Santiago de la Puebla (Boletín 113)

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Pinceladas históricas

Hoy nos toca hablar de Santiago, un pueblo vecino con el que nunca nos hemos llevado bien hasta hace muy poco tiempo: hoy la situación se ha normalizado y la relación es la de vecinos bien avenidos.

Parece ser que La Orden de Santiago recibió el mandato de Alfonso IX de poblar el pueblo de Santiago, Orden de la que tomaría su nombre y el de puebla.

Santiago fue un pueblo de realengo, situado en la periferia, en la antigua frontera de León con Castilla. Decimos, que fue un pueblo de realengo porque su Señor fue el rey, además gozó del privilegio de ser un concejo con jurisdicción propia, independiente del concejo y tierra de Alba de Tormes, del que sí dependía Macotera y muchos aldeas más como Melardos, San Mamés, Valverde, Gómez Velasco.... Parece ser que Santiago, en 1282, se integró en la jurisdicción albense por decisión del infante Sancho, según escritura de donación que se conservaba en el archivo municipal de Alba en 1831, y por el diploma de [[14 de mayo]] 1294, dado en Valladolid, por Sancho IV, ya rey, que confirma la donación. Si Santiago llegó a pertenecer, a finales del siglo XIII, a la Tierra de Alba, debió de ser por muy poco tiempo, pues no se le cita apenas, salvo lo reseñado más arriba. Se habla de Santiago y sus aldehuelas. No conocemos sus nombres, entre ellas, pudo estar el despoblado de Santa Cruz, que, con el tiempo, pasó a ser propiedad de la iglesia de Santa Cruz de Alba de Tormes. Este territorio, enclavado en el término municipal de Santiago, abarcaba la zona del molino y las tierras y prados de sus aledaños, incluido el Val de la Mora (el valle de la mora), desde la primera pesquera (El Valderrón), que estaba enfrente de la Barranca, hacia abajo. Sus propietarios tenían derecho a tomar el agua del río para el molino y para el riego de sus prados; pues bien, este posío fue arrendado por los de Macotera desde tiempo inmemorial, y fue el motivo de los reiterados conflictos entre Macotera y Santiago de la Puebla, desde el primer pleito, que tuvo lugar en 1483, y los que siguieron en 1535, 1670,1739, 1829 y 1950, por cuestiones de pastos, por roturas de la pesquera, por la travesía de los prados con carros y caballerías, por invasión del ganado en los prados de uno y de otro; en este caso, el juez mandó construir un corral común para encerrar los ganados apresados, a los que no se les daba libertad hasta que el dueño no pagase la multa.

Decíamos, más arriba, que Santiago era un pueblo de realengo con jurisdicción propia, igual que sucedió con Alba y su tierra; pero, a partir de mediados del siglo XV, pasan a ser administrados por el régimen señorial. La corona cede Santiago a la familia Rojas y Alba, a la familia de los Álvarez de Toledo, a cambio de una contraprestación económica o como pago por su apoyo en las contiendas de la reconquista.

En 1483, ya es Señor de la villa de Santiago don Sancho de Rojas; un sucesor suyo, don Juan de Rojas obtiene, en 1539, el título de Marqués de Poza, concedido por el Emperador Carlos I. Don Juan de Rojas, Alcalde Mayor de los Hijosdalgo de Castilla, fue quien expidió la licencia para pleitear con Macotera en su residencia de Mancera de Abajo, el día 4 de octubre de 1535. Su hijo Francisco de Rojas, personaje a quien Mateo Alemán dedica su novela "Guzmán de Alfarache", Alcalde Mayor de los Hijosdalgo de Castilla y Merino Mayor de Burgos y Caballero de la Orden de Alcantara se casa con Francisca Enríquez, hija de don Luis Enríquez, Almirante de Castilla; Una hija de la pareja, Mariana de Rojas Enríquez contrae matrimonio con don Luis Fernández de Córdoba, Duque de Sessa; de este modo, el título de Marqués de Poza queda incorporado al Ducado de Sessa, título que ostentarán ya siempre los señores de Santiago, Malpartida, Salmoral y Mancera de Abajo; posteriormente, el Conde Oñate entronca con el Ducado de Sessa, y, por eso, en el Catastro del Marqués de la Ensenada, se dice que Santiago es de la jurisdicción del Duque de Sessa y Conde de Oñate.

El título de Duque de Sessa fue creado, en 1507, por Fernando el Católico en el reino de Nápoles, a favor del Gran Capitán, don Gonzalo Fernández de Córdoba. En el censo de Castilla de 1591, Santiago contaba 153 vecinos (673 habitantes); 144 pecheros (contribuyentes), 5 hidalgos (exentos de impuestos) y 4 clérigos.

Santiago monumental

A Santiago puedes ir hasta andando, pero la visita al pueblo puede resultar muy gratificante, pues su iglesia guarda tesoros de un valor incalculable. Su iglesia tiene casi la misma edad que la de Macotera, y una traza similar, pues las dos están tocadas por el estilo flamígero con algún ramalazo flamenco - borgoñón. Para no ser demasiado pesados, te aconsejamos que te fijes en dos detalles: en la capilla de Toribio Gómez y en el Calvario que se conserva en la sacristía y que perteneció, antes de su deterioro, a dicha capilla.

Antes de hablar de la capilla, quiero darte noticias sobre el licenciado Toribio. Don Toribio Gómez fue contador del conde de Alba, don Fernando Álvarez de Toledo y, después, consejero real de don Fernando y doña Isabel, los Reyes Católicos, y nació en Santiago de la Puebla, hijo de Antonio García y Catalina González. Contrajo matrimonio con doña María de Bertendona, dama bilbaína. Don Toribio era dueño de la dehesa de Melardos y no dudó en gastar los necesario para engrandecer la iglesia de su pueblo, en la que fundó una capilla para ser su sepulcro y el de su esposa. Dejó de censo diez mil maravedís de la dehesa de Melardos para pagar las misas, que mandó decir y ganase con ellas muchos perdones. La capilla tiene forma casi cuadrada, ocupa una superficie aproximada de treinta y siete metros cuadrados.en la cabecera de la nave lateral izquierda. Si abrimos su reja, y miramos el techo, nos tropezamos con dos arcos: uno apuntado, que se apoyan en unas columnas de basa poligonal, fuste liso y sus capiteles están adornados por ramos de flores entrelazados; en el vano que hay entre los capiteles de la izquierda aparece la figura de cuatro lagartos, y, un poco más abajo, sorteando entre florones aparece la figura de un peregrino con el bordón en la mano; en el lado derecho, muestra cuatro cabezas de animales y va decorado con florones y veneras, evocando a Santiago, titular de la iglesia.

Si nos adentramos en el recinto, en el muro de enfrente, que mira al río, se abren dos hornacinas sepulcrales, con dos arcos de medio punto, separados por una pilastra sobre la que descansa sus arcos; entre los dos arcos, campea el escudo de los Anaya; bajo estos dos arcos hay dos enterramientos: en uno yacen los padres del Licenciado Toribio, Antón García y Catalina González, y el otro permanece vacío, pues estaba destinado para acoger los restos de un hermano del fundador y su mujer, pero, según parece, no fueron enterrados allí, sino están enterrados en el sepulcro del Licenciado, que ocupa el centro de la capilla.

Sobre estas dos hornacinas se abre un hueco, que junto con el que hay en el lado izquierdo, iluminan la capilla. En el lado izquierdo, hay una puerta tapiada, que se muestra también al exterior; parece ser que daba paso a un antiguo cementerio, que había en ese costado de la iglesia, y que se mandó cerrar, pues daba al río, y era una inseguridad para las alhajas y bienes de la iglesia.

En el siglo XVI, se realizaron obras para alargar la iglesia y construir unas torres, pero quedaron sólo en esbozos, ha quedado, como similar un patio abierto lindero con la carretera del puente romano sobre el río. En el centro de la capilla, se halla el sepulcro principal, que corresponde a los fundadores, el licenciado Toribio y su mujer. Obedece al patrón del Obispo Acuña en Burgos, obra de Siloé, aunque más simplificado. Está labrado en piedra blanca con simple labor de hojas de acanto y estrías con veneras; encima están las dos figuras yacentes de medio relieve, hechas en pizarra negra de Burgos y los rostros con los ojos abiertos y las manos de alabastro; están muy estropeadas por la humedad existente en la capilla, ya que están muy cerca del río, y también por el abandono, pero, a pesar de ello; se ve bien lo magistral de la obra; a los pies de doña María de Bertendona hay una dueña de medio cuerpo con un libro abierto sobre el pecho. Cobija el sepulcro del licenciado y de su esposa un retablo muy interesante, bien conservado y de labra perfecta. Es todo de talla, con imaginería pequeña y de traza plateresca. Se divide, horizontalmente, en cuatro cuerpos y, verticalmente, le recorren cinco calles. Si nos fijamos en el primer cuerpo, en la hornacina central, se halla el grupo de la Piedad, que recoge el patetismo del momento; a ambos lados, aparecen dos encasamentos o nichos, que acogen las figuras orantes del licenciado y su mujer, acompañados de san Andrés y de san Bartolomé. El licenciado está orando frente a un pequeño altar, cubierto con un tapete policromado en rojo, con dos franjas doradas con pequeños dibujos en azul y terminado en flecos, aparecen marcadas algunas arrugas en el tapete; el Licenciado viste una amplia capa con capelina, cuyos pliegues caen rígidos y pesados; la capa es de brocado con dibujos en dorado y azul; san Andrés está sentado en un escabel. En el segundo cuerpo, un arco de medio punto, cubierto de decoración menuda y apoyado en dos pilastras corintias, acoge el grupo de la Virgen con el Niño; los encasamentos de las calles laterales acogen los grupos escultóricos de la Adoración de los Reyes a la derecha, y el Nacimiento, a la izquierda; en los extremos de la calle, en dos hornacinas de menor tamaño que los ensacamentos, hay dos figuras: una de un Papa, a la izquierda y, a la derecha, la de Santiago con sus atributos de peregrino; un gran panel, adornados con grutescos, follaje y dos grandes aves en sus extremos superiores, ocupa el centro del tercer cuerto del retablo; los encasamentos de las calles laterales acogen los grupos escultóricos de la Visitación a la derecha, y la Anunciación, a la izquierda, están bajo veneras doradas. En las calles de los extremos, hay dos pequeñas hornacinas de medio punto, enmarcadas por columnas corintias, cobijan dos tallas de los santos Pedro y Pablo; en el centro del cuarto cuerpo, aparece el grupo de la Asunción de la Virgen; en los extremos dos ángeles con las alas desplegadas; en las laterales del retablo aparecen las polseras en forma de racimos de frutas. Todo el retablo está dorado, pintado y estofado

con tal derroche de gasto, que bien publica la esplendidez del patrono. Las trazas del retablo parecen ser de Bigarny; la obra de talla más bien parece hecha por Siloé, salvo las polacras; parece ser que de las manos de Bígarny salieron los grupos orantes de los Fundadores, acompañados de sus titulares san Andrés y san Bartolomé; se le atribuyen con seguridad las escenas de la Visitación, Nacimiento, Adoración de los Reyes y;, sobre todo, la Piedad y la Virgen con el Niño. La Piedad es una de las obras más primorosas hechas por Siloé.


El Calvario

El Calvario es todo de madera dorada y policromada. El marco, en el que aparece colocado, está formado por dos columnas adosadas a pilastras, una a cada lado: con basa, fuste liso y capiteles corintios y, entre sus carnosas hojas, aparece una especie de flor de lis. Encima tienen un trozo de entablamento para darle mayor altura. Sobre ellas se apoya un arco levemente apuntado; el marco está todo dorado, pero se conserva en mal estado, pero casi todo el dorado está saltado. Dentro del marco, aparece la Cruz y, a ambos lados, las figuras de la Virgen y de san Juan. El Cristo tiene la cabeza inclinada hacia la izquierda y ceñida por una gran corona de espinas; sus cabellos son largos y su rostro marcadamente doloroso; su cuerpo es demasiado delgado y alargado, buscando en ello quizá el darle más expresión y patetismo a la figura; el paño de pureza se anuda a la derecha y sus pliegues están tratados de manera que sugiere la tela mojada; la Virgen aparece cubierta con un gran manto de pliegues muy movidos, suaves y airosos, que le oculta casi el rostro; lleva sus manos cruzadas sobre el pecho en un gesto de profundo dolor; la figura de san Juan es la más patética del grupo; el Santo viste túnica larga, que le cubre hasta los pies, cuyos pliegues se adhieren al cuerpo; tiene una pierna adelantada; su cabeza está inclinada hacia la izquierda; los cabellos le caen en crenchas desmadejadas a ambos lados del rostro, redondeado y aplastado, en el que queda bien marcada la emotividad que, en este caso, Siloé ha llevado hasta el último límite de lo doloroso; con una mano sujeta un libro, mientras que su otro brazo cae desmadejado hacia abajo con un gesto de suma impotencia ante la tragedia.

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Articulo extraido de la bibliografía de Eutimio Cuesta Hernández sobre Macotera. Cedido voluntariamente por el autor macoterano. Muchas gracias por colaborar en este proyecto.