Nuestros viñedos y su historia (Macotera)

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Período medieval

El fuero de Alba de Tormes, que data de 1140, nos habla, en uno de sus apartados, de los vinnaderos o guardas de viñas. Todas las aldeas de Alba de Tormes tenían obligación de escoger entre sus vecinos a los encargados de la vigilancia de las viñas. “Cuidaban éstas durante el día y, desde el 1 de agosto hasta la finalización de la vendimia, permaneciendo en una cabaña cercana sin poder acudir a casa, salvo, “el domingo a yantar o el viernes a cenar”. (E.P.E.L.siglos XII y XIII de Mª Trinidad Gacto. Página 151)

El vinnadero era responsable de los daños causados en las viñas y, por ello, la aldea le exigía, a la entrada del cargo, un fiador que respondiera por él, y, en el supuesto de que éste se negase a pagar por las imprudencias del guarda, sería la propia aldea la que correría con los daños. Cuando el perjuicio había sido causado de noche, y se podía probar, el vinnadero se veía libre de responsabilidad. Las caloñas (multas), que echaba, debía entregarlas al dueño de la viña. Le pagaba cada vecino propietario, por su trabajo, media colodra de vino (vasija de madera). Si añejo es el vino, no le va a la zaga la tradición vinícola macoterana. En septiembre de 1267, se reúnen los representantes de cada aldea en la villa de Alba, cabecera de comarca. El asunto de la reunión era tratar sobre el vino propio, pues el forastero les estaba causando mucho perjuicio. Se avienen y toman el siguiente acuerdo: “Que ningún omne de la villa nin de aldea non sea osado de traer vino nin uva nin mosto de fuera parte, pora vender nin pora bever en Alva nin en su término. Et, qualquier que lo traxier, pierda las bestias e los odres e el vino e las uvas e las bestias e los cestos, e peche seys moravedís. Et, si en cuba lo fallaren (hallaren), pierda la cuba e el mosto o el vino, e peche seys moravedís. Que contra esta postura fuere por la desfacer, peche doszientos moravedís, los çiento al rrey e los çiento a la parte que estudiere a la postura. En 1268, el rey Alfonso X confirma la concordia que establecieron en Alba los representes de sus aldeas y Alba en 1267. (D.M.A.M. Alba. A. Barrios, A. Martín y G. del Ser. Doc 10 y 11 pág. 48) Además, se prohíbe la venta de vino de fuera en la feria de Alba, que duraba quince días, y que el precio del vino propio no se subiese durante este acontecimiento, y que se vendiese al precio que tenía un mes antes de comenzar ésta. “e que vos non vendades más caro de conmo valir en el logar un mes ante que la fferia se comiençe”.

Datos del sigloXV

Macotera, como todos los pueblos de su entorno, tenían su medio de vida basado en la agricultura y en la ganadería, y su producción se empleaba en parte para colmar las necesidades del consumo familiar, y el resto se destinaba para la siembra, para el alimento de los animales, para pagar el diezmo eclesiástico, los tributos al Rey y al duque; y si quedaba algo, se vendía en el mercado de Alba o se intercambiaba por productos del exterior. El escaso dinero, que se obtenía de las ventas, se aplicaba en la compra de algunos bienes como aceite, pescado seco, cera, miel, sal, madera de pino, aperos de labranza y aquellas herramientas de las que se carecía en su entorno. Los cereales, el vino y la carne eran sus alimentos básicos. El cereal era abundante y les permitía un cierto desahogo en su economía domestica, pues gozaban de licencia para venderlo a buen precio en lugares ajenos a su jurisdicción. Pero nosotros hemos apostado por el viñedo y el vino, como protagonistas de este capítulo. Si la producción del cereal superaba, con creces, las necesidades de la población de la aldea, la cosecha de vino no era suficiente para socorrer la demanda de la población durante todo el año y, además, nuestros caldos no podían presumir de buena calidad. Si no hubiese sido por la política intervencionista de los alcaldes, no hubiese tenido nada quehacer frente a la competencia de otros vinos foráneos de mejor solera. La entrada de vino, dentro del territorio señorial de Alba, estaba a merced del consumo: “mientras quedase vino de la tierra, estaba, terminantemente, prohibida la importación de caldos forasteros”. Esta prohibición no se llevó al pie de la letra, dependía, como sucede en muchas ocasiones, de la categoría social del consumidor. Los vinos de la sierra (tinto y retinto) y los blancos de Madrigal eran excelentes y muy apetecidos; sólo se permitía introducir algunos pellejos de estos vinos durante el verano y mientras se elaboraba y fermentaba el vino de la nueva cosecha. En este caso, se importaba vino serrano y de la tierra de Madrigal, pero, con mucho control, pues, había que dar cuenta en el ayuntamiento de los cántaros que se compraban y de la cuba en que se guardaba. El día de San Martín, más o menos, era la fecha tome para traer vino de fuera. La autoridad comprobaba si el vino nuevo estaba ya en condiciones de ser bebible. Si así era, concedía un plazo de ocho días a los taberneros y personas particulares, para que enajenasen las existencias de vino foráneo. Si el remanente no era vendido en el plazo fijado, se requisaba y se repartía entre los vecinos a precios bajos. En 1438, el corregidor requisó ochocientos cántaros de vino serrano y vendió el cántaro a quince reales. Se abría un poco la mano en días muy señalados como eran la celebración de alguna boda o mayordomía o por enfermedad de alguna persona o por el hecho de ocupar cargo público A finales de siglo XV, se permite introducir vino de la sierra, para aderezar el vino autóctono en una proporción del 1/10; esta apertura al vino forastero permitió enriquecer la calidad del vino de casa. Macotera, en aquella época, (siglo XV) fue el pueblo de mayor producción de vino de la tierra de Alba. En el “Libro de Acuerdos del Concejo de Alba”, se registran varias partidas de vino procedentes de Macotera: 1/11/1498 Rodrigo Bernaldino registró 350 cántaros de vino comprados en Macotera. 6/11/1498 Juan Brochero, regidor, registró 40 cántaros comprados en Macotera “para su beber”. 9/11/1498 Cristóbal Fernández, escribano, compró 320 cántaros en Macotera, correspondientes a los 560 de los diezmos del común de dicho lugar. (Por la cifra de cántaros del diezmo, podemos cotejar que, en aquella época, en Macotera se producían 5.600 cántaros de mosto) Antón Celador registró 30 cántaros de vino comprados a uno de Macotera. (Sistema Político Concejil de José Mª Monsalvo, página 451, nota 17.)


Producción de vino en el Siglo XVIII

La jarra y el barril sobre la mesa, el pellejo, el barreño y la cuba grande en la bodega fueron los recipientes que animaban la tertulia y la fiesta con su contenido. ¡Plácido caldo, temeroso de herir y sanador de tantas heridas y penas! ¡Compañero del alma! Y, al ser, con el tiempo, más vecindario en el pueblo, hubo que plantar muchas más cepas para calmar sus ansias. Si en el siglo XV, Macotera producía vino hasta vender su remanente; en el siglo XVIII y siguientes, Macotera fue la bodega de todos los pueblos de alrededor. El 14,63% de su término estaba destinado a viñedo. En 1752, se excavaban setecientas noventa aranzadas de viña, y, a esta superficie, había que sumarle las ciento cuarenta aranzadas que tenían arrendadas los macoteranos en el despoblado de Fresnillo. Cada aranzada mantenía cuatrocientas cepas. De cada aranzada, se obtenían seis cargas de uva si era de primera calidad; cinco, la de segunda y tres, la de tercera. De las 790 aranzadas de viñedo del término de Macotera, cien huebras se las incluía en el grupo de primera clase; cuatrocientas, en el de mediana, y 290, en el de categoría inferior. De cada carga, se conseguían tres cántaros de mosto y éste se pagaba a tres reales el cántaro. (6 maravedís la media azumbre o litro). Según estos datos, que nos proporciona el Catastro de Marqués de la Ensenada, Macotera producía 10.410 cántaros, más los 2.100 procedentes del despoblado de Fresnillo; un total de 12.510 cántaros. Cuarenta cántaros y medio por vecino. Entonces, Macotera tenía 309 vecinos, mil ciento cincuenta y cinco habitantes. Los datos nos informan que hubo labradores que cultivaron más de 21 aranzadas de viña; la lista va descendiendo a 19, 16, 14, 13, 10... Casi todo el mundo tenía su cacho de majuelo y su cubeto. De los 309 vecinos del pueblo, 216 tenían sus aranzadas o su cuarta de viña. Contabilizamos 120 bodegas en sus respectivas casas; 17 bodegas y 8 lagares en locales separados o independientes. La zona vinícola estaba distribuida en 21 pagos: Cochino, La huerta, Carreasantiago (camino de Santiago), Portillo, la Juara, Carreamolino, Carreazarzal, Carreavilla (camino de Alba), Soto, Cárcavas, Carreacoca, Valdecasa, Arenales, Elcano, Carboneras, Valcruzado, Tintillas, Arroyo Concejo, Majuelos, la Llaná y el Blasco Martín. Dentro de estos pagos se colaban sitios muy singulares, como el sitio de la Cruz de Moreno (junto a la Llaná), Las hoyuelas, El torbiscal (en el pago de Carreamolino), las Valonas y Altorredondo.

Siglos XIX y XX

No existió casa sin visnera ni bodega sin cubeto ni lagar por muy pequeño que fuere. Todo el mundo tenía, como mínimo, un cacho de majuelo del que comer un racimo de uvas y una jarra de vino fresco con que calmar las ansias de su paladar. Los datos de que disponemos sobre el vino de Macotera del siglo XIX, apuntan a 1884.Y esta información nos confirma que el vino, en la época referida, tuvo una cierta importancia en la economía familiar y local. Se asomaban los viñedos hasta las traseras de las casas. En el año que citamos, Macotera dedicaba al viñedo 839 huebras y elaboraba más de 21.000 cántaros de vino. Nos sirve como prueba de su rentabilidad el que tres años después, 1887, Macotera incrementó su zona vinícola en más de cien huebras, o sea, que, en ese año, sumaba más de mil aranzadas, sin incluir los viñedos que se poseían en Salmoral, Santiago de la Puebla, Malpartida, Sotrobal y Tordillos. En 1887, se elaboraron 28.550 cántaros de mosto.

Normalmente, no se consumía todo el caldo que se producía. Había propietarios que vendían parte de su cosecha, bien en el pueblo o a gente de los pueblos vecinos, que venían atraídos por la calidad y buen paladar de nuestro chispeante vino. Era muy estimado en Peñaranda, Alba de Tormes, San Miguel, Cabezas, Alaraz... Cuando un labrador se decidía a “echar una cuba,” colocaba una bandera roja en el balcón de su casa e invitaba a los jarreros a probarla. Si su veredicto era positivo, se vendía la cuba como rosquillas, pero, si los catadores arrugaban el ceño y mecían cabeza, el vendedor se las veía y deseaba para sacarla.


Los jarreros

No existía la costumbre de ir a la taberna, pues casi todo el mundo tenía su bodeguilla y su vino fresco. Era muy saludable bajar a la bodega y echar una jarra. Incluso los jóvenes se pasaban la tarde de los domingos, antes de acudir al baile de la plaza, en torno a una cuba, con la jarra y un puñao de cacahuetes. Antaño, había unos portalillos en los que se vendían cuatro copas de aguardiente y tres jarras de vino. La costumbre del chateo vino después; en cambio, un grupo de macoteranos de oficio: laneros, aguardienteros, zapateros, carreteros, sastres... les gustaba reunirse todos los días un rato, al mediodía y después del trabajo, a tomar una jarra en amistad en casa de los Ponderas y de la tía Magana. Las tertulias, que se montaban, solían ser muy ocurrentes y divertidas. El tío Joaquín el de los Pájaros y el tío Pedro el Soso estaban todo el día discutiendo. El tío Soso se tenía que callar, pues el tío Joaquín era mucho más fuerte. Un día el tío Joaquín decide marcharse a América y celebraron una merienda de despedida. Al final, se abrazaron todos y se desearon mil parabienes. Le tocó el turno del abrazo al tío Pedro el Soso y le espetó a su primo Joaquín: “Yo te deseo, primo, que te vaya muy bien para que no vuelvas nunca más”.


El vino macoterano

El catador definió así nuestro vino: "El vino macoterano era clarete, delgado, chispeante, con buen gallo y una aguja que le hacía parecer espumoso, cualidades que le hacían exquisito y apetitoso". Como tenía poco grado, no se subía a la cabeza por mucho que se bebiera. Se elaboraba utilizando tres cuartas partes de uva blanca y una de tinta. El cántaro costaba tres pesetas. Hoy quedan por ahí, salpicados cuatro majuelos, que mantienen el recuerdo de la tradición. Últimamente, se ha plantado alguna viña con variedades procedentes de la zona del Duero (la Pesquera), más por distracción y para elaborar alguna botella que anime las meriendas y alguna comida amistosa en el verano.


La cuba de san Roque

La cuba de san Roque escondía el vino, que, después, iba a sazonar los grandes eventos de las fiestas de san Roque. Hemos tenido que escarbar en los años cincuenta del siglo pasado, hasta descubrir sus orígenes. Allí hemos encontrado su primera piedra, llevados de la mano de un labrador de Macotera. El propietario de la famosa cuba fue Manuel Mielero. La cuba tenía una capacidad de doscientos cántaros, ciento cincuenta limpios, pues la madre ocupaba la cuarta parte. El mosto, con el que se llenaba la cuba, procedía de uvas de la Llaná, que, según los entendidos, era la uva más rica en glucosa del término, incluso superaba a la de la celebrada Marrá. Se llenaba con el mosto de la primera pisá, que es el que contiene la salsa de la uva. La cuba se estrenaba el día de la Virgen. El encargado de vender el vino era el abuelo Pondera, quien percibía un real por cántaro. Se despachaba en pucheros y su importe se pagaba en calderilla, que el vendedor introducía por la ranura de un arcón bien cerrado, que reposaba al lado de la cuba. No se abría el arcón hasta que no se vaciaba todo el contenido de la cuba. Las pandas se sentaban en la calle y el recaudador de la cuadrilla bajaba a buscar el puchero, por lo general, de media azumbre. Solía animar el trago una buena ensalada de pimientos de cuerno cabra, bravos, como la casta de los toros de Lesmes o Manuel Cosmes. Nos cuentan que un año apareció el Niño de la Blusa (maletilla), que, en su tiempo de matador, llevó el nombre de Vicente Pastor. Aquella tarde, el Niño dio fe de sus buenas condiciones taurinas, rubricando varios lances que cerró con una excelente media que había apañado en los sorbos de la mañana. La cuba de san Roque casi se consumía en dos días: el 14 y 15 de agosto. Aún quedaba algo para el encierro del día de san Roque. Hace 43 años que Cele la rellenó por última vez.


Algunas curiosidades

En la sesión celebrada por el ayuntamiento el 4 de agosto de 1856, se acuerda que, desde hoy en adelante, no se permita a ningún dueño de viñas a pasar a dichas viñas ni con el objeto ni pretexto de ver el fruto ni a cosa alguna, más que los martes y viernes de casa semana que se les permite pasar a buscar una cesta de uvas, advirtiéndose que a todo el que se le pille por primera vez se le castigue con 16 cuartos para el guarda y además con la multa de una peseta en papel correspondiente; por la segunda vez, además de lo del guarda, se le castigará a abonar diez reales en papel correspondiente; por la tercera vez, como reincidente, formación de causa. Se aplicarán las mismas sanciones a aquellas personas que se les pille cogiendo uvas y no tengan viñas, o teniéndolas, las cortan de viña ajena. No se permite a los guardas levantar las cabañas hasta que el Ayuntamiento no les señale día. En 1856, se fijan los siguientes pagos de viñas y el nombre de los guardas:


Pagos y Guardas

. Cochino, Juan F. García Bautista . Pesquera, Antonio Tavera García. . Arroyo Concejo, Juan Madrid Jiménez. . El Cabo, Antonio Sánchez Blázquez. . Sitio de la Huerta, Pedro Sánchez Blázquez. . Carboneras, Antonio Bautista Bueno. . Majuelos de Carmona, Juan Jiménez García. . Valdesaca, Francisco Jiménez Sánchez. . El Soto, Antonio Jiménez García. . Llanada, Hipólito Hidalgo Sánchez. . Valondillo, Sebastián Bautista Quintero. . Cristo, Pedro Hernández Sánchez. . Arenales, Jacinto Hernández Hernández. . Cárcavas, Francisco Jiménez Bueno.

No se incluye la 'Marrá' porque se encuentra comprendida en el término de Tordillos. Como Macotera tenía varias viñas en dicho término, ambos Ayuntamientos se tenían que poner de acuerdo sobre las fechas en que se debían celebrar las vendimias.

También fijaron en ese pleno (1856) normas sobre el rebusco: No se permite a ninguna persona salir a rebuscar hasta el toque de campana, a excepción del pago del Cochino, que se les permite el segundo día de vendimia, siendo castigada a la que se pille según el código penal.

No tienen mejor trato los ganados que hagan daño en las viñas. Éstas eran la niña mimada del término y, precisamente, ellas eran las que proporcionaban el mayor número de jornales durante varios períodos del año.


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Articulo extraido de la bibliografía de Eutimio Cuesta Hernández sobre Macotera. Cedido voluntariamente por el autor macoterano. Muchas gracias por colaborar en este proyecto.