercero de la sofocación, huyendo de la persecución de los enemigos.

Hoy, la plaza es más engolada y coqueta; quizás, menos imprescindible, porque ya no acoge el baile dominguero y festivo; ni las capeas de toros el día de la fiesta, ni los puestos de chucherías, ni el churrero a la sombra de la torre, ni las barcas balanceándose al viento, ni los muelos de melones debajo de los soportales de las Carrolas; ni el popular remate del espigadero y los pregones y bandos del alguacil desde el pedestal de la Cruz, a la salida de misa mayor; ni el juego de los niños a los cartones y loterías debajo de los soportales del abuelo Constante; ni la espera a la niña de los sueños tras los oficios religiosos y a los amigos para armarla a la puerta del café; ni la llegada del amo en busca de jornaleros para escardar las lentejas o excavar el majuelo; ni se ven la mujeres camufladas bajo el pañuelo a la cabeza y el mantón de color de luto... Hoy tiene más desahogo la plaza; en cambio, sigue siendo el mismo lugar de cita, de encuentro y de ocio.

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Articulo extraido de la bibliografía de Eutimio Cuesta Hernández sobre Macotera. Cedido voluntariamente por el autor macoterano. Muchas gracias por colaborar en este proyecto.