Pueblo y población (Macotera)

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Pueblo

“Macotera es un pueblo extremadamente pobre. Sus casas son de tierra y, apenas si se elevan del suelo un par de metros. Los habitantes más acomodados viven sólo en plantas bajas; excusado es, por tanto, añadir que aquí no se conocen escaleras ni pisos principales. Y de las ochocientas familias que le componen, las trescientas son pobres de solemnidad, asistidas por facultativos de menesterosos”. P. Cámara, Obispo de Salamanca, visita 1885.

Todo él está abrazado por dos arroyos. Arranca uno del camino Mancera y el otro es el desagüe natural de las laderas de los caminos de La Nava y Alconada; ambos fluyen arena y apenas agua, y marchan encajonados dentro de dos cauces profundos y envallados. Los dos arroyos se hermanan en la charca, cuyo silencio rompe el croar de las ranas, y caminan confundidos entre juncales a verter en el río Margañán.

El primer arroyo baja por el huerto de don Gerardo, calle Eras, bordeaba la alameda de la Virgen, se asoma a la plaza de la Leña por el Encañao, y, en este punto, se junta con el arroyuelo de la Virgen de la Encina, que hoy ha tomado el título de regato de la Virgen, y sigue hasta el río bien escoltado por dos vallados empinados; el otro arroyo no tenía nombre, simplemente, se le conocía por arroyo. Más tarde, se le bautizó con el del Molino.

A mediados del siglo XVIII, Macotera juntaba trescientas veinticuatro casas, tres de ellas en ruina: una era propiedad de Lorenzo Cuesta; otra, de Pablo Bóveda y la tercera, de Sebastián de Ceballos. Las casas eran de planta baja, de adobe y tapial. Se apiñaban en siete barrios:

- El de la calle Larga, que comprendía la plaza de San Gregorio hasta el arroyo de abajo, junto al porquero, y, además, la calle de la Luz. En este barrio, habitaban cincuenta y seis familias.

- El barrio de Arriba lo integraban las calles del Príncipe, Carretas, Leones, Oro y Horcón y albergaba cuarenta y una familias.

- El barrio de la Virgen de la Encina poseía treinta casas.

- El barrio de Abajo, con las calles de las Procesiones (calle Honda), calle de la Iglesia (Cardenal Cuesta), Cristo, Jesús, Empedrada, Pozo de las piedras (plaza de la Leña) era habitado por treinta seis vecinos.

- El barrio de la Plata, con las calles del Piojo, Padre Nieto, Sevilla y Norte, con treinta y siete.

- El barrio más populoso era el de Santa Ana, con la calle de las dos ermitas (Santa Ana y Virgen de la Encina), que, posteriormente, se dividió en dos tramos: calle Oriente y Tentenecio; Pez, Retuerta, Leche y Cuesta del Ángel con cincuenta y seis hogares.

- Ya se citaba, en 1751, la calle de las Fraguas, con 10 casas entre las que se hallaba el mesón de Nicolás Sánchez. La plaza era el recinto de tertulia y de espera a la salida de misa y del rosario. Estaba rodeada por diez casas de planta baja, en una de ellas vivía el boticario, Pascual Sánchez. La casa de Joaquina la Contra, en la plaza Mayor, a mediados del XVIII, la atravesaba la famosa calle de “Aguas vertientes”, que desembocaba en el arroyuelo de la Virgen.

Si todas las viviendas eran de planta baja, se supone que, en la plaza, no había soportales. Otro extremo que quiero reseñar: las Aceras aún no eran calles, sino tierras o fincas, que pertenecían a la hoja de la Macolla; otro tanto aconteceía con la calle y plaza de San Gregorio y sus travesías, que componían el sitio de San Gregorio; las calles Eras, San José de Calasanz, Jardín y demás totalizaban las eras grandes, que, entonces, ocupaban una superficie de veintiocho huebras, y se utilizaban para pasto y para desgranar las mieses.

Existían varias salidas del pueblo: salida a Barro Bermejo, con una casa; salida a la Pilita, con dos; calzada de la Nava, con una; calzada de Peñaranda, con tres; ésta partía de la esquina del señor Alfonso Maruso; salida a la Fuentearriba, con una; Cuesta de la ermita del Ángel (Cotorrita), con una.

A mediados del siglo XVIII, Macotera contaba con una población de mil ciento veintiséis personas. Se distribuían de esta forma: cincuenta y siete laneros; noventa y uno labradores; ciento ochenta y nueve jornaleros; treinta y cinco de varios oficios: cuberos, tablajero (carnicero), carreteros, alarifes o albañiles, herreros, agrimensor, zapatero, herrador, molinero, maestro de primeras letras, sastre, tejedores de lienzos y estopas, tamboritero, albéitar, cirujano barbero y sangrador, boticario, cillero, sacristán. (No figura el tratante de reses, este oficio comenzó su andadura en la primera mitad del siglo XIX). Igualmente, sucedía con el oficio de tejedores, a mediados del XVIII, sólo dos familias ejercían esta actividad; en cambio, en el siglo siguiente, funcionaban varias fábricas de jerga y de sacos.

Población

Alguno puede pensar que, como antaño no había televisión, las familias debían ser numerosas. No es así. Me he llevado una tremenda sorpresa, porque yo también estaba poseído de esa creencia. Los datos hablan y son irrefutables. El Catrastro de la Ensenada nos certifica que, en Macotera, había sesenta y nueve matrimonios sin hijos; noventa, con uno; sesenta y siete, con la pareja; cuarenta y siete, con tres; dieciocho, con cuatro; trece, con cinco; cuatro, con seis; uno, con siete y dos, con ocho.

Si pasamos al capítulo de viudos, viudas, solteros y solteras (independientes), hemos contado: veintiun viudos; treinta y siete viudas; catorce solteros y seis solteras.

Figuraba un grupo de huérfanos, sujeto a curaduría. Al fallecimiento de sus padres, eran acogidos por familiares o amigos. Estos tutores explotaban sus bienes y les prestaban todo tipo de cuidados hasta su mayoría de edad.

Macotera fue uno de los pueblos de mayor población de la provincia de Salamanca. A pesar de ser cierto, Macotera no tuvo nunca cinco mil habitantes ni incluso cuatro mil.

Vamos a darnos un garbeo por la evolución demográfica del pueblo y será el panel de datos el que nos dé una información fiable de su población. El primer atisbo de población data de 1224, nos ilumina sobre el número de familias repobladoras que se asentaron en nuestro pueblo: un total de 25; pero no cuantifica el número de vecinos de vieja raigambre. También sabemos que la población, durante el siglo XIV, sufre una importante regresión a causa de las guerras con Portugal, por las persistentes pestes, por las malas cosechas y, sobre todo, por la presión fiscal de los Señores, que ponen en peligro la supervivencia de las familias aldeanas.

Se intentaba salir de esta profunda crisis agraria y social, ampliando la producción mediante el rompimiento de espacios no cultivados, tala de montes y la revisión de la delimitación de los términos aldeanos no bien definidos. Con este procedimiento, se procuraba hacer más llevadero el peso de algunas cargas tributarias.

Esta situación de descontento fue aprovechada por la competencia señorial, que se esfuerza por atraerse vecinos a sus dominios a cambio de rebajas fiscales. Esta competencia desleal produjo graves desequilibrios sociales y luchas de todos contra todos. Las pestes encontraron un campo abonado en el hambre y en la falta de higiene. A mediados del siglo XIV, Europa se vio asolada por una misteriosa enfermedad: la peste negra. Su irrupción fue muy repentina, extendiéndose rápidamente por todo el continente sin respetar ningún tipo de frontera, provocando un desenlace fulminante en gran parte de la población. La tragedia comenzó en 1348 con la llegada a Europa de la rata negra, originaria de Asia y portadora de la enfermedad. La peste, que afectaba a ratas y a hombres, se transmitía de roedor en roedor, y de éstos al hombre a través de las pulgas. En poco más de un año, toda Europa se vio envuelta en una nube de muerte y desolación. La trágica epidemia asoló con fuerza todos los reinos europeos, hundiéndolos en la ruina y la decadencia.

En 1400, se presenta una nueva peste, cuyos efectos debieron ser tan mortíferos, que, en las cortes celebradas por Enrique III en Cantalapiedra, se permitió que las viudas pudieran contraer nuevas nupcias durante el primer año de enviudamiento. Hemos seguido los trabajos de investigación de José Mª Monsalvo Antón, plasmados en su genial tesis: “Sistema político concejil”, fundamentada en el Archivo Municipal de Alba de Tormes, en la que nos presenta unas tablas sobre la población aproximada de Alba de Tormes y sus aldeas. Para llegar a esta conclusión, se ha basado en el reparto de los impuestos entre los contribuyentes, pues, lógicamente, en este tiempo, no se realizaban censos de población. Tuvo que desechar alguna fuente fiscal, pues no todo el mundo era pechero, (pagador de tributos), muchas personas estaban exentas (los privilegiados), entre los que se encontraban los caballeros, hijosdalgos, eclesiásticos e incluso sus criados. Eligió, para elaborar su estudio un impuesto universal, que pagaba toda la vecindad menos los pobres de solemnidad, el llamado fumazgo. Lo satisfacían los vecinos cuyas casas encendían fuego. Su recaudación total era de 3.000 maravedís. Este impuesto se obtenía fijando una cantidad proporcional a los bienes muebles o raíces de cada vecino. Quienes se hallaban en la franja de 60 - 100 maravedís de riqueza, pagaban un maravedí; quienes se encontraban en el grupo de vecinos, cuya hacienda superaba los 100 maravedís, aportaban dos. Apoyándose en esa 'valía' de bienes y en el porcentaje que correspondía a cada cuarto, en que se hallaba dividida la tierra de Alba, determinó la población aproximada de cada aldea. Dice de Macotera: “Ocupa un lugar muy destacado en este cuarto (Rialmar) Macotera, la mayor aldea de la tierra de Alba”. A Macotera, le calculababa, en 1407, una población de 635 habitantes; en 1413, de 620, disminuye en 15; y en 1416, de 617.

En 1425, Los vecinos de Alba y su tierra dirigieron a su señor, don Juan, rey de Navarra, un escrito en el que solicitaban les rebajase su renta o impuestos, debido a que el pan se había puesto por las nubes y la hambruna les obligaba a emigrar. Don Juan, percatado de la situación, atendió su demanda y disminuyó su haber anual de 35.000 a 10.000 maravedís. “Los quales dichos treynta e çinco mill maravedís del dicho pedido dizen que non podían conplir e pagar sin grand daño de sus faciendas. por estar menesterosos y pobres por la razón de la carestía de pan y por otros menesteres que dizen que tienen”. (DHA, Molsalvo pag.141)

No volvemos a dar con datos demográficos sobre Macotera hasta 1517, en “Descripción y Cosmografía de España” de Fernando Colón (hijo de Cristóbal Colón). En el tomo I, página 121 dice:

“Macotera es lugar de 200 vecinos."

Si aplicamos el coeficiente del 3,8 por vecino, Macotera contaba, entonces con una población de 760 habitantes.

En el censo de Castilla de Felipe II, de 1591, Macotera figura con una población de 297 vecinos, 1152 habitantes.


Recesión demográfica del XVII

El censo de Tomás González (1594) pone de manifiesto los efectos de la crisis económica. Macotera ve reducida su población en 32 vecinos. Pero el declive demográfico, que sufrió España durante los ciento cincuenta años siguientes, fue motivado por la emigración a América, las guerras que España mantuvo en Europa, las malas cosechas y el ensañamiento de las frecuentes epidemias que asolaron el país durante el siglo XVII, entre las que dejó buena muestra la peste bubónica (años 1597 y 1602). Esta peste, procedente de Europa del Norte, se introduce en España a través de los puertos cantábricos y se cebó sobre la población de forma que, en Castilla, se cobró una buena parte de sus 500.000 víctimas. El primer año del siglo XVII (1600), fue el elegido por la peste para ensañarse con la población de Macotera y de la mayor parte de la provincia. Hubo pueblos como Tordillos que vieron como su vecindario se reducía casi a la mínima expresión: de doscientos vecinos, quedaron veintiocho; Gajates, de cien, cinco; Macotera, de 1028 habitantes, perdió 165. En el libro de difuntos de la parroquia de Macotera de aquella época, hemos leído como, en el mismo día, fallecían el matrimonio y algún hijo.

Las más afectadas por la peste fueron las mujeres. Hemos hecho el recuento de los fallecidos en Macotera en 1600 y nos da el siguiente resultado: 55 hombres, 83 mujeres y 27 jóvenes, sin incluir los párvulos. Durante los meses de marzo, abril y junio, todos los días, hubo entierro, y días en que murieron siete u ocho personas. El terror y el miedo de la gente eran irreparables. Si a esta desgracia adicionamos el hambre, la miseria y la pobreza de solemnidad, el cuadro consuma la situación caótica que soportaba el país. En los libros de difuntos de la parroquia, se lee al margen de cada defunción: “pobre, muy pobre”. Y se agrega, en algún caso: “mui pobre, sin que pudiere decir misas por él, salvo, la del yntierro”.

Pero el ciclo epidémico no cesa con este período, se mantienen los índices de mortalidad provocados por otros procesos virulentos como el tifus, el sarampión, la difteria, el paludismo, la disentería, asociados, generalmente, a situaciones de miseria extrema debidas a la crisis de subsistencia.

Los períodos 1605- 1607; 1615 – 1616; 1629 – 1631; 1647 – 1652; 1659 – 1662; 1676 – 1685; 1694 – 1699 quedan como puntos negros por la cantidad de gente que murió víctima de la peste y otras enfermedades. Y, a la incidencia de las enfermedades en la reseción de la población, queremos sumar el freno considerable de la actividad económica a todos los niveles a causa de la sequía, del exceso de lluvias y de las plagas de langostas.

“En Macotera, en los años 1604, l606, 1612, 1645, 1647 y 1692, hubo malas cosechas; y ésta nos fue la única catástrofe que afectó al campesino macoterano; en el año 1625, 'una tormenta a destiempo destruyó todo el sembrado”. (Clara Isabel López Benito. Historia de Salamanca. Tomo III. Pág. 129)

En los últimos años del siglo XVII, sigue el período de las vacas flacas. Nos lo cuenta así, en 1693, Asensio Blázquez:

“Digo que por cuanto la cortedad de mis medios, corta cosecha de frutos y otros accidentes de los tiempos me han puesto en estado de suma pobreza, y me hallo tan imposibilitado de medios, que considero que todos los bienes con que me hallo no bastan a dar satisfacción de los diversos débitos que he contraído, especialmente, de lo que estoy debiendo de réditos de diferentes censos (préstamos). Considero que por dichos créditos se me llegará a ejecutar en breve y toda mi hacienda vendrá en mi quiebra.

Este caso no es único. Muchos labradores caen en la ruina debido a la exigencia de los acreedores que exigen la devolución inmediata del censo y el pago de los intereses. Como no obtienen buena cosecha, se ven obligados, para huir de la justicia, a vender todos sus bienes; de esta forma, unos pocos ven incrementada su hacienda a costa de los más.

Un pequeño alivio

A mediados del siglo XVII, una colonia de siete franceses se instaló en Macotera. Vinieron sin mujeres ni familia. Sabían que en Castilla hacían falta artesanos, gente de oficio, y abandonaron su hogar en la Francia central (Overni) y vinieron a buscar su sustento a nuestra tierra. Desempeñaban el oficio de caldereros, o sea, que fabricaban todo tipo de alquitaras, cántaras, pucheros, aceiteras y candiles. Eran grandes estañadores y disponían de respetables talleres con sus correspondientes maestros, oficiales y aprendices. Guillermo Montenegro tenía clientes en toda la zona y en su taller trabajaban varios artesanos.

Población macoterana en el Catastro de Ensenada

El catastro del Marqués de la Ensenada nos ofrece el censo real y detallado de la población de Macotera en el 1751: distribuido en edades, número de miembros de cada familia, viudos, viudas, solteros y huérfanos con derecho a cuidado. Fija para Macotera una población de 1.126 habitantes.

En la relación de habitantes, que nos proporciona el Catastro, únicamente, reseña la edad correspondiente a todos varones: mayores y menores. No refiere más que, en un caso, los años de la mujer. (Ya existía esa consideración a la edad de las señoras, doncellas y niñas).

Para calcular la edad de las mujeres, en el caso de las cónyuges, nos hemos acogido a la edad del marido. Para determinar la de solteras y niñas, hemos consultado la matrícula o relación de la parroquia, en la que se relacionan los fieles que han cumplido con el precepto de confesión y comunión, y que, cada año, se remitía al Obispado.

En dicha relación, se agrupaba a los feligreses en tres categorías: los que recibían el sacramento de la comunión; los que cumplían con el precepto de la confesión y los párvulos. Estaban obligados a recibir los sacramentos de confesión y comunión los mayores de catorce años; el de confesión, los niños comprendidos entre siete y trece; y el grupo de los párvulos incluye a los niños de cero a seis años. Combinando la edad de los padres y la referida matrícula parroquial he establecido la edad aproximada de las hijas.

Censo de Floridablanca, (1787)

En los treinta y cinco años que transcurren desde el censo del Marqués de la Ensenada hasta el de Floridablanca, la población de Macotera experimenta un importante aumento debido a que, a final de siglo, se produce un importante crecimiento en la producción agraria. En 1787, el censo de Floridablanca determina para Macotera una población de 1.465 almas, un incremento del 30% en relación con el censo del Marqués de la Ensenada.

Si comparamos ambas tablas, la del Marqués de la Ensenada y la del censo de Floridablanca, constatamos que, en 1787, Macotera anota un incremento del 41,58% en su índice de natalidad, que mantiene el crecimiento de población en la segunda y tercera década del siglo XIX; en cambio, si observabamos la población entre los 16 - 40 años, se percibe un descenso del 11,85%, que contrasta con el aumento del 100% en los mayores de cuarenta. Estos vaivenes coinciden con los períodos de bonanza, que alternan con otros momentos más desfavorables de malas cosechas, sequías, pestes y las guerras.

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Articulo extraido de la bibliografía de Eutimio Cuesta Hernández sobre Macotera. Cedido voluntariamente por el autor macoterano. Muchas gracias por colaborar en este proyecto.