Macotera en el siglo XIX. Los Chalanes
Un pueblo lanero sin colchoneros nos lleva al asombro. El Catastro nos dice que los laneros cardaban e hilaban la lana y se la vendían a la fábrica de jergas de Peñaranda. Posiblemente, el colchón de lana era un lujo y, hasta aquí, no llegaba la economía doméstica. Quizá el colchón de lana tuvo que esperar otros tiempos más prósperos. El desarrollo económico de Macotera despliega hacia 1820. La vida del pueblo toma un dinamismo inusual y a Macotera se le comienza a conocer por todos los rincones de España. Su población aumenta y comienzan a verse apellidos nuevos de gentes que fijan su residencia en el pueblo, atraídos por su prosperidad. Su prestigio y nueva perspectiva influyen en la nueva pretensión del ayuntamiento, que presenta su solicitud ante la reina Isabel II, para que se eleve la categoría de pueblo a villa, y a fe que lo consiguen. El señor Gobernador Civil de la provincia comunica, con fecha 2 de septiembre, lo que copio: “por Real Orden del 19 de agosto de 1861, la Reina (Q. D.G.) se ha dignado expedir el Real Decreto siguiente: Reconociendo la importancia que tiene el pueblo de Macotera por el desarrollo notable de su población, riqueza y por los elementos de propiedad que encierra, he venido en decretar a instancia de su Ayuntamiento, interprete de las nobles aspiraciones de sus vecinos y moradores y, de conformidad, con lo manifestado por las autoridades y corporaciones provinciales, lo siguiente: Artículo primero.- El pueblo de Macotera, en la provincia de Salamanca, tomará en adelante el título de villa del propio nombre”. Dado en Santander a 10 de agosto de 1861. Está rubricado de real mano”.
Y a esta bienandanza contribuyó la rama industrial macoterana. El oficio de tratante o chalán en Macotera no se ejerce hasta bien iniciado el siglo XIX. El personal ocupaba su vida en la ganadería, en la agricultura y en el comercio de lana basta. A base de enredar con los papeles, he dado con las primeras familias que se iniciaron en el trato de ganado vacuno. La fuente, en que hemos calmado nuestra curiosidad, son los libros de la iglesia, guardados en el Archivo Diocesano de Salamanca. Repasando partidas de nacimiento y de matrimonio, muchas de ellas indican la profesión de los padres y abuelos, y, por esta información, hemos descubierto, más o menos, nombres que han ido aparejados al oficio del trato. No diferencia claramente, si la gente del trato se empleaba en el negocio de la lana o de los bueyes; por lo tanto, no podemos cifrar el número de personas que se dedicaba a cada cosa. También resulta harto complicado averiguar si el escribano se refería con el término tratante a persona que comerciaba con ganado o con lana. Como resultado de este enredado asunto, he optado por englobar el total de personas, que viven de una y otra ocupación. Entre unos y otros hemos contado más de ciento veinte. En el recorrido histórico, nos hemos familiarizado con apellidos de negociantes en ganados como los Zaballos Sánchez, Javier y Lorenzo; con los Zaballos Hernández, Manuel y Diego; con los Zaballos Zaballos, Antonio y Javier; con Zaballos Hidalgo Juan y con Zaballos Madrid Alonso; Sánchez Jerónimo; los Hernández Francisco y Cristóbal; Blázquez Molinero Raimundo; Hernández Lucas; Blázquez Blázquez Laureano. De Laureano sabemos que vestía calzones en el pueblo; en cambio, usaba el traje ordinario de época, porque viajaba a Francia por asuntos de negocio. De estos contactos foráneos, le viene la costumbre de vestir bien trajeado, como podemos observar en la foto.
Si queremos puntualizar más, esos apellidos deben aludir a apodos como los Barriguetos, el tío Azúcar (Pablo Bautista Madrigal), los Cantarillas, Patanes, Picones, los Ranes, Sabalete (trabajaron con él sus cuñados Cajarines), los Bizcochos, los Cañiles, los Junqueras, los Gabrielucos, los Boleles, que desarrollaron su negocio durante el siglo XIX; y, ya iniciado el XX, aparecen motes como Potanche, Cajarines, Bartolo, Pernetas, Ñurris, los Barriles, los Porretos... Los chalanes macoteranos eran conocidos en todas las provincias limítrofes con Salamanca y, de manera especial, en nuestra provincia. Los tratantes macoteranos abastecían de bueyes a los agricultores de la Moraña (Ávila), de la Armuña y de tierra de Alba. El chalán era muy apreciado en todos los lugares por su seriedad y por la firmeza en el trato. El labrador le comentaba al oído: “El buey es caro, pero bueno”. Y Mateo Barrigueto solía contestar: “Tú lo pruebas, si no te vale, no te preocupes que para eso está Candelario y El Escorial”, donde se llevaba el ganado de carne. Viene a cuento aquí aquella frase de nuestro personaje: “ No me interesa tener un comprador para una vez”. Recuerda su hija Presenta La figura del chalán iba siempre acompañada por su hombre de confianza, esa persona de fácil palabra para el trato, avispada, en la que se podía fiar como de su propia camisa. El mayoral de la casa de Mateo Barrigueto era Agustín el Violeta, el padre de Agustín que casó con Alfonsa la Patana. “Era un hombre que valía mucho para el trato”, me dice Presenta, hija de Mateo. El personaje del arreador era una entidad dentro de la cabaña. Los había de todo: hombres trabajadores, incansables, verdaderos trotacaminos como Fernando Mogán, Seisdedos, Guindilla (hombre muy apuesto éste, limpio y garboso) y un tal Plácido, que vivía en el hospital. Éste decía al ama, la señora Mª Teresa, antes de salir de camino: “Tú mete mucho aunque sea malo”. Y junto a esta cuadrilla de trabajadores, estaban el encargado del comedero, como Pedro Casildo, y los hombres de la labor como Manuel el Ajero y sus hijos Rafa y Francisco, y Melchor Ajero, hermano del primero. Ya más tarde, trabajó en casa de Mateo Barrigueto, Pedro Jeromillo, hasta que Antonio Oreja se hizo cargo de las tierras de su suegra. La sementera y el verano eran las dos épocas propicias para comprar la pareja. Llegaban los tratantes a la Armuña, cerraban los bueyes en la corraliza de costumbre y se corría la voz: “Está ahí el chalán”. Los interesados acudían a echar la vista al ganado. Se decía de Mateo Barrigueto: “Siempre tiene tres tandas: una en casa, otra en camino y la otra llegando a Candelario”. Me sigue contando Presenta: “Mi padre tenía fama de ser una persona muy tenaz, no comenzaba una cosa sin terminar otra. Estaba en contra de que se iniciaran cien cosas y no se acabase ninguna”. El trato no era excusa para abandonar sus costumbres religiosas. En una ocasión, Mateo, un día festivo, estaba con los bueyes en un lugar y tocaron a misa. Dijo a los curiosos: “Vosotros mirad los bueyes y, después de misa, tratamos”. Cuando Presenta vendió la corraliza a José el fontanero, en la que éste ha edificado una casa, me topé en una de sus paredes, pintada de cal, con el escudo de los dominicos y con esta frase: “Bendecimus patrem he filium cum Sancto Spíritu” (año MCMXXVII). Lo comenté con amiga Presenta y me dijo que lo había pintado Pedro el Sucio. Antes le preguntó a Mª Teresa, esposa de Mateo: ¿Me da usted permiso para poner el escudo de nuestro padre Santo Domingo en la pared? La frase era legible desde la calle, hoy ha quedado tapada por el cemento. Mateo trabajó durante varios años asociado a sus cuñados Ramón y Pedro Ranes, padre éste de Guadalupe y Brígida. Murió Pedro y siguieron juntos Ramón y Mateo. Con el tiempo, “rompieron las peras”. En casa de Mateo, dio sus primeros pinitos, como ganadero, Miguel Zaballos Potanche, muy amigo de Juan el Ranes. Con el tiempo, se independizó y se abrió camino como tratante y ganadero fuerte de reses bravas. Otra familia con solera fue la de los Cantarillas en esto del trato. Trabajaron el ganado manso de vida y de carne, y el ganado bravo. Llegaron a tener una ganadería de segunda, que pastaba en la finca llamada “Albergues”, provincia de Madrid, y estaban al tanto de ella los Tiburcios. Dieron varias corridas por los pueblos de Madrid e incluso en Macotera. Me cuenta Petra Cantarillas que su tío Javier toreaba muy bien. Murió en 1925, a los 22 años. Un día se escapó una vaca del matadero y consiguió dominarla con una cacho de manta en la Puerta del Sol. Quien fue una personalidad en ganado bravo fue Diego Zaballos Castor se casó y murió en Villaverde de la Guareña a los 59 años. Lidió más de doscientas corridas entre Madrid y provincia. Fue socio de los Cantarillas. Era muy estimado por todo el mundo por su inteligencia y don de gentes. Fue huérfano como Miguel Zaballos, y ambos, a los catorce años, iniciaron el oficio de tratante siendo, primero, arreadores: Miguel en casa de Mateo Barrigueto y Diego, en casa de los Gabrielucos. Actualmente, el tratante de buey de labor ha desaparecido, pues el tractor ha suplido su presencia en el campo; en cambio, el ganado bravo ha alcanzado gran renombre gracias a la dedicación de familias como los Barriles, Patán y los nietos de Miguel Zaballos Una persona muy significativa, dentro del mundo del trato, fue Perfecto Bautista. Después de iniciarse en el oficio con su tío Serafín , se trasladó a Madrid, donde ha sido durante 44 años comprador y hombre de confianza del empresario catalán, Gallifa. La vida del chalán es calcada la de uno y la del otro. Lo que te cuentan por un lado guarda una estrecha relación con lo que te dicen del otro. Por eso, evitamos repetir la misma cantinela. A todos les recuerdo y a todos acojo bajo los nombres de nuestros protagonistas.
Otros oficios:
Otras familias se han mantenido, hasta época muy reciente, ligadas a oficios, como el de zapatero, propio de los Izquierdos; el de panadero, reservado a los Madrid; el de herrero, a los Salinero y a los Bautista; el de carretero, a los Zaballos, a los Blázquez y a los Campos; el de pintor, a la familia de los Sánchez y de los Bueno; el de tejedor, a las familias de los Montemolines, de los Cortos, de Juan Martín Blázquez Cucarro, de José Quintero y de los Echatierras. Tanto bienestar trajo la moda del colchón de lana, y, con ella, el oficio de colchonero. Conocemos familias de gran tradición colchonera: los Pilatos, los Chaparros, Los Quintos, los Guindines, los Cusinas, ya más reciente, Catalán y Francisco Caballo, hijo de la señora Caridad. Estos caballeros, como sucedió con los laneros, chalanes y roceros recorrieron pueblos y dehesas de la provincia vareando colchones. Luego, vino el Flex y el Pikolín y la tradición colchonera de Macotera desapareció en un santiamén.
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