La Nueva Plaza (Salamanca)
El 9 de julio de 1798 el corregidor de la ciudad don Rodrigo Cavallero y Llanes propone al municipio elevar al rey Felipe V la petición para la construcción de una nueva plaza. Las razones que da ante el concejo son variadas; una es, que la magnificencia de los edificios de Salamanca contrastaba con la pésima imagen de su plaza principal; otra, la necesidad de que los comercios estuvieran bajo soportales para que no entorpecieran el paso por sitio tan principal, así como que las casas de los mercaderes eran incapaces de albergar sus viviendas y sus puestos de mercado, obligándoles a arrendar otras más lejanas; y otra más, que edificando la plaza se ganaba un escenario más propicio para los festejos que en ella se daban. Proponía empezar la construcción por dos de sus lados, los que darían a la plazuela de Carboneros, los correspondientes al actual Pabellón Real y la acera de San Martín. Proponía también la formación de una comisión que estudiase el estado de la hacienda municipal y los modos de conseguir los fondos para la realización de la obra.
Lo que quedaba del año 1728 se utilizó en largos y enojosos trámites que fueron el preludio de las dificultades que luego vendrían para la construcción de la plaza y que a punto estuvieron en dar al traste con la obra. Los dineros recaudados para la obra salieron enteramente de la ciudad y ni un solo maravedí salió del erario real, aunque en el ornato de la plaza la monarquía tenga un sitio privilegiado. El 12 de enero de 1729 el rey concede el permiso para su construcción dejando bien claro que no prestaba ayuda económica.
Lo primero que se hace antes de empezar la obra es un reglamento que reparte las responsabilidades de los distintos trabajos de la obra y propone como debe ser el comportamiento de los trabajadores.
Una vez que se había logrado el permiso real para la construcción de la plaza el primer asunto a resolver era buscar el arquitecto que se hiciera cargo del proyecto. Había que encontrar un arquitecto que se encargase del proyecto y de la dirección de la obra, aunque el pliego de condiciones con los dibujos de los planos, cortes y alzados que se hicieron para todos los tramites de los que hemos hablado los realizó Alberto de Churriguera, que en ese momento era el maestro mayor de la obra de la catedral, se barajaron otros nombres para el cargo aunque al final se le encomendó la obra a él. En marzo de 1729 recibe el nombramiento de maestro mayor empezando la redacción del proyecto. Los planos y dibujos que el arquitecto hizo se han perdido, conservándose únicamente un plano fechado en 1741 firmado por su sobrino Manuel de Larra Churriguera. Alberto Churriguera se esforzó dentro de lo posible en realizar una plaza lo más regular posible, intentando que fuese un cuadrado, pero lo ya edificado y la iglesia de San Martín no le permitieron lograrlo, aunque a simple vista la plaza parezca un cuadrado.
Se conservan el conjunto de condiciones redactadas por Churriguera y que debían seguirse para la construcción de los dos primeros pabellones, que como ya hemos apuntado serían el de San Martín y el pabellón Real. En ellas se dice que los pórticos y fachadas que miran a la plaza se haría en sus cuatro primeras hiladas en piedra tosca de Pinilla y el resto en franca de Villamayor incluidos arcos ventanas y adornos. Los balcones corridos debían de ser de hierro labrado, las techumbres de los soportales se harían con pino de Hoyoquesero y Navarredonda, alternando con bovedillas. Las paredes maestras de las casas serían de mampostería tosca, los tabiques interiores de ladrillo enfoscados de yeso. El coste de la obra de estos dos pabellones según sus cálculos sería de 66.000 ducados
Como aparejador, puesto de confianza del arquitecto y en quien podía delegar algunas de sus funciones, Churriguera eligió a Felipe Fernández apodado “Cabeza redonda”. De segundo aparejador figura a partir de 1730 Francisco Pérez Estrada y Churriguera se llevará a la obra de la plaza, algunos de los más experimentados colaboradores que trabajaron con él en la Catedral. En cuanto al resto de los trabajadores podemos distinguir muchos y variados oficios: los canteros que trabajaban la piedra de una u otra forma, los albañiles y los carpinteros. Entre los canteros encontramos los asentadores, los labrantes y los fijadores. Los asentadores eran los que más cobraban seguidos de los fijadores. Los labrantes eran los encargados de escuadrar los sillares recién salidos de las canteras y de hacer las molduras más toscas, siendo los más numerosos y cobraban según su habilidad. Entre los obreros, los encontramos fijos y eventuales, que trabajaban bien en cuadrillas o individualmente. En el gremio de los carpinteros se distinguían los carpinteros propiamente dichos de los aserradores. Se conocen el nombre de muchos de estos trabajadores, algunos aparecen trabajando en el coro y trascoro de la catedral y curiosamente muchos aparecen con sus motes como : “el Zorro”, “el Gato”, “el Moreno”, “el Zigüeño”, “Berlinchín”... También se sabe que trabajaron en la obra bastantes portugueses.
De todos los obreros que trabajaron en la obra debemos distinguir algunos como Alejandro Carnicero. Este escultor, vallisoletano de Íscar perfeccionó su técnica junto a José de Larra con quien colaboró en las tallas del coro de la catedral, será quien haga los medallones tanto del Pabellón Real como del Pabellón de san Martín.
Junto a este escultor desempeñan un papel muy importante los tallistas que eran los encargados de hacer las labores de molduras más finas en las que aparecía la talla. De ellos serían el dosel que rodea a san Fernando , los escudos, la hojarasca que rodea la lápida y la cabeza de león, los cogollos que adornan las claves de los arcos grandes. Como tallista más importante aparece , desde 1732, Manuel de Valladolid que cobra tanto como el maestro Churriguera, a quien le ayudaba como tallista menor Roque del Moral.
Se conocen también los nombres de los carpinteros; como maestro mayor estaba Bartolomé de Coca que era el encargado de seleccionar, medir y tasar toda la madera destinada a la plaza y de dirigir el trabajo de aserradores y carpinteros. Las puertas y ventanas las cogieron en contrata especial tres carpinteros de Salamanca siguiendo los modelos y plantillas de Juan Bautista Cabanes, vecino de Peñaranda, por los datos que se tienen parece que no coinciden demasiado con los que hoy podemos ver.
El tema de herrería y cerrajería lo llevaba Francisco Bernal quien con dos ayudantes se encargaba de hacer y recomponer las herramientas de canteros y carpinteros y también la de proporcionar clavazón, bisagras, fallebas, picaportes, aldabas, cerraduras y cerrojos para puertas y ventanas y fabricar grapas y flejes para unir piedras o hacer el alma que une los sillares de las pirámides de la balaustrada. La rejería de los balcones los diseñó Bernal pero los labraron los rejeros Jerónimo Sánchez y Pedro García pagándoselos a peso por el hierro utilizado, también hicieron los antepechos de los balcones y ventanas que caen para la plaza del Mercado y del Poeta Iglesias.
Los maestros albañiles serán Manuel Prieta y Gabriel Fernández y serán los encargados de hacer los tabiques simples y doblados, las bovedillas, las chimeneas, los enladrillados de los suelos y las cajas de las escaleras.
Del trabajo administrativo se encargaban cuatro corregidores elegidos por el Ayuntamiento y se les recuerda en algún documento la obligación de asistir diariamente a la obra, o sino nombrar un sustituto, de suerte que siempre estuviera presente alguno de los cuatro. El oficio lo desempeñaban gratuitamente, aunque al finalizar la obra solicitaron una ayuda por lo que habían perdido en el cumplimento del cargo. La obra inmediata era controlada por sobreestantes y guardas del almacén que en número de dos se ocupaban de la contratación, vigilancia y remuneración de los trabajadores y jornaleros, a los que se les pagaba semanalmente.
Artículo publicado en el boletín nº 93 del Boletín de la Asociación Cultural "Amigos de Macotera"
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