Claudio Coello
Claudio Coello (Madrid, 1642 - Madrid, 1693), pintor barroco. Influido por muchos otros artistas, incluido Diego Velázquez, Coello es considerado el último gran pintor español del siglo XVII.
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Vida y obra
Hijo de Faustino Coello, un conocido escultor broncista portugués, pero afincado en Madrid, inició su educación artística en el taller de su padre, sin embargo su verdadera formación transcurre en el taller de Francisco Rizi. Más tarde viajó a Italia, pero no se sabe mucho de su estancia en aquellas tierras y sólo existe un dibujo de la casa de Rienzi en Roma hecho por Coello. El gusto por los motivos clásicos y la influencia de sus pintores, como la de Carlo Dolci, que se percibe en su primer lienzo conocido, Jesús a la puerta del Templo, firmado en 1660 y conservado en el Museo del Prado. Cuatro años más tarde realiza un obra importante: El triunfo de San Agustín, cuya aparatosa escenografía delata la influencia flamenca.
Elementos barrocos en su pintura
El gusto por elementos decorativos como cortinajes, ángeles, flores, columnas, etc., son las principales características de su primer estilo. Lo mejor de este momento son las pinturas de los retablos del convento madrileño de San Plácido, en los que resalta la gigantesca Anunciación del altar mayor. Aún se percibe la influencia italiana en una pareja de lienzos conservados en el Prado, al modo de sacras conversaciones, una de ellas firmadas en 1669, demuestra la capacidad del pintor para distribuir un gran número de figuras y objetos en un espacio notablemente reducido. Dentro de este estilo resalta la Virgen del Rosario con Santo Domingo, conservado en la Academia de San Fernando(Madrid). Por estos años también se dedica a la decoración mural en Toledo y Madrid, donde resaltan obras en el Vesturario de la catedral de Toledo, Casa de Panaderia en Madrid, etc.
Desde 1675 su labor como pintor de temas religiosos es profusa, recibiendo gran número de encargos, entre los que destacan los retablos de Torrejón de Ardoz (1667), San Martín Pinario en Santiago (1681) y Ciempozuelos (1687). Para este último realiza el bellísimo Éxtasis de la Magdalena, en el cual los colores cobran mayor viveza que en las obras anteriores. Pero donde alcanza uno de sus puntos culminantes la pintura de Coello es en la soberbia Santa Catalina, realizada en 1683. Este mismo año es nombrado "pintor del Rey" y comienza la decoración de la iglesia de La Mantería, en Zaragoza.
Su afán retratista
Cultivó también el retrato, alcanzando en algunos casos una altura digna de sus mejores contemporáneos; por ejemplo el del caballero santiaguista don Juan de Alarcón tiene una vivacidad sólo comparable a los mejores de Juan Carreño de Miranda. El de Fernando de Valenzuela, aunque no logra en el la fuerza expresiva que el anterior, es un buen documento histórico. Pero los dos más íntimos son los de Nicolasa Manrique y el del padre Cabanillas, en los cuales se mantiene dentro de la tradición realista que iniciara Velázquez. Abundan también los retratos de la familia real como el de Carlos II, especialmente el conservado en el Instituto Staedel de Francfort, que es una muestra de su gran crudeza retratista al presentar al monarca con todos los síntomas de su degeneración. Por su despiadado realismo es sólo comparable al de la Adoración de la la Sagrada forma por Carlos II, de El Escorial. Este cuadro por lo que representa y por sus cualidades es el que ha hecho inmortal al pintor, si bien toda su obra se caracteriza por el alto nivel alcanzado.
Últimos años
En 1686 es nombrado pintor de cámara. Continuó realizando su obra para los carmelitas de la calle de Alcalá, en Madrid, un conjunto de cuadros hoy dispersos, destacando entre ellos La última comunión de Santa Teresa, una de las pinturas más emotivas del barroco. Otras obras de esta especie pueden ser El milagro de San Pedro de Alcántara, La Visión de Santa Teresa y Sagrada Familia.
Para los carmelitas de Salamanca pintó dos figuras de San Juan de Sahagún (1691) y Santo Tomás de Villanueva (1692). Pero su obra cumbre es El martirio de San Esteban, en el Convento de San Esteban, que destaca por sus tonalidades y colores centellantes en el retablo chirrigueresco. Es la obra póstuma de Claudio Coello porque moriría un un año después en la ciudad de Madrid, dejando una herencia rica en bellas obras, que si marcan el cenit de la edad dorada de la pintura española, abren también las puertas al estilo del siglo XVIII.